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Columna
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Bolsonaro ensaya su metamorfosis

Desde hace semanas, apareció lo que parecía imposible: un presidente brasileño más discreto

Carlos Pagni
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, conduce su motocicleta por las calles de Brasilia, el domingo.
El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, conduce su motocicleta por las calles de Brasilia, el domingo.Andre Borges (EFE)

Jair Bolsonaro está intentando una metamorfosis. El cambio más evidente es que comenzó a guardar silencio. Desde hace semanas, el presidente de Brasil ya no agita a la opinión pública con sus provocaciones verbales. Apareció lo que parecía imposible: un Bolsonaro más discreto.

La otra novedad tiene que ver con la situación social. La economía brasileña arrastra un gran estancamiento desde hace 5 años. Cuando insinuaba una recuperación, la pandemia volvió a hundirla. La caída en el nivel de actividad amenaza con un aumento dramático de la pobreza. A fines de 2019, el PIB per cápita era 7% menor que en 2014. Cuando termine 2020 se calcula que será 12% menor que en aquel año.

El Gobierno reaccionó ante este drama como las demás administraciones de la región. Lanzó un programa de ayuda a los más pobres. Para los que ya estaban asistidos y para quienes no estaban registrados por el Estado. El plan clásico Bolsa Familia (beca familia) cubre a 14.2 millones de familias. El aporte es de 40 dólares mensuales por beneficiario. Se le agregó un Auxilio de Emergencia, que llegó a unos 60 millones de personas, muchísimas de las cuales reciben también la prestación Bolsa Familia. Al Auxilio se puede acceder con una simple aplicación telefónica.

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La cobertura social frente a la crisis se extiende también a los asalariados de bajos ingresos que ya recibían el denominado Salario Social desde antes de la aparición del virus.

La iniciativa más reciente de Bolsonaro es unificar todos los beneficios, eliminando superposiciones innecesarias, en un solo programa denominado Renta Brasil. Esta idea está produciendo novedades políticas inesperadas. El presidente, ahora más discreto, ve cómo su imagen comienza a mejorar en territorios que le eran muy esquivos. De estas ayudas, más de siete millones se asignan en el nordeste. Y casi dos millones en el norte. Son regiones dominadas desde siempre por el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva.

Las encuestas comienzan a premiar a Bolsonaro. Los niveles de rechazo comienzan a ceder: cayeron del 50 al 45%. Y la aceptación tiene un leve ascenso: del 30 al 35%. Son números publicados por la consultora XP. Los sondeos que plantean escenarios electorales corroboran que hoy el ultraderechista Bolsonaro superaría a cualquier otro candidato. Incluso a Lula, que no está en condiciones judiciales de competir. Todo es muy prematuro. Los brasileños irán a las urnas recién en 2022. Por ahora solo existe un fenómeno, para muchos, sorprendente: podría ganar calor popular una figura de derecha extrema, aun en regiones favorables a la izquierda.

La paradoja de este cuadro es que la recesión, con sus exigencias de más gasto público, encuentra a Brasil bajo el dominio de un ministro de Hacienda ultraliberal, como Paulo Guedes. Bolsonaro debe convencerlo a él para abrir la mano y mejorar la situación social de los ciudadanos, y su propia situación electoral. Guedes está preocupado por la expansión del déficit fiscal. Por lo tanto, propone una reforma impositiva para solventar el programa Renta Brasil. El centro de su propuesta es un impuesto a las transacciones financieras.

Las pretensiones del ortodoxo Guedes obligan al Gobierno a reordenar sus relaciones con el Congreso. Es otro aspecto de la transformación de Bolsonaro: comenzó a seducir a los sectores de centro. Es un anticipo de lo que puede ocurrir el año próximo, con dos relevos importantes. Dejará la presidencia de la Cámara Rodrigo Maia, quien comenzó siendo un aliado moderado pero se transformó en un rival del presidente. También vence el mandato de Davi Alcolumbre como jefe del Senado. A estas modificaciones sigue otra, tanto o más importante: José Antonio Dias Toffoli concluye su mandato como presidente del Superior Tribunal Federal. Quiere decir que Bolsonaro podría atravesar los últimos dos años de su período en otro entorno institucional.

No es el único cambio de contexto. Las relaciones exteriores pueden aportar también una novedad. En este caso, ingrata. El Gobierno brasileño hizo una apuesta muy enfática a la relación con Donald Trump. Pocas veces en la historia Brasil estuvo tan alineado con los Estados Unidos. Ese vínculo fue, antes que nada, personal. O, mejor dicho, familiar: una amistad entre los Trump y los Bolsonaro.

Las encuestas indican que en la Casa Blanca podría haber un cambio de mando. Nunca las relaciones bilaterales entre países están atadas a simpatías entre gobernantes. Esas afinidades suelen poner color a asociaciones incentivadas por intereses. El caso de los Estados Unidos y Brasil no escapa a esta regla. Es la dirigencia brasileña la que se siente cómoda con el alineamiento que Bolsonaro le propone. Por lo tanto, la orientación general de esa alianza seguirá siendo la misma en una eventual gestión de Joe Biden. Eso sí: Bolsonaro deberá afinar el oído para otra melodía.

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