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Columna
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Las correcciones

Las constantes rectificaciones forman parte del estilo de Gobierno de Sánchez

Ricardo Dudda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el debate en el Congreso de la quinta prórroga del estado de alarma.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el debate en el Congreso de la quinta prórroga del estado de alarma.Pool

El Gobierno de Pedro Sánchez es el Gobierno de la corrección política, entendida esta como la corrección y rectificación constante de las decisiones políticas. Hay varias hipótesis que explican esto. La primera es que el Gobierno lanza globos sonda y espera la reacción de la ciudadanía o de otros partidos y líderes políticos para saber qué pensar y si hay que seguir adelante o no. Esta hipótesis tiene un pilar esencial: las cosas han de hacerse a medias porque no está claro que vayan a sobrevivir. Y por eso, cuando sobreviven, suelen ser medidas ambiguas y jurídicamente confusas, como algunas de las leyes aprobadas contra la crisis de la covid-19, que se anuncian a bombo y platillo pero se van concretando sobre la marcha.

Esto último explica en parte otra hipótesis sobre la tendencia del Gobierno a las rectificaciones. El presidente es impaciente y a menudo anuncia cosas que no están del todo claras. Quiere ser el portador de buenas noticias, una visión muy limitada de la presidencia: incluso en los momentos en los que hay que anunciar algo dramático y asumir las consecuencias, el presidente intenta hacer balance positivo (en el Congreso la semana pasada llegó a insinuar que el gobierno se merece un “notable”). Cuando anunció las fases de desescalada dio una buena noticia, pero no supo concretar muy bien en qué consistía. Lo importante es que estaba, aparentemente, dando esperanzas a los españoles. Era una esperanza agridulce; hasta que no salieron en el BOE las medidas no supimos exactamente por qué teníamos que alegrarnos.

Algo parecido ocurrió cuando, en mitad del debate parlamentario sobre la última prórroga del estado de alarma, el presidente agradeció a la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua, antes de que estuvieran cerradas las negociaciones, su abstención. Aizpurua respondió sorprendida: “Tengo que suponer que han aceptado el acuerdo para la derogación íntegra de la reforma laboral”. El pacto se aprobó en directo (aunque pocos se percataron), se rectificó a las pocas horas y desveló la preocupante falta de coordinación entre el Gobierno y sus socios y entre el partido y algunos miembros del Gobierno (Adriana Lastra tomó una decisión en nombre del partido mayoritario de Gobierno sin el conocimiento de las ministras de Economía, Hacienda y Trabajo).

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Las constantes rectificaciones forman parte del estilo de Gobierno de Sánchez. A menudo avanza en solitario, sin comunicar sus intenciones a nadie, y cuando no le queda otra opción rectifica. Entonces, como los números no le dan, como ha alienado a potenciales socios y enfadado a la oposición (que busca cualquier excusa para la sobreactuación y la intransigencia), vende flexibilidad, cintura y geometría variable. Si el resto de partidos no se fía del todo, el Gobierno les acusa de ir contra el progreso del país. Es una estrategia muy arriesgada y poco estable. Pero Sánchez cultiva como nadie una ética de la excepcionalidad.

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