Inercias
El peligro que debe afrontar la actual Monarquía no es una reforma constitucional, ni la limitación de la inviolabilidad, ni el fracaso del relato juancarlista
Lo difícil era no hacerlo bien. Nadie ha contado en siglos con tantas facilidades para triunfar como Juan Carlos I. Beneficiario de un personaje impecable, el del rey simpático, cercano, campechano, desinteresado por completo en el poder, le habría bastado con atenerse a su papel y darse por satisfecho con haber sorteado felizmente el oscuro embrollo del golpe frustrado de 1981, del que quizás nunca llegaremos a saber toda la verdad. Pero los seres humanos se mueven por inercias semejantes a las que impulsan los procesos históricos. La inmunidad genera impunidad, la costumbre del éxito nubla la vista de quienes dejan de distinguir la perspectiva del fracaso, los halagos de los cortesanos crean cortes, los relatos favorecedores son tan agradables que resulta fácil confundirlos con la verdad. Pero un relato es una cosa y la verdad, otra distinta. El desastre de Annual, que en 1921 costó la vida de unos 12.000 soldados y la de su jefe, el general Silvestre, que se voló la cabeza para salvar presuntamente la figura de Alfonso XIII, quien le habría ordenado saltarse la cadena de mando y adentrarse en el Rif para proteger sus intereses económicos, cambió las inercias en España. Es muy probable que, sin el radical desprestigio que la matanza de Annual deparó a la Monarquía —¡qué cara es la carne de gallina!, dijo el rey al negarse a pagar el millón de pesetas que Abdelkrim exigía para liberar a unos 600 prisioneros españoles—, no se hubiera llegado a proclamar la República el 14 de abril de 1931. El peligro que debe afrontar la actual Monarquía no es una reforma constitucional, ni la limitación de la inviolabilidad, ni el fracaso del relato juancarlista. El peligro, tan sutil como mortal, se llama inercia.
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