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Tribuna
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La elección del BID y la agenda pospandemia

Aplazar la elección unos meses permitirá a los países escuchar propuestas y ponerse de acuerdo

Logo del Banco Interamericano de Desarrollo, durante una convención en Ciudad de Panamá.
Logo del Banco Interamericano de Desarrollo, durante una convención en Ciudad de Panamá.Arnulfo Franco (AP)
Felipe Larraín Bascuñán

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) afronta una nueva etapa marcada por el impacto de la pandemia y por la elección de un nuevo presidente. En una controvertida decisión, Estados Unidos presentó por primera vez un candidato a presidirlo, rompiendo así una tradición de 60 años. Pero incluso más que una tradición, existe un compromiso explícito en 1959 del expresidente de EE UU Dwight Eisenhower de que el BID sería presidido por un latinoamericano, como consta en el libro A Long and Winding Road: the Creation of the Inter American Development Bank de los autores Victoria del Campo y Eugenio Díaz-Bonilla.

No sorprende entonces que esta decisión haya sido cuestionada por un grupo políticamente transversal de expresidentes de la región, como son Fernando Enrique Cardoso, Ricardo Lagos, Julio María Sanguinetti, Juan Manuel Santos y Ernesto Zedillo. También han manifestado su cuestionamiento un conjunto significativo de excancilleres y exministros de Hacienda latinoamericanos. La elección está prevista para septiembre próximo, pero hay buenas razones para postergarla algunos meses.

Las extraordinarias y cambiantes circunstancias que vive el planeta obligan a discutir y generar un acuerdo respecto de una nueva agenda del BID en la recuperación de América Latina y el Caribe. Para esto, candidatas y candidatos a liderarlo deben hacer sus planteamientos en detalle y rigor, y los países miembros que eligen deben evaluar los argumentos con seriedad y calma. La postergación es una medida extraordinaria, ¿pero no son estos tiempos extraordinarios que requieren reflexión?

La multilateral con sede en Washington DC ha jugado un rol histórico en el progreso de la región. Desde 1959 ha fortalecido su presencia como motor del desarrollo, con esfuerzos orientados a ayudar y coordinar las acciones de sus países miembros. La lucha contra la pobreza y la desigualdad, junto a los esfuerzos para eliminar brechas por diversidad y género, siempre velando por un desarrollo sostenible, promoviendo las alianzas público-privadas, han sido y deben seguir siendo los pilares estructurales del trabajo del BID. Estas son áreas críticas para una región que transitó desde la crisis subprime hasta el boom de los commodities y la cuarta revolución industrial en poco más de una década. Pero frente a la crisis actual el desafío futuro incluye todo lo anterior y mucho más.

La pandemia y la compleja situación de salud pública y económica que de ella se ha generado, con caídas históricas en el producto de la región, obligan a redoblar los esfuerzos de apoyo social e innovar en materias estratégicas. Esto probablemente amplificará —ojalá transitoriamente— las desigualdades en distintos ámbitos, incluso en aquellos países que habían realizado avances sociales sólidos. El BID puede contribuir a aminorar los efectos de que lo que se anticipa será un periodo de retroceso y menor crecimiento global.

Ante esto, las acciones de la institución deberían considerar principios articuladores. Primero, por supuesto, impulsar una agenda social enfocada en reducir las negativas consecuencias sanitarias, económicas y sociales de la covid-19. Para esto el BID debe desarrollar un plan de aceleramiento, ampliación y flexibilización de algunas de sus asistencias financieras, que contemple una revisión de procedimientos internos. Debe también apoyar en el diseño y financiación de los programas de recuperación económica de la región, con el acento puesto en proteger los ingresos de las personas, fomentar la creación de empleos, potenciar la actividad económica (especialmente a las pymes), dar incentivos para la inversión privada y contribuir a financiar la inversión pública. Y, por supuesto, la férrea defensa de la democracia debe ser también parte esencial de esta agenda. La región no solo requerirá de un importante apoyo del Estado, sino además de la capacidad, esfuerzo y libertad de toda su población.

Desde una perspectiva de más largo plazo, pospandemia, será también necesario abordar el inmenso desafío para las finanzas públicas que han significado las agresivas y necesarias medidas de expansión del gasto público. A esto se suma el apoyo al proceso de desarrollo inclusivo que incorpore pilares sustentables y economía circular. Y, por supuesto, no claudicar de la apuesta de que el capital humano será el motor del desarrollo futuro de la región. Finalmente, como toda institución inserta en la cuarta revolución industrial, el banco se enfrenta al desafío de modernizarse para adaptarse a un nuevo siglo.

El BID puede contribuir con una potente agenda desarrollada a partir de una estrategia innovadora que permita a América Latina y el Caribe acotar los efectos de la pandemia y reactivarse. Es el trabajo que deberá llevar a cabo quien quiera ser el o la nueva líder de la institución. Posponer la elección algunos meses permitirá a los países miembros escuchar propuestas y ponerse de acuerdo en esta crucial y ambiciosa agenda.

Felipe Larraín Bascuñán fue gobernador del BID y ministro de Hacienda de Chile en 2010-2014 y 2018-2019, y es profesor titular PUC Chile; CLAPES UC.


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