Comunicación activa y positiva: la importancia de saber dialogar con los niños y los adolescentes
Conversaciones sinceras, bilaterales y sin juicios, en las que se respeten y entienden los sentimientos de los menores, refuerzan los vínculos familiares y convierten a los progenitores en referentes a los que acudir cuando surge un problema o preocupación
El poco tiempo libre, el estrés y la abundancia de tareas complican que los padres y madres puedan lograr una relación de calidad con sus hijos. “Conciliar resulta una utopía en la actualidad”, dice contundente Úrsula Perona Mira, psicóloga infanto-juvenil. “Pero los progenitores deben encontrar un rato para dedicar tiempo y espacio a sus hijos y así fomentar una comunicación activa y positiva”. Según argumenta la experta, esta tiene que ser sincera, de calidad, bilateral y hacerse sin juzgar ni criticar porque es esencial para crear y mantener los lazos afectivos en la familia y para poder educar adecuadamente: “Siendo conscientes de esto, conseguiremos momentos para conversar íntimamente y que los niños y adolescentes se sientan valorados y respetados”.
Si no hay buena comunicación, añade, puede haber muchos malentendidos y darse por hecho lo que el otro piensa o por qué se comporta de cierta manera: “El 90% de los conflictos entre los seres humanos —refiriéndose a la gran mayoría— tiene que ver con problemas de comunicación, haciendo que el vínculo entre las personas sea más débil, exista más distancia afectiva y se produzcan sentimientos de soledad o desamparo”. Además, gracias a la comunicación activa y positiva, el niño o adolescente siente que merece ser escuchado: “Se confía en su discurso; se tienen en cuenta sus emociones y puede expresar libremente lo que siente”. “Para escuchar activamente hay que ser capaz de interesarse por el tema, mantener la mirada y la atención y preguntar. Conseguir que tu hijo se entregue y te cuente sus cosas es un camino largo que requiere una inversión de tiempo, de presencia y de confianza. La conversación se debe adecuar a la edad del menor. Asimismo, hay que aprender a respetar su intimidad y que no quiera compartir ciertas cosas”, explica Perona.
Según sostiene, los padres no pueden pretender que los niños o jóvenes cuenten sus intimidades, que confíen en ellos, que se abran, si ellos mismos no comparten absolutamente nada con sus hijos: “Si nos mostramos vulnerables les estamos enseñando que no pasa nada por sentirse así”. Y añade que si se expresa preocupación, por ejemplo, se les transmitirá que es normal necesitar consejo o apoyo: “O si se reconoce una equivocación se les enseña a pedir perdón, que errar forma parte de la vida y es una oportunidad para aprender”.
La comunicación forma parte de la inteligencia emocional. La psicóloga puntualiza que trabajar las habilidades sociales personales y pulir aspectos que se refieran al estilo comunicativo es una tarea enriquecedora: “Nuestros hijos siempre nos dan la oportunidad de aprender muchísimo sobre nosotros mismos. Observar qué reacciones despertamos en ellos cuando les hablamos nos permitirá revisar la parte que depende de nosotros”. Y prosigue que el beneficio de cultivar una comunicación estrecha e íntima con los hijos es enorme y los padres son percibidos como un lugar seguro: “Nos convertimos en su referente cuando tengan un problema, en sus maestros para aquello que podamos aportarles y en un espejo en el que ver lo maravillosos que son desde nuestro amor incondicional”.
La ingeniera en organización industrial Saioa López Rico es la autora de Éramos una vez... mi mamá y yo, cuento en el que se ensalza la necesidad de reforzar vínculos entre padres e hijos, aportando confianza y mejorando la autoestima de los niños. López Rico explica que, pese a que la mayoría de los padres y madres sientan esa necesidad de comunicarse con sus hijos, pueden llegar a prestar una atención superficial e incluso mínima a algunos asuntos que para los niños y adolescentes resultan importantes. “Los progenitores ven ciertos temas desde una perspectiva puramente adultocéntrica y la vida desde los ojos de los niños tiene otro ritmo y otro lenguaje”, señala.
Y añade que, por muy ocupados y estresados que estén, los padres y madres deben estar presentes para poder validar el sentimiento que los menores tengan hacia un hecho en concreto. Y, tras ello, hay que ayudarles a través de una comunicación positiva y activa: “Esta es imprescindible para ayudar a criar a unos niños seguros de sí mismos”. Para la profesional, una buena manera de conseguir abrir el canal de comunicación con los niños, con tiempo y dedicación, es detectando qué les gusta y a qué prestan atención y así “jugar con esos elementos para conseguir llegar a ellos sin aburrirlos”.
En el anexo final de su cuento, López Rico hace hincapié en la importancia de la literatura infantil como herramienta de apoyo en la educación de los hijos. “Los progenitores también han de dejar que su niño interior despierte con más frecuencia”, continúa, “para ver la vida con más felicidad e ilusión y entonces ayudarles y comprenderles”. Además, según argumenta, así serán los menores quienes consulten a los adultos siempre que deseen tener una perspectiva más madura de un asunto y sin percibir que su sentir inicial resulta invalidado o dañado.
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