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Elecciones México
Columna
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Hablemos del Partido Verde

Gálvez no tiene el monopolio de la podredumbre en sus filas y es realmente curioso cómo a la candidata oficialista se le resbala con tanta facilidad su asociación con la formación ecologista

partido verde
Claudia Sheinbaum con integrantes del Partido Verde en Ciudad de México, en octubre de 2023.Daniel Augusto (Cuartoscuro)

Prácticamente no hay una sola entrevista que le hagan a la candidata de oposición Xóchitl Gálvez en la no se le cuestione duramente sobre la presencia del líder nacional del PRI, Alito Moreno, en su campaña. Se entiende la insistencia: hay pocos personajes en la política mexicana con tanto desprestigio como Alito y llevarlo a cuestas es políticamente muy costoso, no solo por sus presuntos negocios turbios, dudosas negociaciones y señalamientos de corrupción, sino también por sus pésimos resultados como presidente del PRI. Desde que Alito se hizo con el liderazgo de su partido, el PRI ha perdido 11 gubernaturas. Para quienes en últimos días quieren redimir la imagen de Alito, solo decir: ni Jorge Álvarez Máynez declinará, ni Alito es quien para llamar a nadie a tener “altura de miras”. Ese tren se fue hace mucho, si es que algún día estuvo ahí.

Aunque con menos intensidad, pero también se le cuestiona a la candidata de oposición la presencia del líder panista Marko Cortés, un personaje tan torpe políticamente que dio a conocer la existencia de un “acuerdo político electoral” firmado por él, Alito y el entonces candidato al Gobierno de Durango, Manolo Jiménez, en el que se repartían diversos cargos públicos, entre los que se encontraban no solo diputaciones y cargos en el Poder Ejecutivo estatal, sino hasta notarías, oficinas de recaudación y direcciones de escuelas y universidades. Un escándalo, sin duda.

La candidata Gálvez no tiene mucho margen de respuesta. Con esos güeyes tocó arar, se le ha escuchado decir. Las pesadas marcas de los partidos que la postulan no es algo que ella pueda remediar. A lo más, su argumento ha sido que en realidad su candidatura responde a la ciudadanía que firmó y votó por ella, no a la decisión de las cúpulas partidistas que no tuvieron más que aceptar que el apoyo ciudadano que tuvo no lo tenía nadie más en el campo de la oposición.

Pero Gálvez no tiene el monopolio de la podredumbre en sus filas y es realmente curioso cómo, desde el otro lado del espectro político, a la candidata oficialista se le parece resbalar con tanta facilidad frente al electorado y a medios de comunicación su asociación con el Partido Verde, que más que organización política es un negocio construido con dinero público y sirviéndose de las reglas de la frágil democracia mexicana. Como lo apuntan Paula Sofía Vázquez y Juan Jesús Garza Onofre en su libro La Mafia Verde: traición, política y escándalos del Partido Verde Ecologista (Ariel, 2023), sexenio tras sexenio el Verde ha consolidado un muy redituable modelo de negocio aparejándose hábilmente con el mejor postor. El Verde no es, argumentan Vázquez y Garza Onofre, “un inofensivo partido minoritario o satelital, ni siquiera ya parasitario, como muchos dicen, sino (…) una organización corrupta y mercenaria que (…) ha aprendido a vivir no solo en, sino gracias a la democracia mexicana”.

Y fue justamente gracias a la democracia mexicana que, quemados los puentes y agotados los negocios con PRI y PAN, a fines del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto el Verde volteó a ver la creciente fuerza de Andrés Manuel López Obrador y decidió hacer negocios con Morena. López Obrador, pensando en las elecciones de 2018 y consciente del costo político que le podría traer poner el emblema del Verde junto al de Morena y su idea de “regeneración nacional”, puso a su dueño, Jorge Emilio González, el Niño Verde, una condición que se ha cumplido hasta el momento: nada de los shows, escándalos o excesos protagónicos y por supuesto nada de candidaturas plurinominales para González. El Niño Verde permanecería operando tras bambalinas y no se le vería públicamente con López Obrador. Tampoco, en su momento, con su heredera política, Claudia Sheinbaum.

Hasta el momento la estrategia ha funcionado. Frente a un electorado mayoritariamente desmemoriado, ahora Sheinbaum hace campaña y se pone el chaleco del Partido Verde sin empacho y sin ser cuestionada como sí lo es la candidata de oposición sobre los partidos que la postulan. Esta omisión no es poca cosa. Estamos hablando del partido de los sobres amarillos llenos de dinero, de la compra de votos, de los escándalos de corrupción y opacidad, del falso ecologismo y de los deplorables resultados de Gobierno (con solo asomarnos al desastre de inseguridad y pobreza que es Chiapas tenemos para rato). Pero hoy nada de eso parece importar. El Verde está redimido por decreto presidencial desde 2018 y estará con Morena hasta que aparezca un mejor postor. Sin pudor. ¿Esa es la renovación moral de la que hablan el presidente y su candidata? Es pregunta. Y una que debiera hacérseles desde los medios y la opinión pública más seguido.

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