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Estar sin Estar
Columna
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Cuento del covid en C

Concepción Camarena Covarrubias confirma la curva de los contagios, la contingencia del confinamiento, el cambiante contraste entre confianza y coraje, las calles de Coyoacán casi convertidas en crucigrama de cuento

Concepción Camarena Covarrubias. Ilustración de Jorge F. Hernández
Concepción Camarena Covarrubias. Ilustración de Jorge F. Hernández

Condenada al confinamiento contra su conciencia, Concepción Camarena Covarrubias se consuela cantando canciones caribeñas. Casi catatónica con ciertas contracciones, Concha Camarena camina cortos circuitos centrados y concéntricos en el corazón de su casita de Coyoacán: cabalga callada, casi casi completando el círculo callado de su ya conocida castidad y convierte su colchón en caverna de cuarentena con cada conversación sin cónyuge ni combate, sin compañía ni compasión.

Concha Camarena comienza una corta campaña de cursos —en cuadernos de cursivas, cuentas y cruces—como colegio sin compañeras, calificándose con crayolas calentadas con cerillos —como cera. Coletas de cabello de colegiala, carita con cachetes carmesí y contención de carcajadas para cumplir cada curso con coreografías camufladas por cortinas, cortando compartir con el contingente del condominio cada centímetro de su confusión o confesión del confinamiento.

Cada clavo del cerebro ha cimbrado su convencido credo de que contra covid conviene calar cerebelo y cerviz en cuantiosas cuestiones casi cisternas de contradicciones y convicciones confesionales que se contraponen a lo convencional. Conchita Camarena Cobarrubias —casi consciente de su cómica consternación— calma o contiene la cacareada caravana de cláusulas y códigos con cada cuchara curiosa de su coqueto corazón: cuenta cuentos que no comparte, canta cantos sin cornetas, cosiendo calcetines sin par; cuando campeaba en centros comunitarios de compañeras o contemporáneos, Concha comulgaba con sus credos y ceremonias… casi como cumple con casi todas las creencias en caliente que confecciona y confronta a solas.

Concha cubre con crema su cara y consulta la curva de contagios. Coloca en cenicero su corona y cuela su cazuela de clavo y canela; cierne su cabeza de cabellos como caracoles y coloca cada cápsula en la cestita de su cómoda. Concha confirma la curva de los contagios, la contingencia del confinamiento, el cambiante contraste entre confianza y coraje, las calles de Coyoacán casi convertidas en crucigrama de cuento, los calambres y la calentura, la contundente confesión de un comentarista y climática y cotidianamente, Concepción Camarena Covarrubias… claudica.

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