Nuria Máximo, terapeuta ocupacional: “Trabajar con perros supone un chute emocional positivo para los niños ingresados en la UCI”
La directora de la Cátedra Institucional de Investigación Animales y Sociedad en la Universidad Rey Juan Carlos trabaja en proyectos que buscan prevenir la violencia en las aulas o disminuir los niveles de miedo y dolor en los menores hospitalizados gracias a su contacto con canes
El amor por los animales es un sentimiento que siempre ha acompañado a Nuria Máximo Bocanegra (Madrid, 51 años). Por eso, después de diplomarse en Terapia Ocupacional y empezar a trabajar como profesora en la Universidad Rey Juan Carlos, decidió investigar el vínculo entre los humanos y los animales, pero buscando el bienestar de ambos. “Con la excusa de ayudar a un niño con autismo no se puede explotar a un caballo u obligarle a hacer algo con lo que no está a gusto el animal”, explica a EL PAÍS en su despacho de la facultad en Alcorcón (Comunidad de Madrid).
Tras varios intentos a través de proyectos, conferencias y cursos, Máximo decidió hablar con la universidad y, tras obtener la financiación de la Fundación Dingonatura —asociación de protección animal que trabaja ayudando a los animales más desfavorecidos—, consiguió poner en marcha en 2016 la Cátedra Institucional de Investigación Animales y Sociedad. “No queríamos que fuera una cosa puntual, sino hacer algo que cambiara la sociedad”, apunta la docente que, a principios de año, consiguió renovar por otros cuatro años el contrato con la universidad para que la cátedra continúe.
Durante este tiempo han llevado adelante proyectos como Emociones con patas, que se desarrolla en colegios a través del equipo de psicopedagogía emocional, con alumnos de Primaria, y el objetivo es educar en empatía y luchar contra el bullying en las aulas a través de juegos y ejercicios con perros. También Huellas de colores, un programa que se ha implantado en la UCI pediátrica del Hospital Universitario 12 de Octubre, en Madrid, y busca “humanizar esa unidad porque es un sitio muy doloroso para los padres y para el propio niño que no entiende lo que está pasando”, aclara la docente. Por último, está Echando una pata, cuyo objetivo es trabajar con menores en exclusión social de Parla para darles unos recursos y un futuro. “Cuando están trabajando en las sesiones con los perros, los chavales no faltan a clase, tienen una capacidad de adhesión brutal y eso lo utilizan las educadoras para mejorar la situación de cada alumno”, explica.
PREGUNTA. ¿Cuál es el objetivo de la Cátedra Institucional de Investigación Animales y Sociedad?
RESPUESTA. Su objetivo fundamental es estudiar cómo los seres humanos nos vinculamos con otros animales y cómo hacer que esa relación sea beneficiosa para todos. Hacemos diferentes trabajos de investigación, de difusión y de formación para que esas relaciones sean empáticas, y eso supone luchar también contra la violencia.
P. ¿Qué tipo de violencia?
R. La violencia tiene muchas caras. Las investigaciones están viendo que hay una relación entre la violencia hacia los animales y la violencia hacia las personas. La base de todo es una falta de empatía, una falta de la gestión de los conflictos de una manera más pacífica y menos impulsiva, egoísta, y en eso trabajamos.
P. ¿Han comprobado que esa empatía mejora con el trabajo de los perros con los niños en los colegios?
R. El proyecto Emociones con patas es la piedra angular. Enseñamos a los niños que hay otros seres que comparten con nosotros el espacio, como los perros o los gatos, pero también otros animales que están en el medio natural. Les ayudamos a ver por qué los animales hacen cosas que no entendemos, pero que eso no nos da derecho a tratarles mal, sino que debemos aprender a respetarles. Ese aprendizaje es fácil que lo podamos extrapolar a otras personas, a otros compañeros de clase que igual no nos gustan. La clave es entender que al otro, aunque no comprenda su comportamiento, debo aprender a respetarle. Ese es el primer paso de la empatía.
P. ¿Con este proyecto también trabajan el bullying y la relación entre los alumnos?
R. Sí. El objetivo fundamental del proyecto es trabajar la inteligencia emocional, la gestión y el reconocimiento de las propias emociones, y lo hacemos a través de los animales, de cómo ellos se expresan cuando tienen miedo o sienten dolor. Los canes teóricamente no hablan, pero sí que se comunican de otra manera y los niños muchas veces se ven reflejados. Nosotros les enseñamos a entender sus emociones, a gestionarlas, poder expresarlas, poder entender las del otro y poner límites y respetar los del otro a través del ejercicio y del juego.
P. ¿Qué beneficios han comprobado entre los pacientes y los terapeutas con patas gracias a Huellas de colores?
R. El primero es que supone para el niño un chute emocional positivo y motivador. Rompe totalmente el ambiente, consigue relajarnos, nos saca una sonrisa. El estudio científico que hicimos [Viabilidad de la aplicación de la terapia asistida con animales en una unidad de cuidados intensivos pediátricos: eficacia en la reducción del dolor, el miedo y la ansiedad, de febrero de 2024] indica que todas las medidas de miedo, dolor y angustia disminuyen. Este año, con el nuevo equipo de Dogtor Animal —diseñan y desarrollan proyectos de intervenciones asistidas con animales a medida—, hemos puesto en marcha un juego donde los pacientes eligen qué emoción tienen por estar ingresados y qué han sentido cuando juegan con el perro, y lo que hemos visto es que las emociones negativas, como miedo o angustia, se tornan en alegría. O como dijo una de las pacientes: “Alegría por mil”.
P. ¿Qué tipo de perros se emplean para estos proyectos?
R. Son perros que tienen que pasar una selección, tienen que estar en un correcto estado de salud, físico y emocionalmente estable, que entienda lo que está haciendo, que tenga muy buena vinculación con su guía. Tienen más o menos entrenamiento, dependiendo de lo que se les vaya a exigir. El tamaño no es relevante. Lo importante es que el guía sea capaz de entender el temperamento del animal y qué encaja mejor con los objetivos de los proyectos.
P. ¿Cuál es la labor de Echando una pata con los jóvenes en exclusión social?
R. Consiste en darles un rol activo a estos adolescentes. Las chicas de Perruneando —entidad dedicada la educación canina y las intervenciones asistidas con perros― les enseñan toda la parte de convivencia responsable con los animales, de comportamiento canino, de necesidades de los perros y de su lenguaje corporal para mostrarles cómo deben de relacionarse y, luego, colaborar para el centro de protección animal de Parla. De tal forma que pierdan y se olviden de la etiqueta o estigma que puedan tener, demostrarles que pueden ser valiosos. A veces el mundo del perro les engancha y, en un futuro, les da una posible opción laboral.
P. En estos ocho años en activo con la cátedra, ¿cómo ha mejorado su trabajo esas relaciones entre animales y personas?
R. Creo que es como el agua finita que va calando. Hay una transformación y un cambio en la sociedad. Las familias que han vivido estas experiencias en los colegios y en los hospitales son defensoras de este proyecto porque ven cómo son capaces de transformarnos y cómo sacan lo mejor de nosotros. De hecho, en el último colegio de Leganés donde hemos participado, la directora me dijo que los niños de quinto de Primaria habían hecho una recogida de firmas para pedir que Emociones con Patas fuera a otros cursos. De siempre hemos considerado que la educación es la base de todo, pero hacerlo con los niños es transformar el presente y mejorar el futuro.
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