Bolsonaro y su cura de humildad
El presidente de Brasil descubre ahora que la alianza con el atávico “gran centro” le garantiza administrar sin naufragar
Comenzó a moderar su discurso. A cambiar de amigos. A postergar a los fanáticos. Jair Bolsonaro, el ultraderechista presidente brasileño, está girando hacia el centro. Es una forma de verlo. Con una mayor perspectiva histórica, estaría sucediendo algo más interesante. La estrategia de polarización sistemática de Bolsonaro habría arañado el límite. Era el gran desafío a la dinámica del poder de su país. Proponer un liderazgo antipolítico, que se ofrezca como una alternativa al establishment endogámico de Brasilia. Del mismo modo que Donald Trump impulsó su carrera enfrentándose a la casta de Washington DC. Esa empresa, en el caso de Bolsonaro, parece, por lo menos, suspendida. El sistema parece estar doblegando a quien se proponía derrumbarlo.
La primera señal específica de esta reorientación fue la postulación de un nuevo juez para el Superior Tribunal Federal. Celso de Mello, uno de los ministros de la máxima corte de Brasil, decidió retirarse. En su momento, Bolsonaro había prometido ocupar dos vacantes con abogados del sector evangélico, el más reaccionario de su coalición. Pero hace quince días sorprendió postulando a Kasio Nunes, un abogado discreto, que desarrolló una carrera gris desde Piauí, su Estado natal. Nadie identificaba a Nunes con Bolsonaro. Más aún: nadie identificaba a Nunes.
Este gesto hacia el centro hace juego con otras decisiones. El presidente comenzó a reconciliarse con los principales líderes del Congreso, a los que estaba enfrentado desde hace casi un año. En ese marco, designó como líder del oficialismo en la Cámara de Diputados a Ricardo Barros, un diputado del Partido Progresista (PP), una fuerza de centro derecha que estuvo aliada a Michel Temer, el antecesor de Bolsonaro. Barros fue ministro de Salud de Temer.
Días atrás el presidente desayunó con Rodrigo Maia, el titular de la Cámara de Diputados a quien había denostado una y otra vez. Maia pertenece a Demócratas, la designación moderna del viejo Partido del Frente Liberal, conservador. En poco tiempo este diputado dejará la jefatura de la Cámara. Los candidatos a sucederlo son todos moderados. Y, algunos, corruptos.
Entre ellos está Arthur Lira, del PP como Barros. Lira estuvo acusado en la causa Lava Jato, el mayor escándalo de tráfico de influencias y sobornos de la historia del país. Con él compite Tereza Cristina, la ministra de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento de Bolsonaro. Exdiputada federal, se trata también de una figura moderada, que milita en Demócratas, como Maia.
Un detalle relevante. Hasta 2018, Bolsonaro había militado en el PP, fuerza a través de la cual ganó su diputación. En estos cambios de piezas parece volver a su viejo partido. También postergar a la fuerza con la que llegó al poder, el Partido Social Liberal. La anterior conducción del oficialismo en Diputados pertenecía a esa agrupación.
Así como apuesta a una mayor moderación en sus alianzas parlamentarias, Bolsonaro ha bajado perfil de sus fanáticos dentro del gabinete. Filipe Martins, asesor internacional del presidente y responsable del denominado “Gabinete del Odio”, entró en un eclipse. Hay quienes lo imaginan pronto en algún organismo internacional. También debió aplacarse otro extremista del bolsonarismo, el canciller Ernesto Araujo. Mucho más relevante que estas mutaciones es que 01 y 03 salieron del centro de la escena. 01 y 03 son los sobrenombres de Carlos y Eduardo Bolsonaro en la nomenclatura castrense establecida por el presidente para identificar a sus hijos. 01 es concejal municipal en Río de Janeiro. 03 ocupa una banca de diputado en el Congreso.
Hay varias explicaciones para este cambio de configuración del oficialismo brasileño. Laryssa Borges acaba de proponer una, muy poco edificante, en la revista Veja. Bolsonaro habría comenzado a tender puentes hacia el Congreso y el Poder Judicial desde que uno de sus colaboradores le informó que 01 y 03 podrían ser detenidos por violación a la Ley de Seguridad Nacional. Los hijos de Bolsonaro son, desde hace tiempo, blando de diversas investigaciones judiciales.
Si bien esta explicación es, por lo patibularia, muy atractiva, el cambio de rumbo de Bolsonaro tendría que ver con un problema que apareció en el centro de su política. El programa económico de Paulo Guedes carece de viabilidad sin un acuerdo con las fuerzas políticas que dominan el Congreso. Allí están, entre otras, el PP y Demócratas. A esas corrientes en Brasil se las denomina “el gran centro” (centrão). Ocupan el lugar del tradicional Partido del Movimiento de la Democracia Brasileña (PMDB), que, sin postular presidentes, integró todos los gabinetes a cambio de ofrecer al Poder Ejecutivo una base parlamentaria. El PMDB fue aliado de Fernando Henrique Cardoso, de Lula da Silva y de Dilma Rousseff. Su último líder fue Michel Temer, quien llegó a la jefatura del Estado desde la vicepresidencia, después del impeachment contra Rousseff. Esas fuerzas anodinas, en su infinita plasticidad, acotaron el conflicto político y dotaron a la vida pública brasileña de una llamativa continuidad.
Bolsonaro ganó las elecciones impugnando ese esquema de poder. Pero ahora se resigna a gobernar con él. Es su cura de humildad. Se vuelve a demostrar que sin el “centrão”, que consigue posiciones en el gabinete o recursos en los estados a cambio de votos en el Congreso, Brasil parece ingobernable. Sobre esa verificación se levantó lo que algunos consideran un sistema de presidencialismo parlamentario.
Bolsonaro descubre ahora que la alianza con esos actores atávicos le garantiza administrar sin naufragar. Él venía a derribar ese edificio. Al parecer, no pudo hacerlo. Entre otras cosas, porque nunca tuvo claro con qué arquitectura le iba a reemplazar. Como decía Pancho Aricó, aquel brillante politólogo argentino, “soñamos con cambiar al poder, pero lo más probable es que el poder nos cambie a nosotros”.
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