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Columna
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Aulas en cuarentena

Ningún escenario será sencillo. Ahora, intentemos, por una vez, que los niños no vuelvan a ser la última prioridad de este país

Pablo Simón

Hay cosas que no se podían saber de esta pandemia, pero que el curso escolar regresaba en septiembre no es algo imprevisto. La cuestión es que, en plena segunda ola de coronavirus, la vuelta a las aulas se puede hacer bien (como en Dinamarca) o mal (como en Israel). Tropezar no es inevitable.

Invocar los derechos a la sanidad y la educación en abstracto es cómodo, pero la política consiste en jerarquizar principios y traducirlos en acciones concretas. Si algo se sabe es que el presencialismo es fundamental porque, de un lado, los largos periodos de desconexión educativa aumentan la brecha social en rendimiento escolar y, del otro, porque la docencia online reduce la adquisición global de competencias. Por tanto, es importante la presencia física en la escuela, particularmente para los hogares más modestos y con hijos en edades tempranas de desarrollo. Sin embargo, esto se tiene que hacer con las máximas garantías sanitarias para profesores y alumnos. Justamente en la intersección de ambas ideas es donde entra la política y el grado de aversión al riesgo de cada Administración.

Ya sabemos cuál es la política ideal sobre el papel: aumentar plantillas de profesores para reducir las ratios a la mitad (entre 15-20 alumnos), habilitar infraestructuras para el desdoble, tener grupos que solo contacten entre ellos en áreas comunes (comedor, muy importante para muchas familias, y patio), refuerzo de la limpieza y desinfección, y que haya especialistas sanitarios en los centros que apoyen al personal docente. E incluso así es inevitable que haya contagios, pero cuanto más cerca se esté de ese ideal, mejor, un escenario que debe exigirse a las consejerías autonómicas. Sin embargo, en muchas comunidades no parece que nos vayamos a ver ahí, dados los escasos recursos disponibles y con unos centros educativos sobre los que, para colmo, se descarga la responsabilidad.

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Ante esto se viene un escenario trágico en el que habrá que elegir el menor de los males. Mi modesta propuesta pasa por dos vías. De un lado, que ante el primer contagio, no se opte por el cierre de todo el sector educativo, por más que haya presión. Las cuarentenas, cuanto más quirúrgicas, mejor (igual que no cerraríamos toda la industria porque haya un contagio en una fábrica). Del otro lado, que si se va a pasar a la modalidad online, lo hagan los estudiantes mayores (quizá desde tercero de ESO y postobligatoria) e intentemos que los más pequeños estén en el aula. Eso es positivo tanto para su desarrollo académico como para la conciliación, además de permitir liberar aulas y, según las circunstancias, agrupar docencia online de los mayores, optimizando el escaso personal.

Ningún escenario será sencillo. Ahora, intentemos, por una vez, que los niños no vuelvan a ser la última prioridad de este país.

Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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