Maray y Yoan, la historia de amor partida por las deportaciones de Trump
El matrimonio cubano, que cuenta con residencia legal en México, fue separado tras cruzar a Estados Unidos. Ella pudo regresar a Ciudad Juárez, mientras él fue enviado esposado a Cuba

Faltaba un día para que Donald Trump tomara posesión como presidente de Estados Unidos y Maray Rojas ya sabía que su futuro no estaba en el país norteamericano. El domingo 19 de enero, la mujer cubana, de 49 años, hizo un movimiento muy extraño en la lógica migrante: cruzó el puente que une Ciudad Juárez y El Paso, pero de norte a sur, en el sentido contrario a la mayoría. Mientras cientos de migrantes se apresuraban para cruzar la frontera antes de la llegada del republicano a la Casa Blanca, Rojas se devolvía con su maletita a México. Allí era residente legal, allí se había casado y allí tenía un trabajo. Solo le faltaba una cosa: su marido, Yoan Vicente Pichardo. Ambos habían cruzado juntos a EE UU con el programa de asilo CBP One, pero él había sido detenido por la patrulla fronteriza estadounidense. Las autoridades se negaban entonces a retornarlo a México, pese a que ahí tenía estatus de residente permanente. El 25 de enero, en los primeros vuelos de deportación de Trump, se llevaron a Yoan, esposado, de vuelta a Cuba.
Era 2016 cuando Yoan, carpintero, decidió salir de Cuba. Tenía entonces 40 años. Su travesía culminó en Tabasco, al sur de México, donde se quedó a trabajar y logró establecerse para enviar dinero a Maray. Allí consiguió incluso la residencia permanente en México. Con sus papeles en regla, atravesó el país hasta Ciudad Juárez. Después cruzó a Estados Unidos e inició un proceso de ajuste cubano, un trámite que permite a algunos cubanos obtener la residencia permanente en ese país. Pero Estados Unidos no resultó lo que esperaba y decidió volver a México, quedarse en Ciudad Juárez y traer a Maray para vivir juntos en esta frontera. En abril de 2023, ella llegó a Juárez, donde se casaron y comenzaron una vida. Yoan trabajaba en una carpintería y Maray en una tienda de artesanías.
El tiempo pasaba y la mujer tenía una espina clavada: lo lejos que estaba de sus dos hijas, que viven en Tampa, Florida. Fue la ilusión de estar cerca de ellas lo que les llevó a solicitar asilo con el programa CBP One. Consiguieron su cita el 13 de noviembre de 2024, cruzaron juntos hacia El Paso por el puente internacional Paso del Norte, y justo después, fueron separados. Desde entonces, no han vuelto a verse. Maray quedó libre por la tarde en la ciudad fronteriza, pero Yoan quedó detenido y fue enviado a un centro de internamiento en el condado de Otero, Nuevo México. Aparentemente por un proceso que tenía todavía abierto de su ingreso anterior.
Maray se instaló entonces dos meses en Santa Teresa, en la frontera de Nuevo México con Texas, muy cerca de El Paso y de Juárez. “Yo no sé, la gente que dice que es el país de la libertad, ¿qué libertad? Si ahí tú no tienes libertad. Ahí la palabra que tú oyes constantemente es deportación, deportación, deportación. Ahí el inmigrante está todo el tiempo en un limbo”, cuenta Maray a EL PAÍS sentada en la sala de su casa en el centro de Juárez. “Tampoco entiendo por qué le dicen el sueño americano. Bueno, sí, porque te acuestas con sueño y te levantas con sueño, porque tienes que tener dos y tres trabajos para poder subsistir, porque ahí sí se te cobra hasta la sonrisa”, dice la mujer.
Durante más de dos meses, por mucho que lo intentaron, no consiguieron que las autoridades migratorias estadounidenses soltaran a Yoan. Él les insistía en que lo mandaran a Juárez, porque allí era donde vivía, pero sin éxito. “Así yo no podía vivir, Estados Unidos es un país en el que tú vas caminando y estás con el temor de que te vayan a detener”, cuenta la mujer, que lo compara con su vida en Ciudad Juárez, una de las ciudades más peligrosas del país: “Yo nunca he tenido problema aquí y ando donde quiera libremente. Aquí estoy como en Cuba con la puerta de mi casa abierta, allá es un país de puertas cerradas”. El 19 de enero, Maray ya no esperó más y cruzó de vuelta a su casa: “Una vez que crucé el puente, cuando estuve en México, me sentí como si hubiera vuelto a nacer”.
El 20 de enero la mujer habló con Yoan, él le dijo que estaba solicitando su salida voluntaria a México. El martes 21 fue enviado a un centro de detención en Luisiana, de ahí a Miami y el 25 de enero, después de unos días sin comunicación, Yoan llegó a Cuba. Encadenado de pies y manos bajó de un avión lleno de personas repatriadas.
Para Pablo Zúñiga, abogado en la organización Derechos Humanos Integrales en Acción (DHIA), la separación de esta familia es un caso muy particular, pero que se puede repetir o extender debido a la postura de México de no recibir a personas de otras nacionalidades. “Incluso encontramos que los procesos de solicitud de refugio ante el Instituto Nacional de Migración están dejando del lado la expedición de una visa para que las personas puedan trabajar y moverse en el país mientras esperan que se resuelva su proceso para obtener una residencia”, dice Zúñiga.
Ahora, Yoan se encuentra en Cuba, a la espera de un pasaporte para poder salir de la isla y regresar a México, donde mantiene su estatus de residente. La pareja ha calculado que necesitan entre 8.000 y 10.000 pesos (entre 4.000 y 5.000 dólares) para traerlo de regreso. Ambos nacieron en Camagüey, pero el hombre ya no tiene familia en Cuba. Se está quedando con una hermana de Maray, mientras ella trabaja para lograr reunir el dinero.
Antes de migrar, la mujer trabajó casi 20 años en la industria azucarera cubana; hacía pruebas a la caña que iba a ser procesada. Por una quincena de trabajo ella recibía 250 pesos de la moneda nacional de Cuba, cuando la cartera de huevo cuesta en Cuba al día de hoy, unos 3.000 pesos cubanos. “Podemos comer por la familia que tenemos fuera del país, pero no existe canasta básica ni manera de conseguirla trabajando en Cuba”, relata. Esos estragos son los que sufre ahora Yoan, quien no consigue trabajo que pueda ayudar a ahorrar para regresar con su esposa. El carpintero se siente “desesperado” y “frustrado”, cuenta su pareja.
Al otro lado, le espera Maray, con la puerta del departamento abierta, para que entre el sol y corra el aire: “Yo de aquí ya no me muevo más, de Juaritos. Ya no más”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.