Formas de prestar atención
Quizá estamos teniendo debates muy acalorados sobre cuestiones que no conocemos bien
Hace unos días una encuesta de GAD3 decía que el 60% de los jóvenes no identificaba a Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA en 1997. La ignorancia de ese y otros datos sobre el terrorismo ha causado cierta perplejidad: revela que algo falla en nuestra educación cívica.
Pero también plantea otras preguntas: si tanta gente no tiene una idea clara sobre algo que ocurrió hace relativamente poco, ¿vamos a ser capaces de distinguir entre los comportamientos de Indalecio Prieto y Largo Caballero? Quizá estamos teniendo debates muy acalorados sobre cuestiones que no conocemos bien. Se podría argumentar que por eso precisamente debemos hablar de esos temas. Pero no parece que las disputas a las que asistimos busquen conocer mejor el pasado, sino afianzar identidades ideológicas.
Se habla de un silencio pero muchas de esas cosas se estudiaban. Lo que pasa es que no todos prestamos atención a las mismas cosas. Hubo cineastas y novelistas que a mitad de su carrera vieron que necesitaban hablar de la Guerra Civil, un asunto que en otro momento no les había interesado como material narrativo. Con motivo del día de las escritoras, algunos lamentaban que no se les hubiera hablado de Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán. Por supuesto, las escritoras han estado postergadas y la reivindicación es necesaria, pero muchos ejemplos que se ponen son de autoras canónicas, que aparecían en los planes de estudio. Lo importante es llegar a las cosas; eso cuenta más que el momento. Aunque una cierta prudencia nos haría plantearnos la posibilidad de que otros lleven un tiempo en el Mediterráneo que acabamos de descubrir.
Muchas veces nos fascina un autor o un tema y haciendo memoria vemos que nos habíamos encontrado con él otras veces y no nos había interesado. Se habla a menudo de la economía de la atención —algo que en castellano se presta, en inglés se paga, en francés se hace—, pero Iris Murdoch escribía en Contra la aridez que la moralidad también tenía que ver con ella. “Necesitamos un nuevo vocabulario de la atención”, decía Simone Weil, y Murdoch añadía: “Debemos apartar la atención de la consoladora necesidad de sueño del romanticismo, del símbolo seco, del individuo fraudulento, del todo falso, y dirigirla hacia la persona humana real e impenetrable. Que esa persona es sustancial, impenetrable, individual, indefinible y valiosa es el principio fundamental del liberalismo”. @gascondaniel
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.