El carbón como fetiche patriótico
El Gobierno polaco se resiste a adoptar medidas drásticas para combatir el cambio climático
Tanto si la pandemia está retrocediendo como si simplemente los europeos se están acostumbrando a vivir con ella, una cosa es segura: hacer frente al cambio climático que está devastando nuestras vidas sigue siendo el desafío más importante para el futuro.
El problema con el CO2 le espera a Polonia en la mesa de negociaciones de Bruselas, porque algunos países comunitarios quieren supeditar el Fondo para una Transformación Justa (es decir, la propuesta de 8.000 millones de euros para Polonia) a que Varsovia se sume al objetivo de la neutralidad climática de la Unión Europea para 2050. El Gobierno polaco consiguió en diciembre aplazar la decisión, pero ahora muchas capitales europeas quieren vincular el acuerdo presupuestario a una adhesión inequívoca de Polonia a la política climática común para la UE.
¿Por qué las medidas contra el calentamiento global son tan incómodas para las autoridades, si en Polonia casi la mitad de la población ha votado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales por los candidatos que predican eslóganes verdes? Hace solo dos años en Cracovia, la antigua capital de Polonia con 800.000 habitantes, daba miedo salir a la calle en invierno. Sobre la hermosa ciudad se cernía una capa tan gruesa de contaminación que apenas se podía respirar. En la lista de las metrópolis más contaminadas del mundo, Cracovia aparecía regularmente en cabeza; tan solo en la capital de Nepal, Katmandú, se respiraba peor aire.
Cracovia está en un valle, rodeado de colinas. La nube de polvo que se produce en los hornos que calientan las casas y los motores de los coches no tiene adónde ir. Pero el Ayuntamiento de Cracovia ha llegado hasta el final en su lucha contra la contaminación. Fue el primero en introducir la prohibición de quemar carbón, pagó el reemplazo de la calefacción con su propio presupuesto, liquidando la mayoría de las estufas de carbón. Y así este año la calidad del aire ha mejorado radicalmente. Sin embargo, Cracovia no recibió ayuda del Estado. Para colmo, Ley y Justicia (PiS en sus siglas polacas), el partido que gobierna en Polonia, limitó los fondos para la lucha contra la nube contaminante.
Al igual que otros partidos populistas-conservadores de la UE, el PiS es, por decirlo suavemente, escéptico sobre los movimientos ecologistas. Sus políticos se toman al pie de la letra aquel versículo bíblico de “llenad la tierra y sojuzgadla”. Ya en el principio de su mandato, el ministro de Asuntos Exteriores consideraba el vegetarianismo y el ciclismo como “caprichos”. Exigir restricciones a la injerencia humana en el medioambiente se considera una conspiración de los izquierdistas occidentales. Si bien el Gobierno promete programas para reemplazar las estufas o aislar térmicamente los hogares, los resultados son inapreciables.
Si las autoridades consienten que en Polonia decenas de miles de personas mueran cada año a causa de la contaminación, ¿cómo vamos a debatir un problema más amplio, como la protección del clima? La clave aquí es el carbón, que se sigue extrayendo a gran escala en Polonia, a pesar de su decreciente rentabilidad. “Es el mayor tesoro de Polonia. ¡No permitiré que se asesine a la industria minera polaca!”, dijo hace un año el presidente Andrzej Duda, quien actualmente lucha por su segundo mandato, con el apoyo de Ley y Justicia.
Los mineros —un sector pequeño pero bien organizado— son el electorado más fiel de la derecha, su mano de hierro. Hasta tal punto que en diciembre, durante la celebración de su día, Duda pidió a los mineros, vestidos con sus tradicionales uniformes, que le ayudaran a “limpiar los hogares polacos”. ¿Era solo una metáfora? Al fin y al cabo, los mineros demostraron que pueden ser agresivos cuando se concentran. Y que no ceden ante el chantaje. Hace un mes amenazaron con una manifestación en Varsovia. El Gobierno, temiendo las consecuencias políticas, inyectó un chorro de dinero adicional para esta industria.
Por un lado, el PiS considera que los ecologistas están obcecados por una ideología equivocada; por otro, está bajo presión del lobby minero. Pero el tercer factor es la industria energética polaca, dependiente del carbón. Cambiar este statu quo requeriría miles de millones, que el Estado no tiene. Ni siquiera la fuerte suma que la UE quiere emplear en el Acuerdo Verde Europeo sería suficiente para reconvertir rápidamente la economía de un país con 40 millones de habitantes a la energía renovable. Peor aún, el PiS ha cambiado la legislación, obstaculizando el desarrollo de los parques eólicos. ¿La razón? Las turbinas eólicas le hacen la competencia al carbón.
El mundo civilizado se está alejando del carbón. Pero mientras la propaganda de las autoridades polacas se apoye en la idea del “oro negro polaco”, que insufla energía a la economía local, tendrá que ignorar las demandas de los científicos y los ecologistas. El resultado es que la gente —en principio reacia a los cambios revolucionarios, independientemente de su urgencia— enferma realmente por la mala calidad del aire, pero apoya el poder que ha hecho del carbón un fetiche patriótico.
Bartosz T. Wielinski es adjunto a la dirección de Gazeta Wyborcza.
Traducción de Amelia Serraller Calvo.
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