De la justa medieval a la política
Los Presupuestos salen adelante pero la polarización permanece intacta
Qué bueno que los Presupuestos hayan salido adelante; así no tienen que prorrogarse los que estaban en vigor, que se hicieron para un mundo que ya no existe. Pudo haber sido un verdadero escándalo que la clase política de este país se encharcara hasta tal punto en sus rencillas que fuera incapaz de aprobar las nuevas cuentas. No ha sido así, hay que celebrarlo. Toca descorchar las botellas, servir las copas, levantarlas para brindar con la debida distancia, apartar las mascarillas, y proceder. Y sacar músculo por este increíble éxito.
Hecho el ritual con el entusiasmo exigido en este tipo de circunstancias y, como quien dice, de vuelta a casa y en voz muy baja, fuera ya de los focos de la gran política y más bien con la llaneza con la que se conversa con los más próximos o con uno mismo, ¿no piensan que ha habido mucho atolondramiento en el proceso? Sí, tenemos Presupuestos y olé, pero esta es una obligación que marca la Constitución y tendría, por tanto, que realizarse sin tanto estruendo —como los colegiales hacen los deberes—, poniendo el foco principal en las partidas, discutiendo sobre la mejor manera de gastarse los cuartos, encontrando los sectores que puedan servir de arrastre al crecimiento económico, cuidando de que sean inclusivos y no generen más desigualdades, evitando hipotecar a las generaciones venideras con una deuda monumental, etcétera. No parece que las cosas se hayan hecho así; lo que ha habido más bien ha sido el barullo propio de las justas medievales. Han salido a pavonearse los guerreros, se han subido sobre las grupas de sus caballos, han levantado sus armas y han salido al galope a derribar al otro. En el Gobierno de coalición se escucharon voces que reclamaban acuerdos lo más amplios posibles y en el Gobierno de coalición se dijo que bajo ningún concepto podrían entrar en la ecuación determinadas fuerzas. Alguien quería ir borrando las líneas rojas que marcan la manera de hacer política en este país, y, por detrás, alguien las pintaba de nuevo con diligencia y primor.
Lo del atolondramiento va por ahí. Si todos los altavoces subrayaban que los políticos iban a ser incapaces de cumplir sus obligaciones, y que no habría esos indispensables Presupuestos para salir de la delicada situación económica y social que ha dejado la pandemia, digamos que se daba luz verde a cualquier precipitación. No había margen para discutir los planes ni para explicarlos, lo que importaba era que se bendijeran, fuera como fuera.
Y, para hacerlo, el camino más efectivo era el de la justa medieval. A un lado, las fuerzas progresistas; al otro, la reacción. Han ganado los primeros, aunque al final nadie sepa muy bien de qué va la vaina y por qué estos Presupuestos son los mejores para salir del bache. Se ha hablado poco del esqueleto que los sostiene y se ha insistido mucho en su vocación de izquierdas: no dejar a nadie en el camino, evitar cualquier desigualdad. Cómo poner pegas a un propósito tan noble. El desafío es conseguirlo. El atolondramiento, la precipitación, las banderas en alto, el estruendoso galope de las descalificaciones, las concesiones sobre la marcha para obtener apoyos: no son las mejores maneras de trabajar el instrumento que va a gobernar la salida de este país del agujero al que el virus lo ha empujado. Pero brindemos, ahora empieza todo: la justa ha terminado —las lanzas en alto—, es tiempo de hacer política. Es decir, de bajar a los detalles.
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