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Columna
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Pijoapartada

Lo que me preocupa es que las verdaderas víctimas de una perpetua pandemia económica hagan suyas las consignas de quienes les sacan los hígados

Marta Sanz
Cacerolada contra el Gobierno en el barrio de Moratalaz, Madrid.
Cacerolada contra el Gobierno en el barrio de Moratalaz, Madrid.Olmo Calvo (EL PAÍS)

Qué buenas semanas nos está haciendo pasar el pijerío. “Borja Mari, escucha, el pueblo está en la lucha”. La señora va del bracete de su “chica” que le da con garbo a la sartén. Nos reímos y por dentro nos aúlla la procesión de por qué no los disuelven sulfúricamente. El Pijo Manteca abolla el mobiliario público con su palo de golf. Cayetano llama a la revolución para comprarse zapatos de tacón. El pijerío ignora la diferencia entre Robespierre y la Pimpinela Escarlata, y protesta porque el Gobierno —motivado por misteriosas razones que buscan llevar a la ruina a la patria— lo mantiene encerrado. El pijerío no duda en poner en peligro nuestra salud. Ahora comprendo aquella frase de otra señora, que habla sin abrir la boca para no arrugarse, cuando en la crisis de 2008 manifestó que era tremendo, para la gente criada entre algodones, no disponer de cash. Las personas sin amarre en Puerto Banús están acostumbradas al dos por uno y a esperar a la puerta del súper para hacerse con productos caducados. La plebe sufre menos la crisis porque vive en estado de crisis permanente y tiene picardías, pero los aristogatos, que ganan su dinero con bonhomía e inteligencia y levantan el país con caridades, esos sufren muchísimo sin cash. En un alarde de interclasismo catódico, esta señora, muy natural, se comió una lata de mejillones en el barrio del Langui.

Esta semana he entendido por qué los ricos también lloran. He reinterpretado, con ojos de solidaridad hacia arriba y corazón levantado hacia el Señor, Dallas y Falcon Crest, y he corroborado lo mucho que sufre este colectivo empresarial y terrateniente, y lo grandes que son sus corazones de bueyes y vacas sagradas cuando donan para salvarnos de nuestra miseria perezosa o cuando producen una riqueza que chorrea en nuestros hogares y nos permite comprar neveras no frost. Cuánto mira esta gente por las clases medias y populares, y qué mal nos comportamos cuando les robamos su libertad de defenderse con pistola, contagiarnos o ser caritativos: una cosa es que JR extienda un cheque cuando le sale del alma, y otra que un Gobierno promulgue un impuesto para las grandes fortunas. Cuando el vicepresidente Iglesias se pone irónico asegurando que este sector de población bonsai estará encantado de colaborar, se está temiendo que ese 1% de población pensará que ni bien común, ni equidad, ni alarma, ni hambre, que eso es una libertad de mierda y que uno da cuando le sale de las gónadas: el gesto de dar subraya la bondad de quien se rasca el bolsillo y purga sus explotaciones en el manto de la Virgen de la Beneficencia. Pero dar impositivamente es otra cosa. Estos batallones por la libertad tampoco comulgan con la derogación de la reforma laboral.

Entiendo las encopetadas razones de manifestantes con menaje Chanel: lo que me preocupa es que las verdaderas víctimas de una perpetua pandemia económica hagan suyas las consignas de quienes les sacan los hígados. Los pijoapartados y pijoapartadas de la tierra se ponen, bajo la nariz, la mascarilla con la bandera de España y agarran su cacerola clamando por una libertad de película de vaqueros y de qué quiere el señorito, porque les harta perder, la igualdad les parece una injusticia —pasan de mediocridades— y están listos para comer langosta.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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