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Columna
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La reaparición militar

Como una derivación de la pandemia, los soldados comienzan a desempeñar un nuevo papel en la escena pública de América Latina

Carlos Pagni
Un militar habla al oído de Bolsonaro en una ceremonia en Brasilia el pasado marzo.
Un militar habla al oído de Bolsonaro en una ceremonia en Brasilia el pasado marzo.Joédson Alves (EFE)

La historia de América Latina ha sido una historia armada. La guerra de la independencia fue apenas un detalle en esa larga inercia. La tradición autoritaria se fue tejiendo de golpes militares e insurgencia guerrillera, en un ciclo patológico tan extenso que parecía haberse vuelto crónico. Para dicha de toda la región, la democracia se consolidó a partir de los años ochenta. Sin embargo, el protagonismo político de las armas reaparece. No solo en Venezuela, donde entre Hugo Chávez y Diosdado Cabello construyeron la plataforma castrense en la que se sostiene, gracias a complicidades impresentables, Nicolás Maduro. Con una modulación distinta, también en Brasil el Ejército ocupa un rol inesperado. Son casos particulares. Pero es interesante observarlos, porque se recortan sobre un panorama en el cual, como una derivación de la pandemia, los soldados comienzan a desempeñar un nuevo papel en la escena pública.

Jair Bolsonaro fue diputado durante siete mandatos. Pero su carrera hacia la Presidencia brasileña fue presentada como una marcha militar. A pesar de que había dejado los cuarteles de joven, en 1988, con el grado de capitán. El mismo Bolsonaro exageró esa condición profesional con manifestaciones ideológicas. Por ejemplo, una insistente reivindicación del golpe militar de 1964, aplaudido como una eficiente barrera frente al avance del marxismo. Él sigue militando en esa guerra.

La elaboración de esta imagen puede haber sido anecdótica en comparación con otro proceso: el papel que las instituciones castrenses jugaron en la salida del Partido de los Trabajadores del poder. Los generales brasileños acompañaron, con la mayor discreción, el desplazamiento de Dilma Rousseff a través de un impeachment. Hubo una política que los motivó más que otras: el impulso que Rousseff había empezado a dar a las presuntas violaciones a los derechos humanos cometidas por soldados durante los años sesenta y setenta. La cúpula del Ejército jugó también un papel en la exclusión de Lula da Silva de la competencia presidencial en la que se impuso Bolsonaro. Horas antes de que el Superior Tribunal Federal de Brasil dictaminara si el líder del PT debía ir tras las rejas o podía esperar en libertad un nuevo pronunciamiento judicial, el 3 de abril de 2018, el general Eduardo Vilas Boas, comandante de esa fuerza, emitió un tuit declarando que el Ejército compartía “las ansias de todos los ciudadanos de bien de repudio a la impunidad y de respeto a la Constitución, a la paz social y a la democracia, así como se mantiene atento a sus misiones institucionales”. El impacto fue contundente. Los militares, asumiendo una tutela sobre el juego institucional que las normas no les conceden, vetaban la libertad de Lula. El propio Vilas Boas reconocería más tarde que con ese tuit se había puesto en el borde de la ley.

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Una vez que llegó al poder, llenó su Gabinete de uniformados. En la actualidad, seis Ministerios son ejercidos por compañeros de armas del presidente. Entre ellos hay algunos muy relevantes. El jefe de la Casa Civil, que es un primus inter pares, es el general Walter Souza Braga Netto. Reemplazó a Onix Lorenzoni. A diferencia de los que acompañan a Bolsonaro desde un comienzo, este militar no es un viejo retirado. Su función anterior era la de jefe del Comando Militar Este de las Fuerzas Armadas de Brasil. Más significativa todavía es la presencia de Luiz Eduardo Ramos en la decisiva Secretaría General de la Presidencia. Ramos es un general en actividad. El almirante Bento Costa Lima tampoco se retiró de la Armada brasileña para desempeñarse como ministro de Minas y Energía. Pero el caso de Ramos es más expresivo: como secretario general tiene una influencia política sin igual.

Esta participación de oficiales en actividad obliga a revisar una hipótesis inicial del Gobierno de Bolsonaro. La idea de que las Fuerzas Armadas no querían involucrarse con el nuevo presidente por temor a que se politicen los cuarteles. O a que el experimento fracase con ellas adentro. Esa prescindencia fue desapareciendo a medida que el presidente entró en un conflicto más marcado con la dirigencia político-parlamentaria, y se fue distanciando del Partido Social Liberal, con el que compitió en las elecciones.

Aparte de los ministros, hay decenas y decenas de militares retirados ubicados en los rangos medios de la Administración. El entorno cotidiano de Bolsonaro está integrado por gente de uniforme. Esta propensión presenta un rasgo de familia muy notorio con Donald Trump. El presidente de los Estados Unidos también prefirió reclutar a sus colaboradores en los cuarteles y no en el Partido Republicano.

Muchos festejan la predilección de Bolsonaro por sus antiguos colegas. Prefieren que se rodee de soldados y no de sus hijos, que no han sido bendecidos con el don de la sofisticación política, pero ejercen sobre él una influencia incomparable. Entre quienes aplauden no está, sin embargo, el súper ministro Paulo Guedes. Los militares disputan con él la orientación económica del Gobierno. Guedes ve en ellos un obstáculo importante para su programa de reducción del tamaño del Estado. El duelo salió a luz hace pocos días. Los generales, liderados por Braga Netto, presentaron un programa, Pro-Brasil, y Guedes contestó presentando, una vez más, su renuncia. Bolsonaro salió a respaldarlo en público.

Las Fuerzas Armadas brasileñas esperan aumentar su gravitación en la ecuación oficial. El avance del coronavirus facilita su presencia. La pandemia exige un sistema sanitario, pero también un aparato logístico que solo proveen los cuarteles. Esta dimensión de la crisis producida por la covid-19 está aflorando en todo el mundo: en los Estados Unidos, China, España, Italia, Brasil o Argentina los uniformados no se reducen a médicos o enfermeros. La urgencia humanitaria hace que los soldados vuelvan a salir a escena.

Para Bolsonaro es un enorme desafío. Una catástrofe humanitaria podría amenazarlo de verdad con un juicio político que hoy es todavía teórico. Ese eventual impeachment terminaría de cerrar el círculo. Hamilton Mourao, el vice de Bolsonaro, su hipotético sucesor, también es general.

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