Xóchitl Gálvez, contra todo pronóstico
Hace un año, nadie creía en ella. En las encuestas, pocos le dan una posibilidad. En las campañas, ha sido la más cuestionada y la más polémica. Ahora, como durante toda su trayectoria política, la candidata opositora busca fuerza en la adversidad para dar la sorpresa en la elección presidencial
A esas alturas ya era un secreto a voces. Los periódicos se habían llenado de trascendidos, los columnistas habían hecho sus apuestas y muchos oráculos políticos lo daban por hecho. De cualquier forma, Xóchitl Gálvez sentía que había llegado el momento. Una mañana de junio le dijo a su familia que tenía noticias importantes y que quería verlos para desayunar. “Ya se decidió”, pensó Diana Vega, su hija. Gálvez nunca ha sido una de esas mujeres que pide permiso. Sus familiares sabían que no iba a ser un “y ustedes qué opinan” o una reunión para “ver si se podía” o “si convenía hacerlo”. Era, más bien, un aviso para poner fin al misterio. La historia de los últimos meses había dado un giro inesperado: Xóchitl Gálvez iba a buscar la candidatura de la oposición a la presidencia de México.
“Sí, es el momento perfecto, lánzate, yo te apoyo, yo te ayudo”, le dijo su hija, emocionada. Pero esa no fue la única reacción que hubo en la familia. Diana recuerda que su hermano, Juan Pablo, era más de la opinión de que su mamá se lo pensara bien y se apegara al plan original. “Primero la Ciudad de México, hay que ganar esa y de ahí ya es mucho más fácil”. Las encuestas ponían a Gálvez entre los favoritos y como la carta más fuerte de la oposición para competir contra perfiles como Omar García Harfuch, el jefe de la Policía, o Rosa Icela Rodríguez, la secretaria federal de Seguridad. Lo que son las cosas, ninguno llegaría a la boleta por la Jefatura de Gobierno.
Lo que siguió en ese desayuno tiene que ver más con lo que pasa en cualquier reunión familiar que con la política. “Ya, Juan Pablo, deja a mi mamá, no es tu proyecto, que haga lo que quiera”. Rubén Sánchez, el esposo de la entonces senadora, estaba mucho más tranquilo, zen, porque nunca le ha interesado la política. Respeta y apoya, pero “le da hueva” ese mundo. “No se mete nunca, pero al final la apoyamos todos”, cuenta Diana.
Por aquellas fechas, Gálvez dio una entrevista a EL PAÍS en la que deslizó por primera vez que podía haber un cambio de planes. “Me ha llegado una embestida esta semana de decir y reflexionar si debo o no debo de ir por la candidatura presidencial”, confesó. Lo que en junio de 2023 era una idea loca, un año después ya es una realidad aceptada.
Hoy, todos a su alrededor cierran filas, levantan su mano de puertas para afuera y cruzan los dedos para hacer la X de Xóchitl. Antes, casi nadie creía en ella. Más allá de las versiones más romantizadas sobre su vida, la historia de Gálvez y su candidatura ha estado marcada por una lucha contra el escepticismo. “No te equivoques, nadie te va a juntar las firmas”, confesó que le dijo Marko Cortés, el líder nacional del Partido Acción Nacional (PAN), en una entrevista con Televisa al final de la campaña.
La frase pudo haber aparecido en cualquier tramo de su carrera por la presidencia. “No te equivoques”: no eres militante ni disciplinada ni “muy panista”, el PAN tiene muchos otros nombres antes en su lista, el PRI nunca ha postulado a una mujer, la gente no va a pensar que eres “presidencial” si te pones huipil, vas contra la favorita en las encuestas, no tienes ninguna posibilidad, la elección está decidida. “Soy muy terca y muy cabrona”, decía en aquella entrevista con EL PAÍS de junio del año pasado. “Nunca he empezado ganando”.
Las puertas de la candidatura presidencial se le abrieron cuando le cerraron la puerta de Palacio Nacional. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, aseguró en una Mañanera de diciembre de 2022 que Gálvez se había opuesto como senadora a los programas sociales. La legisladora se subió en su bicicleta con la resolución de un juez en la mano para exigir su derecho de réplica y montó un escándalo cuando no se le permitió la entrada el 12 de junio del año pasado. “Presidente, no le saque”, decía la cartulina que cargaba.
Meses antes se había encadenado a la tribuna de la Cámara alta para evitar que Morena aprobara una serie de iniciativas y se había disfrazado de dinosaurio para oponerse a la Reforma Electoral de López Obrador, pero era vista como una senadora más. El portazo en Palacio la colocó en el mapa. En buena medida, porque el presidente dedicó los siguientes días a criticarla. Fue una extraña simbiosis política entre un presidente que ha dominado la agenda mediática como ninguno de sus predecesores y una contendiente inesperada que estaba determinada a demostrar que la oposición no estaba derrotada.
Ambos lados obtuvieron lo que querían. Gálvez subió como la espuma y un amplio sector de desencantados creía que por fin había alguien que podía plantarse frente al Gobierno y pregonaba el inicio de la xochitlmanía. El bloque oficialista, en cambio, tenía a su nueva villana: la señora X, móchitl, la candidata de Claudio X. González y sus secuaces. Nacía una narrativa política. Gálvez se destapó como aspirante presidencial el 27 de junio, con un video desde la plancha del Zócalo, el lugar donde empezó todo.
Un día antes, en un intento por contrarrestar la sucesión que orquestó López Obrador, el Frente Amplio por México lanzó su propio “proceso interno” para definir la candidatura presidencial. Como el de Morena, fuera de los plazos que establece la ley y con fuertes tensiones internas. Y entre más de 20 aspirantes quedaron 12, luego 4, 3, 2… Gálvez navegó en un mar de declinaciones y sospechas hasta la fase final. En el camino sembró poco a poco la semilla de su relato fundacional: la niña de origen otomí que vendía gelatinas y se sobrepuso a la violencia en Tepatepec, un pequeño pueblo de Hidalgo, y después llegó con una mano delante y la otra detrás a la capital, se graduó como ingeniera de la Universidad Nacional, se convirtió en una empresaria exitosa y dio el salto a la política gracias a los reclutadores de talento del expresidente Vicente Fox (2000-2006).
La historia de la hija de Heladio Gálvez y Bertha Ruiz, un profesor y una ama de casa, resonaba en una oposición desesperada por salir de la caja donde los había metido López Obrador: los fifís, la mafia del poder, los enemigos del pueblo. Otros, en cambio, no estaban seguros de querer salir. Se veían mejor reflejados en un Santiago Creel, un panista de pura cepa, o una Lilly Téllez, que no ha tenido empacho en decir que es de derecha y “provida”, o ya de últimas, apelar a la promesa de la experiencia y vieja estabilidad de los priistas.
En el bando de enfrente, siempre se puso en duda la veracidad del relato y el discurso que lo sostenía, que tildaban de echaleganista y edulcorado. “De vender gelatinas pasó a ser millonaria”, ironizó López Obrador en julio, al revelar datos personales y fiscales de sus empresas. “El presidente tiembla como gelatina”, contestó Gálvez. “Desde Palacio Nacional no solamente se ha construido la mayor fábrica de odio y de polarización del país, sino también la mayor fábrica de ataques a nuestra candidata”, revira Josefina Vázquez Mota, la primera mujer que llegó a la candidatura presidencial del PAN y parte del equipo de campaña de Gálvez.
“¿Cuáles son las probabilidades de que una mujer indígena acabe siendo candidata a la presidencia?”, plantea Julio Frenk, exsecretario de Salud. “Esa es la biografía de Xóchitl, imponerse a los pronósticos negativos y a la adversidad”, asegura. Frenk, que tampoco era militante cuando recibió la invitación al Gabinete de Fox, recuerda a Gálvez como una mujer auténtica, inteligente y con un sentido del humor picante, “muy mexicano, muy de doble sentido”.
“Somos muy bromistas, así sacamos las preocupaciones y las tensiones familiares”, cuenta su hija. A principios de abril, se hizo viral un video de Juan Pablo Sánchez, hijo de la candidata, en estado de ebriedad y agrediendo a trabajadores de un antro, que desató una polémica sobre si se había ido demasiado lejos en los ataques y sobre si tiene interés público exhibir a los familiares de los contendientes.
“Obviamente, nos pegó, Juanpa lo pasó muy mal, grabó un video pidiendo disculpas, pero no fue un gran shock”, confiesa Diana, aunque asegura que es “parte del show” de las campañas. “Al día siguiente, ya estábamos con el sticker de él y Calderón abrazados y fue así de ‘wey, no mames qué buen sticker”, cuenta. “Mi mamá tiene esta filosofía de vida de que te tiene que valer madres lo que piensen de ti, porque al final no le vas a dar gusto a nadie, es también una filosofía de nuestra casa”.
Bromas aparte, Gálvez es descrita por su entorno como una workaholic que no quita el dedo del renglón cuando algo le parece importante. Frenk pone en valor su lucha para que la cartera que encabezó recibiera presupuesto o el impulso que dio a programas que se salían de la lógica costo-beneficio y los cálculos políticos, pero que creía cruciales para las comunidades indígenas, como la vacunación contra el rotavirus o el combate para eliminar el tracoma en los municipios más pobres del país.
Es vista también como una mujer que construye acuerdos, incluso con sus competidores. La priista Beatriz Paredes recuerda haber impulsado en el Congreso varias iniciativas a favor de los pueblos originarios, a pesar de que estaban en bandos contrarios. Se volverían a encontrar dos décadas más tarde, como las finalistas en la contienda por la candidatura presidencial de la oposición. No sin polémica, a finales de agosto, Paredes fue hecha a un lado después de que el PRI le retirara su apoyo y anunciara que apostaría por una candidatura de unidad antes de que concluyera formalmente el proceso. Dos semanas antes de las votaciones, Gálvez dijo que la consideraría en su Gabinete.
“Tiene una motivación muy profunda de hacer cosas para quienes lo necesitan y es altamente efectiva, es una mujer de resultados”, afirma Frenk. Cuando terminó el sexenio de Fox, el plan de la entonces comisionada para los pueblos indígenas era volver a su empresa. Nunca mencionó que aspiraba a la presidencia y hablaba poco del futuro, dice el actual rector de la Universidad de Miami. “Creo que la gente se dio cuenta de su carisma y que era un gran activo para la política de alto nivel en México, eso le trajo otras oportunidades”, agrega. Con todo, fue hecha a un lado durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012).
En 2010 obtuvo el título de ingeniera en Computación por la UNAM y compitió por la gubernatura de Hidalgo, un Estado que el PRI no había perdido en más de 80 años. “Obviamente, no logré el triunfo, pero remonté 35 puntos en seis semanas”, recordó Gálvez en febrero, un mes antes del inicio de las campañas. Obtuvo casi cinco veces más votos que el anterior candidato panista a gobernador y 10 puntos más de lo que le daban los sondeos más optimistas, pero no le alcanzó. “Fue una campaña durísima, lo que vivimos ahí nos preparó para esto”, afirma su hija. Así lo ha repetido la candidata para explicar por qué no confía en las encuestadoras. “Nos ponen 100 puntos abajo y nos pondrían 200 si les diera”, dijo en Aguascalientes, en la primera rueda de prensa de la campaña.
En 2015, le llegó la revancha en los comicios por la jefatura delegacional de Miguel Hidalgo, otra elección que el PAN daba por perdida frente al Partido de la Revolución Democrática (PRD), dice su entorno. Ya en el cargo, hizo buenas migas con Claudia Sheinbaum, entonces delegada de Tlalpan y ahora puntera en las encuestas por la presidencia. “Hace seis años apoyé a Claudia a ser candidata a jefa de Gobierno, la verdad es que me tenía entusiasmada”, dijo la abanderada opositora en el arranque de la campaña, cuando emergió un video en el que pedía el voto para su rival en 2018. Sus biografías aseguran que estuvo cerca de unirse a Morena en 2017 y la propia Gálvez aseguró en el primer debate que Sheinbaum le ofreció ser city manager. El punto de quiebre fue la tragedia de la Línea 12, según la opositora. “Me desencantó después de lo que pasó con el Metro”.
Gálvez dio el banderazo de salida a su campaña con el lema “Por un México sin miedo” en Fresnillo (Zacatecas), la ciudad con más miedo a la delincuencia, el 1 de marzo. “Hay temas que no domino, como la seguridad”, dijo a este diario nueve meses antes. Pero, a esas alturas, ya habían cambiado varias cosas. A río revuelto, los viejos rivales eran aliados y los viejos amigos se volvieron rivales, pero el frente opositor se convenció ―y se lanzó a convencer a la ciudadanía― de que la excepcionalidad de los tiempos políticos opacaba cualquier atisbo de contradicción o duda.
A pesar de que esa es la pretensión que aglomera al bloque opositor, muchas fricciones han sido evidentes y bastante públicas. Estas campañas han visto un debate interminable sobre cuánto lastran los partidos a Gálvez, si hay feeling o si le han dado dinero suficiente. “Ella ha vivido permanentemente esa tensión entre ser representante de esos partidos, lo que esos partidos quieren y lo que ella busca”, afirma Ivonne Melgar, su biógrafa, a este periódico. “Es una tensión que siempre ha caracterizado su vida”. En el fondo, hay una noción de que se necesitan mutuamente, según la periodista.
Pese a todo, ha mantenido cierta distancia. Es la candidata roja, amarilla y azul, pero también la rosa. En paralelo, ha habido cosas “muy de Xóchitl” ―tan xingona como odiada, es la candidata que despierta opiniones más fuertes, según las encuestas―, como iniciar en Fresnillo o hacer un “pacto de sangre” en Irapuato para mantener los programas sociales. Quizá eso es lo que lleva a muchos de sus conocidos a decir que sigue siendo la misma y que no se le ha subido por estar en la campaña. “Xóchitl no necesita consejos, es una mujer entrona y echada para adelante”, afirma Vázquez Mota.
Ella misma, sin embargo, ha reconocido que por momentos se ha perdido y ha dado la razón a sus simpatizantes cuando la han visto acartonada. “Voy a mandar al carajo muchas cosas”, dijo tras el primer debate. “Estaba muy tensa, muy estresada antes del debate”, reconoce su hija. “No es una millennial que tome terapia o haga meditación, mi mamá es como de aguantar vara hasta que después de tantos sentimientos llega la explosión”. Cuando llegó el segundo cara a cara, al menos a los ojos de sus seguidores, volvió a ser ella, la candidata que llenó la Arena Ciudad de México en el cierre de la precampaña. “Sheinbaum todavía no se recupera de la lona”, dijo.
Esa misma semana, sacó la única encuesta que le daba ventaja, calificó a su rival de “narcocandidata” y aseguró que había un “empate técnico” en la contienda. En parte, como decía un experimentado estratega político, porque no tener una “moral ganadora” es la sentencia de muerte de cualquier campaña. Pero también porque la candidata lo cree, contra todo pronóstico. La vida le ha enseñado que no se puede permitir el escepticismo y que las dudas son un lujo exclusivo para los demás. El resto lo puede creer o no, le puede gustar o no, se la puede comprar o no. Y le puede salir o no.
Xóchitl ―la desobediente, la apasionada del Cruz Azul, la creyente― siempre creerá en su remontada. Eso no le garantiza nada, pero si no lo tuviera tampoco estaría en la boleta presidencial ni en el centro de la Marea Rosa. “Esta es una elección de Estado, en la que la cancha está dispareja, pero esas son las canchas en las que ha jugado siempre y en las que ha ganado”, zanja Frenk. “Si me lo hubieran dicho hace un año, no lo hubiera imaginado, un lado de mí no lo hubiera creído y el otro hubiera dicho ‘claro, podría pasar, conociendo a mi mamá”, dice Diana. ¿Qué cambió? “Quién sabe… tocar la puerta de Palacio”. El veredicto final llegará este domingo 2 de junio.
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