Leila Guerriero: “Mi esperanza es que la mayoría de la gente consensuamos que en la dictadura argentina hubo terrorismo de Estado”
La escritora y periodista conversa sobre su último libro, ‘La llamada’, el relato de una superviviente de los militares, en una conversación con Jan Martínez Ahrens durante el Hay Festival de Querétaro
Dos mujeres visitan un edificio a orillas del río de la Plata, en Buenos Aires. Ahora es un museo sobre la memoria y los derechos humanos. Años atrás, a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, durante la dictadura de Jorge Rafael Videla, fue un centro de tortura militar contra los disidentes políticos del régimen. Se llamaba, entonces, Escuela de Mecánica de la Armada. La Esma, cuatro letras sinónimo del terror en Argentina. Una de las dos mujeres, Silvia Labayru, estuvo allí encerrada entre 1976 y 1978. Fue torturada, sistemáticamente violada por un oficial designado específicamente para ese fin, esclavizada. Ahí dentro dio a luz a una hija que no le dejaron ver hasta su liberación. La otra mujer, Leila Guerriero, es periodista. Está escribiendo su historia.
Labayru es una “víctima incómoda”, ha explicado este viernes Guerriero desde el escenario del Teatro de la Ciudad de Querétaro, en el marco del Hay Festival, durante una conversación con el director de EL PAÍS América, Jan Martínez Ahrens. Guerriero, periodista, escritora y columnista, empezó a entrevistar a Labayru, y a todo su entorno, en 2021. Buscaba desentrañar todas las facetas sobre la compleja historia de la mujer: de familia militar, adinerada, pero que se unió a los Montoneros, una organización izquierdista que creía en la lucha armada. Durante los dos años de cautiverio, Labayru fue obligada a interpretar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un militar que se infiltró en la organización de las Madres de Plaza de Mayo, empeñadas en buscar a sus hijos desaparecidos a pesar de la brutal represión. Ese operativo se saldó con la desaparición de cinco mujeres. Los antiguos compañeros de Labayru la vieron como una traidora.
Guerriero compuso la historia a partir de 97 entrevistas —casi 2.000 páginas de transcripciones—, además de documentos judiciales, videos, otros testimonios y evidencias. Lo que originalmente iba a ser un artículo largo se convirtió en su último libro, La llamada (Anagrama, 2024). Labayru, acusada de colaboracionista con el régimen, fue repudiada durante años. Matiza Guerriero: “Hay que tener cuidado con las palabras como colaboración o participación. Mi postura es que no hubo tal cosa, era una situación de terror, estaba secuestrada, con su hija en mano de los abuelos paternos de la niña, con toda la familia bajo vigilancia. No había ninguna posibilidad de elección. Silvia fue una víctima absoluta. Todos los días despertarse y no saber si vas a estar viva o con un tiro en la cabeza, o si alguno de tus familiares va a morir. Las decisiones de los militares eran arbitrarias, así como salió con vida de una situación espantosa, podría haber sido designada para ir en los vuelos de la muerte”.
Los militares liberaron a Labayru en el 78. La metieron con su hija —“que era una desconocida para ella”, dice Guerriero— en un avión rumbo a Madrid. Durante el vuelo, pensaba que si había logrado salir de la Esma quería vivir una vida plena. De las palabras a los hechos hay una distancia, y los primeros años fueron difíciles, con secuelas emocionales y físicas tras los dos años de torturas. Los años pasaron y Labayru salió adelante, “no hizo de su vida la vida de una víctima”. Una de las preocupaciones de Guerriero al afrontar su historia era reducir a la mujer a su tiempo encarcelada y en los Montoneros, solo tres años de una larga vida.
La vuelta a Argentina, tras la dictadura, no fue mucho más fácil. Aunque el país celebró en 1985 un inédito juicio contra los militares responsables de la represión, la gente todavía no estaba preparada para hablar de ciertas cosas. El relato se dividía entre “buenos y los malos”, y personas como Labayru, que a los ojos externos se encontraba un poco entre ambos, eran difíciles de asimilar. “La voz de los sobrevivientes no está demasiado presente en la conversación pública, así como sí lo está, y saludablemente, la de quien busca a sus desaparecidos. No está porque hay estos claroscuros difíciles de digerir, cuestiones que no se perdonaron, no se hablaron o no se gestionaron”, dice Guerriero. El lema popular sobre los desaparecidos era “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. “Pero cuando volvimos vivos, no nos querían”, lo ejemplifica uno de los supervivientes entrevistados para el libro.
Martínez Ahrens pregunta por uno de los grandes tabús del periodismo: utilizar la primera persona a la hora de escribir. Guerriero responde: “Resultaba un poco imprescindible mostrar las dudas acerca de hasta donde estaba pudiendo contar realmente la historia de Silvia. Cuando vos comparás testimonios de las causas judiciales, que en unos años decían una cosa y años después otra, me interesaba entrar ahí con un yo muy fuerte y subrayar, sin esconder ese subrayado bajo el paraguas de la tercera persona. Contar a una víctima incómoda como es Silvia tiene su riesgo también y lo quería asumir en primera persona”.
El libro fue bien recibido en Argentina. “Me escribió gente de generaciones más jóvenes, nacidas en democracia, que habían encontrado interesante esa lectura más llena de grises y no tantos blancos y negros, malos y buenos”. Para la autora es un antídoto contra el borrado de la historia, en un país en el que el relato sobre la dictadura cada vez está más roto (en parte, por un Gobierno, el de Javier Milei, negacionista de las torturas, las desapariciones, los asesinatos políticos). “Mi esperanza es que la gran mayoría de la gente consensuamos que fue un Gobierno del terror, que hubo terrorismo de Estado”, concluye Guerriero.
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