De gorditas por Guanajuato con Xóchitl Gálvez: la candidata de los huipiles confía en su fuerza social
EL PAÍS acompaña a la aspirante presidencial de la oposición en su gira por el Bajío, a menos de un mes de que se defina en las urnas el nuevo Gobierno en México
Por tierras de Guanajuato, de Celaya a León, Xóchitl Gálvez para en seco la caravana electoral. Al punto se detiene su auto, el de la Guardia Nacional que la protege, el de los periodistas, todos sumidos en el desconcierto por unos breves segundos, los que tarda en resolverse el misterio: la candidata de la oposición no piensa pasar por alto ese local de gorditas que atienden Laura, Estelita y Lidia. Van con el tiempo justo, pero un antojito es un antojito. Ni corta ni perezosa, agarra un poco de masa y ella misma se prepara el aperitivo de migajas de cerdo fritas, ante la mirada abrumada de las dependientas, tanta gente alrededor de un establecimiento que no mide más de un metro cuadrado.
Esa es Xóchitl Gálvez, senadora, empresaria, ingeniera y mujer de su casa. De jovencilla, lo mismo cosía que cocinaba, lo que le enseñaron, una mujer de su casa, en la que ahora pasa días enteros sin poner un pie. Duerme poco, come mal. “Vale la pena para sacar a los mexicanos de esta inseguridad”, se consuela. “Pero sí, es una chinga”.
Ese ajetreo que es una campaña electoral en un país de la extensión de México lleva practicándolo hace meses, contra viento y marea, es decir, contra las encuestas y contra los tironeos entre los tres partidos a los que representa, el PAN, el PRI y el PRD. Hoy está como en casa. Guanajuato es territorio panista, también uno de los más inseguros de México, no hay que bajar la guardia. Pero a nadie le amarga una gordita. Pide otra para ella, “con chicharrón y nopales”. La que preparó es para llevar a su marido, Rubén, que el pobre no la ve ni en pintura en esta recta final hacia las elecciones del 2 de junio. “Le voy a poner un poquito de ‘té he de querer’, porque hace días que no lo atiendo”, desata las carcajadas de quienes la escuchan. “Así dicen en mi pueblo”.
No desperdicia oportunidad para preguntar por los problemas del país. Una de las vendedoras, Laura, le contesta los apuros que ha pasado en alguna ocasión: “¡Uy!, ¡muchos!”, en ese andador, el Corregidora, en el que están ahorita, ha visto ella cómo irrumpían señores “con unas pistolotas”… Va bajando la voz mientras lo cuenta hasta que se vuelve inaudible, como si se arrepintiera. “¿Cómo va mi gordita?”. En otro local cercano pedirá una botella de agua y se tomará fotos con unos y otros. Hace promesas, más seguridad, mejores sueldos y sigue su camino, que el día no ha hecho más que empezar.
Siete horas después y tras sendos actos en Celaya y León, descansa en un cuarto de hotel, el reloj marca las 15.30. Tomará algo, se cambiará de atuendo y seguirá con la agenda, le falta una reunión privada con Juan Carlos Romero Hicks, exgobernador del Estado y un mitin masivo en la plaza principal de León, donde tendrá que espantar la “gripita” que viene arrastrando desde hace días. Los 36 grados que cayeron a plomo el día antes en Colima activaron la molestia en la garganta: “Nada que me impida trabajar, he salido más ronca a dar discursos”. En sus mítines, esta mujer de 61 años que encabeza las esperanzas de tres partidos, trata, sin embargo, de darle a la ciudadanía el mejor lugar, consentir a aquellos que le dieron casi dos millones de firmas para que peleara por la presidencia. Confía en dar la vuelta a los sondeos que colocan a su adversaria morenista, Claudia Sheinbaum, en una ventaja considerable. Confía en “el voto oculto”. “No coman ansias”, lanza a sus contrincantes, “la elección es el 2 de junio, ahí se sabrá la verdad. ¡Voy a ganar! Lo veo, lo siento en las calles. Voy a ganar porque la gente está harta”. Lo mismo les había dicho horas antes a los leoneses en un acto en el Poliforum de la ciudad. “En verdad, no tengan duda ¡vamos a ganar!”. Un empresario le gritó desde su asiento: “¡Eso, carajo! ¡vamos Xóchitl”.
En el hotel, recostada en un sillón, espera un caldo de pollo y una pechuga con puré de papa y espárragos salteados; la candidata no perdona el postre, muffin con frutos rojos. Platicar de su familia le cambia la expresión, sonríe más. ¿Qué le dice su esposo? “No me ve”, dice entre risas. El hombre es músico por afición, sus horarios no empatan ni estando bajo el mismo techo. “Cuando me levanto está súper dormido, trato de no hacerle escándalo, me meto a bañar, a veces medio se despierta y me dice ‘¿A poco ya te vas?’ y le respondo, sí, sale mi avión a las siete de la mañana. Me levanto a las cinco, en lo que me arreglo, me peino… No nos vemos. Tengo cinco días que no llego a casa”.
La dura vida de la política. Rubén no quiere saber nada de ese asunto. “Él no va a entrarle a eso” aunque su esposa se convierta en presidenta. En todo caso aceptará una foto familiar y no más, dice Gálvez. Descarta en absoluto que se convierta en el primer caballero de México. “Él vive en la luna, no se entera de nada, no tiene redes sociales. Se jubiló hace ocho años, está con su guitarra y es un hombre muy feliz”, afirma. También atiende la empresa familiar en coordinación con Diana, la mayor de sus dos hijos. “Tenemos una muy buena relación de pareja”, dice con un gesto de satisfacción.
El hupil azul cielo con perla dará paso a otro de color salmón –”al final a la gente no le disgusta que use huipil”- y las sandalias serán ahora unos tenis rojos para continuar con la segunda parte del día. Pero una cosa sigue rondando por la cabeza: no hay que desatender el tercer y último debate electoral, que se celebrará el 19 de mayo, dedicado a la seguridad y la violencia en México.
Envalentonada por su participación en el segundo cara a cara con Sheinbaum y Máynez, candidato de Movimiento Ciudadano, confía en que saldrá victoriosa del encuentro. El discurso, desde luego, se lo sabe, lo ha repetido durante toda la campaña, incluso es su lema: por un México sin miedo. “¿Qué resultados van a dar? ¿Cómo tienen el país? Hay más muertos que en el sexenio de [Felipe] Calderón y [Vicente] Fox juntos”, suelta sin titubear.
Cae la tarde y en la plaza principal de León la esperan los xochilovers en uno de los mítines más multitudinarios desde que inició esta andadura en la que se ha dejado la piel. Asistentes de Silao, Irapuato, Celaya, San Francisco del Rincón, Moroleón, Pénjamo van llenando el recinto. “La gente acude sin acarreo, porque quiere”, asegura, convencida de su fuerza social. Una mujer pregona a quienes se le atraviesan en el camino, “mijo, votar por Xóchitl es votar por la libertad”. Y la plaza se cubre de banderas rosas y azules. La puesta de sol recibe el paseíllo de Gálvez entre gritos de “¡Presidenta, presidenta! “¡Xóchitl, xingona! Y ella les responde con saltos. Ondea la bandera de México: “¡No tengan duda ¡Vamos a ganar!”. Esta noche sí llegará a casa.
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