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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El tambor de hojalata

Crecer para ERC es ganar. Con su personalidad y sus ideas pero sin los redobles de la confrontación permanente, de las elecciones plebiscitarias, del legado del 1-O o de la enigmática república por hacer

Lluís Bassets
Quim Torra se refiere a Pere Aragonès durante su discurso institucional tras ser inhabilitado.
Quim Torra se refiere a Pere Aragonès durante su discurso institucional tras ser inhabilitado.Marta Pérez (EFE)

¿Querrá? ¿Podrá? Esquerra Republicana tiene cuatro meses para superar su eterna adolescencia. Tiene las encuestas a favor. Goza de una oportunidad única desde la presidencia del Gobierno catalán para marcar la diferencia. La fuerza de la palabra no admite límites. Por minúsculo que sea el margen, quien tiene en política el poder de la palabra, aun sin tener el poder, lo tiene todo.

Pere Aragonés es el vicepresidente “con atribuciones de dirección del Govern” según la neolengua procesista todavía vigente. Es decir, es el actual presidente de Cataluña, no hay otro, y nadie puede sellar sus labios o atarle las manos. No hace falta pronunciar discursos de fin de año ni someterse a una votación de confianza para hacerse escuchar por sus conciudadanos, para aprovechar la legítima ventaja de su voz y de su protagonismo.

Para poder, antes debe querer, algo que nunca es seguro en una Esquerra siempre inmadura. Lo probará en los Presupuestos del Estado, donde sus votos la reforzarán como partido de gobierno tanto como reforzarán al Gobierno de Sánchez que pide su apoyo. Liberados del liderazgo tóxico de Torra y distanciados del liderazgo perturbador de Puigdemont, su banco de pruebas estará en las relaciones con el Gobierno de coalición de progreso en su conjunto, de donde puede extraer petróleo si se emancipa de la vigilancia ejercida desde Waterloo.

Esquerra Republicana de Catalunya se parece a Oscar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata, genial antihéroe de las rabietas creado por Günther Grass, capaz de romper cristales con el redoblar del tambor y con sus chillidos estridentes, que no quiso crecer y se quedó en su diminuta infancia hasta los 30 años. Mantener a Esquerra sometida a los mitos, las mentiras y las imprecaciones de su juventud procesista, que tal es el propósito buscado por su socio y sin embargo enemigo puigdemontista, es lo que la impide crecer.

Crecer para Esquerra es ganar. Y ganar sin tambor. Con su personalidad y sus ideas pero sin los redobles de la confrontación permanente, de las elecciones plebiscitarias, del legado del 1 de octubre, de la enigmática república por hacer, de las deudas ideológicas y materiales con Waterloo. Si gana con tambor y con estridencias, no va a crecer, y seguiremos empantanados en la esterilidad procesista, con la cansina gesticulación de un Quim Torra repetido.

La independencia es una idea, legítima pero sin traducción práctica a la vista. Muchos de los que la idolatran ya se han dado cuenta de que no hay automatismos que conduzcan a ella. Saben que no habrá nada parecido a un referéndum de autodeterminación ni tampoco habrá amnistía. Cualquiera de los dos objetivos equivaldría a saltar a la casilla de una ruptura desprovista de todo: de suficiente fuerza propia, de aliados exteriores, de condiciones objetivas, por supuesto de legitimidad.

Ninguna de estas cansinas y gastadas consignas tiene utilidad en los inquietantes tiempos de pandemia. Como tampoco tiene viabilidad, de nada sirven a la ciudadanía, es decir, a los electores, más bien al contrario, son un estorbo e incluso un agravio. Distinto es el objetivo más práctico de cerrar el capítulo del otoño rupturista, sin políticos presos en las cárceles ni huidos más allá de las fronteras. El aire se haría más respirable con unas elecciones en febrero sin la dramatización permanente en las instituciones y en los medios de comunicación públicos, TV3 especialmente.

A Oriol Junqueras y a Marta Rovira se debe el último redoble. Es su libro Volveremos a vencer. Y cómo lo haremos, donde piden tiempo y pactos. No es poco y, en todo caso, mucho más que la contradictoria e inexistente confrontación inteligente con el Estado propugnada por Puigdemont. La confrontación ahora, y especialmente en época pandémica, es una estupidez propia de quienes no quieren abandonar la adolescencia y prefieren seguir dándole al tambor.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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