Los investigadores descubren nuevas pistas para resolver el misterio del penacho de Cuauhtémoc
Los estudios científicos más recientes revelan datos para conocer la verdadera historia de esta pieza, que se confeccionó después de 1620
En las bodegas del Museo del Quai Branly, en París, permanecía hasta hace poco una pieza de plumaria antigua que aún guarda secretos. El penacho de Cuauhtémoc, un objeto circular de 28 centímetros recubierto por un textil y reforzado con cuatro varillas, llegó a Europa desde América hace más de 100 años. Aunque lleva ese nombre, los expertos que lo estudian saben con seguridad que no es un tocado –sería imposible ponérselo en la cabeza– y ahora también tienen la certeza de que no hay manera de que haya pertenecido al último emperador mexica: el artefacto fue confeccionado entre los siglos XVII y XVIII, según los últimos resultados obtenidos por los científicos. Los indicios apuntan, además, a que se hizo en Sudamérica. A pesar de ello, estos días se expone en México en el marco de las conmemoraciones por la caída de Tenochtitlán y el Bicentenario de la Independencia.
Los estudios más recientes encargados por el equipo multidisciplinar que analiza el artefacto concluyen que la pieza fue confeccionada en algún momento entre 1626 y 1810. Los expertos, mexicanos y franceses, enviaron dos muestras diminutas del objeto a un laboratorio de Poznan, en Polonia. Los resultados del estudio de carbono 14, una prueba que se usa frecuentemente para analizar la materia orgánica, indican con un 75% de certeza lo siguiente: la pieza fue hecha en algún momento entre 1626 y 1801, según la primera muestra, y entre 1646 y 1810, de acuerdo con la segunda. Es decir, durante la época colonial, cuando Tenochtitlan, capital del imperio mexica, ya había caído. El Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, ha pedido su préstamo temporal y lo enseña en la exposición La grandeza de México, en el Museo de Antropología.
Pero el objeto no es mesoamericano como promocionó en el siglo XIX el marchante francés Eugène Boban, que se presentaba como el anticuario del Maximiliano de Habsburgo, emperador de México, y comerciaba con todo tipo de “curiosidades americanas”. Fue él quien introdujo el artefacto en el mercado y aseguró que había pertenecido a Cuauhtémoc. Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor y uno de los investigadores que estudia el artefacto, explica que Boban lo hizo para vender la pieza a mejor precio: “Tenías que decir que era prehispánico –azteca o inca porque lo maya entonces no era tan conocido– y que era de un rey –Cuauhtémoc, Moctezuma o Atahualpa–”.
Boban tenía casas de venta de antigüedades en México y París –”No era un dealer, era un tipo ilustrado”, aclara López Luján– y por sus manos pasaron muchos objetos, algunos de ellos falsos. Por ejemplo, dos cráneos del cristal de roca que actualmente se encuentran en museos de Londres y París y que resultaron ser falsificaciones del siglo XIX, no esculturas prehispánicas como aseguró Boban. “Hay muchas piezas así en Europa”, señala el arqueólogo, porque “los objetos americanos eran muy mal conocidos”.
Pero el mal llamado penacho de Cuauhtémoc no es una falsificación. “Es una pieza etnológica espectacular, muy bonita, muy rara”, señala el arqueólogo. Fue creada, posiblemente, en Sudamérica, pero ese es un aspecto sobre el que aún no hay estudios concluyentes. La hipótesis de los expertos es que podría ser amazónica o andina. “A nivel académico, lo fundamental es darle su correcta adscripción de tiempo, espacio y cultura. Y reconstruir su biografía cultural: qué ha pasado con la pieza desde que fue elaborada hasta nuestros días”, señala López Luján.
El equipo multidisciplinar que estudia el artefacto, formado también por Laura Filloy, María Olvido Moreno, Fabienne de Pierrebourg, Stéphanie Elarbi, Christophe Moulherat y Jacques Cousin, todavía trabaja en dilucidar qué era esta pieza si no era un penacho. “Podría ser parte de un cetro. Tiene un mecanismo rarísimo, se pliega como si fuera cilindro. No lo llevaba alguien en la cabeza, quizás [se usaba] en la mano”, indica López Luján. El complejo mecanismo fue dado a conocer en enero en la revista Arqueología mexicana. Allí se concluyó que el dinamismo del objeto no era propio de un tocado y se expresaron ya las sospechas de que hubiera pertenecido a algún soberano mexica.
Los últimos resultados “no son una sorpresa”, asegura López Luján, que se topó por primera vez con la pieza hace casi dos décadas en las bodegas del Museo del Trocadero –actual Museo del Quai Branly– y ya creyó que era “sospechosa”. En mayo, Fabienne de Pierrebourg, responsable de las colecciones de América del museo parisino, explicó a este periódico que “siempre” existieron dudas sobre el origen de la pieza y por eso (y su fragilidad) nunca se exhibió en las salas de la institución parisina. Ningún país, hasta ahora, ha reclamado su restitución. “Lo que es claro”, reitera López Luján, “es que no tiene nada que ver con las otras piezas de plumaria aztecas que hay en Europa y México”.
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