“No es personal, es cerebral”: el mantra que ayuda a convivir con los cambios de humor de los adolescentes
Aunque los menores muestren su enfado y eso sea tremendamente doloroso para los padres, los expertos aseguran que es fundamental que no huyan espantados y sean comprensivos para evitarles la soledad y el aislamiento
Describir a los adolescentes como montañas rusas emocionales no está lejos de la realidad. Cuando son felices, se les nota a la legua. Pero aún se hace más evidente cuando están de mal humor. Es habitual que cambien de emoción más rápido de lo que los adultos son capaces de percibir. Y además las viven con gran intensidad: lloran, ríen, se enfadan… Y todo a lo bestia. Algo que puede suponer un suplicio para quienes están en su entorno y, sobre todo, para sus padres.
Esta situación descrita por Elena Fuentes (Madrid, 48 años) sobre su hija Ana de 13 lo explica muy bien: “Acabo de llegar a casa tras todo el día trabajando. La veo, le digo: ‘Hola, guapa’. Ella simplemente me mira con cara de asco se mete en su habitación y da un portazo”. En efecto, el enfado no tiene por qué responder a una situación incómoda o a una regañina. No tiene por qué haber una causa.
Otras veces, sin embargo, sí tienen relación con situaciones concretas. La propia Fuentes cuenta que el mal humor de Ana suele ser más marcado de lunes a viernes, cuando le tiene que recordar sus obligaciones: “Durante los fines de semana y las vacaciones todo va como la seda. De hecho, está mucho más simpática y fácil de tratar”. Para Carolina Martínez (Zaragoza, 47 años) los cambios de humor de su hijo Leo, de 14, suelen estar relacionados con los aparatos electrónicos: “Los momentos en los que más me bufa suelen estar relacionados con el móvil o la tableta. Cuando le pido que los deje a un lado y me preste atención”. Es en esos momentos cuando los ojos de Leo irradian chispas contra su madre. Reaccionar a estos desplantes suele ser una de las pruebas más habituales y más difíciles de afrontar para los progenitores. “La verdad, intento no alterarme, pero la mayoría de las veces me saca de mis casillas”, reconoce Fuentes.
Ante esta desagradable tesitura, Sara Desirée Ruiz, educadora especializada en adolescencias y autora del libro El día que mi hija me llamó zorra, recomienda: “Usar el mantra ‘No es personal, es cerebral’ para poner distancia entre su estado emocional, que no tiene por qué estar causado por algo que hayamos hecho nosotras, y el nuestro.” En efecto, tal y como dice esta autora, la culpa no es tanto de ellos, sino de su desarrollo cerebral, que les juega malas pasadas.
“Los cambios de humor tienen su origen en una zona del cerebro que se denomina amígdala y que genera las emociones. Durante la adolescencia esta zona se vuelve hiperreactiva, lo que significa que sus emociones responden a más velocidad y con mayor intensidad”, afirma David Bueno, biólogo, neuroeducador y autor, entre otros libros, de El cerebro adolescente. Esta no es la única zona cerebral involucrada en la gestión de las emociones. La otra es la corteza prefrontal: “Este es el área que más cambia durante esta etapa, lo que supone que durante un tiempo provoque deficiencia en su funcionamiento. No es que no puedan gestionar sus emociones, es que les cuesta hacerlo”. Según informa, al combinarse la hiperreactividad de la amígdala con la dificultad de gestión provocada por los cambios en la corteza prefrontal, aparecen los cambios de humor típicos de esa etapa.
A todo eso hay que sumarle las hormonas: “Durante la pubertad, la cantidad de hormonas que el cuerpo produce sufre desajustes”. Esto hace que haya descargas brutales en momentos en los que no harían falta y que en otros en los que sí serían necesarias: “Las glándulas que segregan esas hormonas no funcionen como se espera que lo hagan. El cuerpo tiene que aprender a gestionar todos estos cambios hormonales”.
Qué tienen que hacer padres y madres
El caso es que los adolescentes cambian su humor a tal velocidad que a los padres les resulta complicado seguirles. ¿Cómo hacerlo? Sara Desirée Ruiz apuesta por relativizar las situaciones o comentarios desagradables que puedan provocar y estar siempre cerca para que se sientan apoyados:“Aunque muestren su mal humor y eso sea tremendamente doloroso, es fundamental que las madres y padres no huyan espantadas, porque a las personas adolescentes les duele 300 veces más y, encima, no tienen los recursos que tenemos las personas adultas, ya que están enfrentándose solas al mundo por primera vez”. “Que su mal humor sea una señal de demanda de atención en lugar de un revulsivo resulta esencial”, recalca.
También es importante que los progenitores sepan que es una característica propia de la adolescencia y que no se puede evitar. Por eso, la autora de El día que mi hija me llamó zorra recuerda que es importante que padres y madres estén preparados“Nos van a necesitar a su lado para ayudarlas a volver a la calma, a regular lo que sienten, a entender lo que viven, a tomar decisiones… Es buena idea servirles un entorno acogedor que las permita atender su estado y ayudarlas a regularse, un entorno lleno de actividades motivadoras (actividad física, artística, viajes…) y personas que las ayuden a entender y a encontrar significado a lo que viven”. Si esto puede parecer difícil, aún lo es más olvidarse de criticar sus estados emocionales. Para la experta, esto último es parte esencial de su acompañamiento.
En efecto, aunque a veces parezca que no quieren saber nada de nosotros, los padres tienen mucho que hacer. David Bueno tiene claro qué es lo más importante: “Mantener la confianza que tenemos en nuestros hijos e hijas adolescentes a pesar de que a veces tengan actitudes que nos puedan horrorizar”. Para el experto se debe dejar de lado la idea de que el hijo es un desastre: “Esto les carga aún con más culpa. Es algo que a esta edad puede dañar mucho su autoestima”.
¿Quiere esto decir que pueden hacer lo que les dé la gana? Definitivamente, no. Para Bueno, hay que tratar de reconducirles, sí, pero siempre en positivo: “Por ejemplo, habría que dejar de usar la segunda persona del singular, el tú, en favor de la primera persona del plural: nosotros. Si ellos entienden que nos involucramos, les genera confianza y la confianza es el mejor atenuante los cambios de humor”.
Para este neuroeducador, el objetivo de estas tácticas es vivir la adolescencia con sensación de satisfacción a pesar de los momentos duros, porque también los hay maravillosos y hay que tratar de disfrutarlos: “Y eso no se consigue aumentando su estrés ni la sensación de aislamiento que muchas veces tienen”.
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