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Columna
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La batalla de la reconstrucción

La agenda la marca el dinero y no las expectativas vitales de los ciudadanos, reducidos a ‘Homo economicus’

Josep Ramoneda
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante la sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante la sesión de Control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.Dani Duch / Pool (Europa Press)

La experiencia de la pandemia reforzará las democracias? De este episodio inesperado llamado confinamiento sale una constatación inquietante: en nombre de la salud casi todo está permitido. Los gobernantes han tenido ocasión de verificar que una amenaza para la vida es el mejor pasaporte a la servidumbre. Y los que gobiernan son muy sensibles a todo lo que les allane el camino de la sumisión. Al mismo tiempo, está probado que cuando se retira un derecho nunca hay garantías absolutas de que sea devuelto pronto y entero. La expresión normalidad vigilada que el presidente Sánchez ha utilizado es reveladora.

Cuando empezó todo, pareció que el autoritarismo chino era invencible en situaciones como estas. Después, el milagro Xi Jinping ha ido perdiendo creyentes. Y las derechas autoritarias occidentales se han querido pasar de listas (en Gran Bretaña como en Estados Unidos o en Brasil) y han quedado a la intemperie, atrapadas en la irresponsabilidad de sus dirigentes. En todas partes, sin embargo, se ha puesto de manifiesto que la distancia entre la superestructura política y la realidad ciudadana es grande. Y la desconfianza no cesa.

En el caso español han generado cierta estupefacción las oscilaciones y contradicciones del Gobierno, la subrogación de responsabilidades en los especialistas, la dificultad para tejer complicidades con los demás partidos políticos y con los distintos niveles institucionales, la verificación de los destrozos que se habían hecho en la última década en sectores como el sanitario o las residencias para gente mayor y los grotescos enfrentamientos parlamentarios en que la incapacidad para confrontar estrategias y propuestas aboca al insulto y la bronca.

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En este contexto llega el momento de la reconstrucción. Y la primera constatación, que no sorpresa, es que casi solo se habla de economía, abundando en una concepción restrictiva de la condición humana que viene siendo ideología dominante desde hace tiempo. De modo que la agenda la marca el dinero y no las expectativas vitales de los ciudadanos, reducidos a Homo economicus. Pero, como decía Dani Rodrik, “esta crisis nos enseña que nuestras prioridades estaban equivocadas”. ¿Qué se busca? ¿Un simple maquillaje para prolongar las inercias de antes del parón o abrir espacios a la ciudadanía, reforzando la democracia y pensando en términos de bienestar? En la medida en que las derechas radicalizadas no pretenden aportar otra cosa que un plus de autoritarismo para que todo siga igual, la izquierda tiene una oportunidad. ¿Será el Gobierno capaz de ofrecer un proyecto de reconstrucción incluyente que deje en mal lugar al que lo rechace? Mientras la directora del FMI dice “gasten cuánto puedan, pero guarden los recibos”, la derecha española se alinea con la derecha nórdica europea para exigir ajustes y recortes duros. “Traición”, lo llama Pablo Iglesias. La derecha sigue pegada a la ideología de la austeridad, que todos sabemos quién la paga. En todo caso, este es el guión de la batalla que viene.

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