La intimidad expropiada
Hemos construido un mercado cautivo y fáustico que permite satisfacer nuestros deseos como consumidores a cambio de nuestra privacidad
La promesa de liberación es ahora garantía de sometimiento. Esos nuevos artefactos iban a dar poder a los ciudadanos y expandir la democracia, pero de pronto sirven para destruir la convivencia o manipular las elecciones. Surgidas de la desregulación neoliberal y de la globalización sin fronteras, las grandes tecnológicas han liquidado la libertad de mercado y la competencia. Esta es la conclusión que se deduce de los trabajos de una subcomisión antimonopolios del Congreso de los Estados Unidos, dedicada durante un año entero a analizar la amenaza que representan para la economía y para la democracia las cuatro grandes compañías conocidas por las siglas GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple).
Los congresistas han tratado de saber si tienen una posición dominante en el mercado de las búsquedas de Internet, venta online, comercialización de aplicaciones para móviles o distribución de información. También si la absorción y la concentración empresarial tenían como objetivo exclusivo eliminar competidores. Las tecnológicas han destruido los dos mercados sobre los que se sustentaban las industrias de medios tradicionales (prensa, radio y televisión): se han quedado con la publicidad y con las noticias. Lo han hecho, además, en condiciones de ventajismo fiscal y de competencia desleal gracias al mercado global sin fronteras. Pero, más inquietante aún, han sometido a los consumidores a una subrepticia expropiación de sus datos privados, el mecanismo más pérfido del monopolio detectado.
Los monopolios digitales no funcionan como los tradicionales, por la sencilla razón de que se han transformado tanto la idea de mercancía como la asignación de precios. Los usuarios, que pagamos por el libre acceso y uso gratuito con nuestros datos, somos la mercancía. Y el precio es la capacidad de cada monopolio de utilizar nuestra privacidad, nuestra intimidad incluso, accesible gracias a los datos expropiados. Inadvertidamente hemos participado en la construcción de un mercado cautivo, propiamente fáustico, aunque en vez de obtener la eterna juventud a cambio del alma, nos permite satisfacer nuestros deseos como consumidores a cambio de someter nuestra privacidad a la sutil esclavitud de unos artilugios estupefacientes.
Hay que romper los monopolios, sin duda, pero antes hay que defender la propiedad privada más sagrada, la de nuestros datos, que no pertenecen a ningún Gobierno ni a ninguna empresa. Los congresistas han detectado la enfermedad, pero están lejos todavía de conocer cómo debiera ser su tratamiento.
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