¿Papá, por qué existen las guerras? ¿Por qué pasan cosas malas? La importancia de responder a las preguntas éticas de los hijos
Los padres son el referente para que los menores adquieran valores que les ayuden a vivir en sociedad. Por ello, deben tomar conciencia de la importancia de su ejemplaridad y aprovechar situaciones cotidianas para hablar de valores
Un grupo de padres charla animadamente en un parque mientras en un lateral dos niños se enzarzan en una pelea para conseguir ser el primero que suba los peldaños para deslizarse por el tobogán. En el desorden, uno de los progenitores se acerca y conversa con ellos. Tras el diálogo, en el que les explica que ese comportamiento no está bien, las aguas vuelven a su cauce. Ambos han entendido que lo fundamental es compartir ese momento de juego, sin importar quién baje primero. Comportarse éticamente o, lo que es lo mismo, incluir la ética en la forma de actuar, también desde la infancia, aporta “la orientación para una buena convivencia desde el momento en el que nos interpela a integrar la mirada del otro en nosotros”, asegura José Carlos Ruiz, escritor y profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba.
Júlia Martín Badía, especialista en ética aplicada a la infancia y adolescencia, explica que ponerse en el lugar del otro se encuentra en la base del concepto de ética y tiene que ver con una forma de ser y estar en el mundo, es decir, forja nuestro carácter como personas. “No porque nos diga lo que está bien o mal, sino porque nos hace reflexionar sobre los argumentos —fundamentados en valores— que nos indican que algo está bien o mal”, explica la también investigadora postdoctoral Margarita Salas en la Universidad de Barcelona. Por tanto, “la ética nos ayuda a desarrollar el hábito de reflexionar sobre nuestros valores para poder argumentar nuestras acciones y decisiones”, añade.
En el desarrollo de comportamientos éticos, los padres son el principal referente para que los hijos adquieran valores que les ayuden a conducirse de manera apropiada en la sociedad. Son un modelo para sus hijos cuando, por ejemplo, cogen un papel del suelo para tirarlo en una papelera, cuando ceden un asiento a una persona mayor en el transporte público o cuando esperan su turno para entrar al cine. Este tipo de actos son la mejor vía para que los niños adquieran buenos valores. “Pasa por la ejemplaridad. Debemos tomar conciencia de la importancia y de la responsabilidad que tenemos a la hora de configurarnos como seres dignos de admiración en lo referente a nuestro comportamiento moral”, añade Ruiz, autor de El arte de pensar: Cómo los grandes filósofos pueden estimular nuestro pensamiento crítico (Almuzara libros en el Bolsillo, 2020). “No se trata de ponerse a estudiar Kant para, llegado el día, decir: ‘Hijo, siéntate que tenemos que hablar de ética”, prosigue, “sino aprovechar situaciones cotidianas para reflexionar conjuntamente, como puede ser escribir la carta a los Reyes Magos, algo que les ha ocurrido en el colegio, sobre el mundo de TikTok y los influencers o una noticia que vemos en el telediario durante la cena”.
En esas enseñanzas cotidianas de padres a hijos lo importante durante las primeras etapas de su desarrollo es crear el espacio para escuchar primero sus visiones de la situación en cuestión, y aprovechar esa curiosidad infantil para desarrollar la empatía. “Usar su imaginación y aprender a ponerse en las circunstancias del otro”, asegura Mar Cabezas, profesora de Ética de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca (USAL). “Es conveniente hacerles ver las consecuencias de sus actos, sin utilizar ningún tipo de chantaje emocional, como ‘si no haces esto, ya no te voy a querer”, dice la también autora del libro La infancia invisible (TECNOS, 2022). De esta manera, según explica, los menores desarrollarán el autoconcepto positivo, trasmitiéndoles que ellos y sus necesidades también son valiosas. “De lo contrario, la lección de ética se convierte en una búsqueda de validación externa, en lugar de una oportunidad para comprender que el otro también tiene sentimientos y que todos merecemos respeto”, opina Cabezas.
Para conseguir fortalecer la autoconfianza desde pequeños es necesario que los padres se conviertan en un ejemplo, argumentando sus decisiones o las razones por las cuales se riñe. “A partir de ahí, cuando reflexionemos con ellos, no solo hay que de decirles lo que está bien o mal, sino preguntarles: ‘¿Qué piensas tú de esto?’, ‘¿Por qué? ¿Qué otras opciones habría?”, argumenta Martín. “Como progenitores”, continúa esta experta, “a pesar de nuestra buena voluntad y esfuerzo, nos equivocaremos más de una vez, pero lejos de hacernos malos padres reconocer nuestros errores hará que nuestros hijos aprendan a gestionar los suyos”.
Pero, realmente, ¿los padres y madres están preparados para responder a preguntas de sus hijos sobre qué deben hacer o qué sería correcto en una situación concreta? “Solemos responder casi de forma automática”, incide Cabezas. Lo más complicado es contestar a las preguntas que apuntan al sentido de las cosas, según asegura. Como cuando un niño pregunta por qué existen las guerras, por qué las personas pasan hambre o por qué ocurren cosas malas a gente buena: “Son difíciles de responder, no solo por cómo trasladárselas al niño sin forzar etapas de maduración, sino porque nos obligan a plantearnos nuestra propia visión del mundo y a reflexionar sobre qué queremos trasmitirles”.
Los seres humanos no pueden prescindir de la dimensión social y, en consecuencia, tampoco de la ética, puesto que “esta se basa en el reconocimiento del otro y la reciprocidad, en restringir nuestro comportamiento porque entendemos que el otro también importa”, puntualiza Cabezas. Dicho esto, señala: “Tenemos que ser conscientes de que cuanto más miedo y estrés experimentamos, menos abiertos estamos a los otros, porque nos centramos en nuestros propios problemas. Nos queda una tarea de humildad y valentía al mismo tiempo, y de aprender a escuchar, aceptar responsabilidades colectivas e ir más allá del sálvese quien pueda”.
Jóvenes, redes sociales y ética
Actualmente, el empleo de las redes sociales por parte de los jóvenes hace que definan su identidad más por la cantidad de Me gusta virtuales que por el reconocimiento que reciben de su entorno físico. A esto se une el auge de la Inteligencia Artificial, que les puede hacer dudar de lo que es real o verdadero. En este contexto, “la ética nos invita a hacer una pausa para pensar qué tipo de sociedad queremos construir. Para definir desde dónde nos relacionamos con los demás, con las otras especies y cómo nos responsabilizamos de las generaciones futuras”, sostiene Martín.
Por eso, es esencial que los progenitores hablen con los hijos sobre cuáles son sus valores, objetivos y deberes, qué dicen de ellos mismos sus acciones o si el fin justifica los medios. “Porque ellos serán los padres y profesionales del futuro que decidan construir”, añade Martín. Además, como el tiempo de interacción de un sujeto con la pantalla no es un tiempo vivencial, es decir, no se produce en vivo y en directo, “la intensidad de cualquier enseñanza moral se debilita”, retoma Ruiz. Para este profesor de Filosofía es importante que padres y madres eduquen la mirada de sus hijos, para que los juicios de valor que hagan sobre aquello que consumen en estas redes estén tamizados por una visión crítica.
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