_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Inercias

El peligro que debe afrontar la actual Monarquía no es una reforma constitucional, ni la limitación de la inviolabilidad, ni el fracaso del relato juancarlista

Almudena Grandes
Juan Carlos I, en Sanxenxo en julio de 2019. / IAGO LÓPEZ (IGTRES)
Juan Carlos I, en Sanxenxo en julio de 2019.Iago López (GTRES)

Lo difícil era no hacerlo bien. Nadie ha contado en siglos con tantas facilidades para triunfar como Juan Carlos I. Beneficiario de un personaje impecable, el del rey simpático, cercano, campechano, desinteresado por completo en el poder, le habría bastado con atenerse a su papel y darse por satisfecho con haber sorteado felizmente el oscuro embrollo del golpe frustrado de 1981, del que quizás nunca llegaremos a saber toda la verdad. Pero los seres humanos se mueven por inercias semejantes a las que impulsan los procesos históricos. La inmunidad genera impunidad, la costumbre del éxito nubla la vista de quienes dejan de distinguir la perspectiva del fracaso, los halagos de los cortesanos crean cortes, los relatos favorecedores son tan agradables que resulta fácil confundirlos con la verdad. Pero un relato es una cosa y la verdad, otra distinta. El desastre de Annual, que en 1921 costó la vida de unos 12.000 soldados y la de su jefe, el general Silvestre, que se voló la cabeza para salvar presuntamente la figura de Alfonso XIII, quien le habría ordenado saltarse la cadena de mando y adentrarse en el Rif para proteger sus intereses económicos, cambió las inercias en España. Es muy probable que, sin el radical desprestigio que la matanza de Annual deparó a la Monarquía —¡qué cara es la carne de gallina!, dijo el rey al negarse a pagar el millón de pesetas que Abdelkrim exigía para liberar a unos 600 prisioneros españoles—, no se hubiera llegado a proclamar la República el 14 de abril de 1931. El peligro que debe afrontar la actual Monarquía no es una reforma constitucional, ni la limitación de la inviolabilidad, ni el fracaso del relato juancarlista. El peligro, tan sutil como mortal, se llama inercia.


Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_