Desencuentro
Lo que yo quiero es ser gente, pero no me sale
Estoy leyendo un libro aburrido que ha divertido a la gente. Lo compré por eso, por la gente a la que le había divertido porque lo que yo quiero es ser gente, pero no me sale. Estamos ahora la gente y yo cenando en una terraza al aire libre y me preguntan por el libro. Respondo que me parece genial por miedo al rechazo. He leído bastante sobre la necesidad de establecer vínculos de afecto con los otros, de modo que no me importa mentir por esta causa. Me he pasado, además, la mitad de la vida en la cola de la ventanilla de la pertenencia como el que hace cola en la pescadería y me han ofrecido pertenecer a muchas sociedades, pero yo solo he deseado ser incluido en las filas de la humanidad.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que la humanidad tiene algo de club. No un club de tenis ni un club, qué sé yo, de fumadores o de amigos del transporte público, pero es también un lugar un poco cerrado, asfixiante a veces, donde tienes que decir o hacer cosas que no te convencen. Las he hecho y las he dicho para no quedarme a la intemperie, de ahí que me gusten los libros que me aburren o me diviertan las películas en las que me duermo, aunque ya me va pesando este fingimiento continuo. No es fácil dar con el punto de articulación de los otros.
Así que cojo una patata frita del centro de la mesa, pego un sorbo a mi jarra de cerveza y repito que sí, que el libro que me recomendaron es genial. Entonces resulta que ellos, por lo que sea, han cambiado de opinión y ahora les parece malísimo. ¿Cómo es posible que te guste ese engendro?, dicen. Me veo obligado a inventar las razones por las que me gusta y a medida que las invento voy descubriendo que me gusta de verdad. Un desencuentro más. El caso es no coincidir nunca.
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