Prepararse para el huracán que viene
La presidenta Sheinbaum podrá mostrar talentos diplomáticos que atenúen la malevolencia de Trump, apelando a su vanidad y su ignorancia en muchos temas, que México puede usar en su favor
Un dios del viento, del fuego y las tormentas se nos avecina, un huracán en el horizonte. Donald Trump podría cumplir con sus promesas de campaña. Un candidato que ha dicho que deportará a millones de migrantes indocumentados. Que usara al ejército si lo considera necesario. Que impondrá aranceles, usando acciones ejecutivas, al margen del T-MEC que estructura la relación comercial en América del Norte. Que quiere retirar su participación en las alianzas internacionales, en particular la OTAN, con los efectos desestabilizadores globales que esto implicaría. Que ha prometido la pena de muerte para quien venda drogas, embargos navales totales sobre los carteles de droga. Un verdadero huracán en el horizonte.
Los huracanes son desastres naturales. Cuando se acercan y aceleran sus vientos, no pueden ser detenidos. Pero cuánta muerte y destrucción generan depende de, en primer lugar, prever la trayectoria con los mejores modelos meteorológicos; y en segundo lugar, de preparar a la sociedad y el gobierno para estos eventos catastróficos. En el extremo, se pueden salvar todas y cada una de las vidas potencialmente perdidas.
Hay que empezar por diagnosticar la trayectoria que seguirá Trump. Más de la mitad de los hombres ciudadanos hispanos apoyaron a un candidato que ha exhibido, durante la campaña y su anterior presidencia, un racismo sin tapujos (aunque hay diferencias en el apoyo dependiendo del origen nacional). Los hispanos no fueron, sin embargo, los únicos quienes le dieron su victoria. Hay que entender que el cambio (swing) electoral en favor del candidato del Partido Republicano fue apabullante. No sólo sucedió en los Estados péndulo, sino en toda la geografía de los condados americanos, salvo contadas excepciones (algunos condados afectados por desastres naturales y algunas zonas de la costa del Oeste). El voto popular favoreció a Donald Trump, a diferencia de las otras dos ocasiones en que se había presentado como candidato presidencial, en que no obtuvo la mayoría de los votos (aunque la composición del Colegio Electoral lo favoreció en 2016). Es decir, el presidente electo tiene un verdadero mandato popular.
Aunque todavía faltan los conteos finales de las diputaciones, es cada vez más probable que los votantes le dieron, además, lo que en Estados Unidos se conoce como gobierno unificado, con el control Republicano de la Cámara Baja. Y como se ha podido ver en los últimos años, la Suprema Corte ha sido cargada en favor de los intereses conservadores, e incluso con lealtad personal hacia Trump. La nueva Administración buscará además reformar la burocracia federal con lo que se conoce como el Schedule F, que aseguraría que unos 50.000 puestos de confianza dentro del Gobierno federal sean llenados por los ardientes defensores, seguidores incondicionales y secuaces de Trump. El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation finalmente ofrece pautas claras para realizar reformas dramáticas al sistema de Gobierno americano desde el primer día de la nueva Administración. No habrá entonces indecisión ni contrapeso o poder de veto que resista lo que se viene.
En este sentido, hay que tomar muy en serio que, en esta ocasión, a diferencia de su primer periodo presidencial, el presidente electo Trump buscará dejar un legado que cumpla con la ponzoña que su boca emitió durante la campaña. Trump tiene tanto el mandato popular como los instrumentos políticos y burocráticos para cumplir sus promesas de campaña.
Desde la perspectiva de México, los dos procesos más relevantes que podría desencadenar la nueva Administración presidencial son el éxodo en masa de migrantes indocumentados; y que se cree un nuevo régimen arancelario que resulte en una guerra comercial global que impida el libre comercio entre ambos países. Las consecuencias directas son obvias. Se puede prever una crisis humanitaria de enormes dimensiones, únicamente comparable al éxodo venezolano de la última década. Una guerra comercial global resultaría en un estancamiento de la economía global, que cerraría las oportunidades de empleo y movilidad social de millones de mexicanos. Se cortarían los sueños de relocalización de los profetas del nearshoring.
Pero las consecuencias indirectas pueden ser todavía más catastróficas para México. El narcotráfico y las organizaciones criminales puede verse beneficiados por un flujo de personas desempleadas y desesperadas, víctimas fáciles que podrían estar regresando a territorio mexicano sin ninguna red de apoyo social o familiar. Una menor actividad y competitividad comercial internacional puede también exacerbar los conflictos entre las organizaciones ilícitas, no solo las ligadas al narcotráfico, sino a toda la gama de extorsiones de actividades económica que hoy en día realiza el crimen organizado.
Sin embargo, los efectos del triunfo de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos no tienen por qué tomar por sorpresa al Gobierno mexicano. Ya se tuvo una experiencia previa, que sugiere que es posible una convivencia amistosa. El sonido y la furia de una retórica que continúe hablando de muros, y que nos asocie a los mexicanos con criminales y violadores puede ser ensordecedora, pero no impide que México tome acciones concretas para mitigar los impactos de lo que viene. Es cierto que la presidenta Sheinbaum podrá mostrar talentos diplomáticos que atenúen la malevolencia de Trump, apelando a su vanidad y su ignorancia en muchos temas, que México puede usar en su favor.
Pero lo más importante será lo que se haga en la política interna. Hay ejemplos internacionales sobre cómo afrontar un éxodo de refugiados o migrantes deportados sin precedentes. Se puede crear mecanismos efectivos de registro y protección que desde ya sigan a los migrantes mexicanos y del resto de Latinoamérica en sus movimientos por el territorio mexicano. A diferencia de un registro simplemente nominal, se puede hacer como en Colombia, que con su experiencia en desplazamientos internos, creó un sistema efectivo con registro acompañado de apoyos monetarios, mientras la situación laboral y de residencia de los migrantes se estabiliza.
También puede prepararse una estrategia de comercio exterior para una época distinta a la del TLC, en que el crecimiento económico no vendrá de las ventajas geográficas de cercanía a Estados Unidos, sino de una diversificación de socios comerciales. Apreciar las habilidades, la creatividad y la ética de trabajo de los mexicanos, no sus salarios bajos, para producir bienes comerciales caros, de alta calidad y alto valor agregado.
Y por supuesto, prever la posibilidad de una nueva ola de inseguridad. Pensar en nuevas estrategias, que reconozcan que los caminos tomados durante los últimos 18 años para contener a las organizaciones criminales simplemente no han funcionado, pero que también tomen en cuenta que las válvulas de escape que hubo en los años anteriores, se por aumento del empleo en el sector agroalimentario, o la salida de mexicanos sin oportunidades que puedan migrar hacia Estados Unidos se verá disminuida. Y que las dinámicas depredadoras de las organizaciones criminales pueden ser todavía peores que las que hemos observado hasta ahora, si encuentran víctimas fáciles en los venezolanos, centroamericanos y mexicanos deportados.
México aún está a tiempo para prepararse y resistir el embate del huracán que se aproxima.
Alberto Díaz Cayeros es catedrático en el Centro sobre Democracia, Desarrollo y Estado de Derecho de la Universidad de Stanford.
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