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Columna
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¿Qué fue del ministro de Cultura?

En España ha calado tan hondo la idea de que nuestra cultura se reduce a cuatro famosos que viven del cuento que parece que hasta a los ministros del ramo les da siempre vergüenza hablar de dinero

Elvira Lindo
El ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid (España), el pasado 3 de septiembre de 2020.
El ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid (España), el pasado 3 de septiembre de 2020.Ricardo Rubio (Europa Press)

Rechazo a la cultura, a veces desprecio. Algún día habría que seguir el rastro de esa histórica desconfianza hacia la cultura que cala hondo en algunos sectores de la población española. Deberíamos analizar por qué decimos amar la cultura, como si naciera por generación espontánea, y no conseguimos valorar a quienes la producen, a los trabajadores. Dicen que la persistente campaña contra el sector comenzó con las manifestaciones de la guerra de Irak. Ojalá que la historia del desencuentro fuera así de corta, pero no, las raíces son más profundas, se trata sin duda de un sentimiento, el recelo hacia quien crea, que entronca con el maldito país que no sabe ni dónde están los huesos de sus más ilustres, ni ha preservado casas, ni la huella de los que tanto nos dieron. Los intelectuales de los años veinte y treinta del pasado siglo entendieron que había que curar ese tozudo mal desde la raíz, alfabetizando a un país sumido en la ignorancia y dignificando la cultura popular. Es posible que no haya habido momento en España en el que las élites, pedagógicas y artísticas, pusieran tanto empeño en rescatar al pobre de la ignorancia. Sabían que educación y cultura debían ir de la mano y que se trataba de una inversión a largo plazo. Los versos que Luis Cernuda escribió en recuerdo de su amigo García Lorca, “Toda hiel sempiterna del español terrible/ que acecha lo cimero/ Con su piedra en la mano”, resumen el triste final de quien tanto dejó a su paso.

Esta semana aparecía en Le Monde una entrevista con la ministra de Cultura francesa, Roselyne Bachelot. Sin malgastar tiempo en promesas gaseosas, ofrecía cifras concretas, dando cuenta de un plan organizado para rescatar al sector cultural, que tras el del transporte es el que más está sufriendo las consecuencias económicas de la pandemia. Desglosaba los 2.000 millones de euros que se piensan destinar a los distintos sectores implicados, del patrimonio estatal al negocio privado; las ayudas al desempleo y al pequeño negocio, en el que entran desde salas de teatro hasta librerías, que en Francia son la base de la industria editorial. En este plan de rescate de un país orgulloso de su cultura se contempla una puesta al día en la modernización de los sectores, del aumento de la presencia digital, que puede, en un futuro, descargar a los museos del amontonamiento turístico. Sin saber si el público volverá a las andadas, que sería lo deseable, la ministra resumía su discurso con una frase esperanzadora: “El Estado no va a abandonar a nadie”.

En España ha calado tan hondo la tozuda campaña voceada por políticos y periodistas mentirosos de que nuestra cultura se reduce a cuatro famosos que viven del cuento, a paniaguados que subsisten gracias a pingües subvenciones, que parece que hasta a los ministros del ramo les da siempre vergüenza hablar de dinero. No ocurre lo mismo con el sector hostelero o el automovilístico. Ni tan siquiera con el deportivo, un campo en el que los políticos pueden hacer gala de su populismo. Pero en el debate no hay un recuerdo para tantos trabajadores de salas de teatro que han perdido el trabajo, para el incierto futuro de los cines, de los locales de música, para las librerías, para todos los oficios que intervienen en la producción de un libro, de una obra de teatro, de una película, del mantenimiento de nuestros museos y salas de arte. Cada manifestación cultural frustrada envía al paro a un buen número de personas con pocas expectativas de reiniciar su actividad laboral. Esta sería la oportunidad de retomar aquel noble impulso de rescatar al país de su ostracismo cultural elevando a su vez el nivel educativo. Y ahí podrían arrimar el hombro los creadores. No hay cultura sin una buena educación básica. Este es el momento. Más allá de la curva de contagio, necesitamos un proyecto para mejorar el país. Señor ministro, comparezca.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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