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Por qué no hay que castigar a los niños sin recreo

Aplicar una medida correctiva para decir a un menor que su comportamiento no es el adecuado es bastante básico y no fomenta que aprenda de su error. Además, este tiempo de asueto no se puede entender como un privilegio o un premio, pues es fundamental para su desarrollo

Castigos niños recreo
Si un niño hace algo mal, castigarlo o aislarlo hace que sienta mal, pero no que aprenda de su error.Jonathan Kirn (Getty Images)
Carolina García

Hay niños que a veces se quedan sin recreo porque se portan mal en el aula o no llevan los deberes hechos, entre otras razones. Esta medida punitiva, que no es nueva, sí que está empezando a producir cierto recelo entre algunos padres y madres. “Diversas asociaciones de progenitores han denunciado la práctica de castigar sin patio o sin un rato de patio las conductas inadecuadas de los menores”, explicaba la semana pasada en un comunicado el Observatorio del Juego Infantil, instrumento cuyo fin es el seguimiento, vigilancia y control de la aplicación de uno de los derechos de los niños. ¿Eso es efectivo? ¿El niño aprende algo si se queda sin recreo? ¿Y, sobre todo, cuáles son las consecuencias para el alumno?

“El tiempo de asueto de los niños en el colegio es el recreo, sobre todo, el de la mañana. Es el rato en el que aprovechan para desahogarse, jugar y relacionarse con sus iguales. Un descanso que permite que puedan continuar prestando atención el resto de la jornada escolar”, asegura Silvia Álava, doctora en Psicología Clínica y de la Salud, escritora y miembro de dicho observatorio. “En ningún caso se debería usar el recreo como castigo, porque el tiempo que pasan en el patio es clave para su bienestar emocional y físico”, apunta Ruth Alfonso Arias, maestra de Infantil desde hace más de una década. Y añade: “Los momentos de esparcimiento y juego son imprescindibles para liberar tensiones, reducir el estrés y aprender de manera más eficaz”. “Además, castigar, en sí, no tiene ninguna ventaja, más si hace como primera medida correctiva”, incide Álava. “Dejarle sin recreo se suele usar porque esta medida correctiva puede ser una respuesta cómoda y fácil. Pero el problema principal es que el menor reaccionará movido por la acción punitiva, pero en ningún caso reflexionará acerca de si lo que ha hecho está bien o mal. Con el castigo se busca que el niño pague por el error cometido, no que aprenda de él”, incide Alfonso Arias.

Alejandra Melús, maestra de Educación Especial y experta en Atención Temprana e Intervención Psicomotriz, agrega que dejar sin recreo a un chaval lo que demuestra también es la falta de recursos por parte del adulto para comprender cuáles son las consecuencias naturales de un acto: “Si yo no hago los deberes, la consecuencia natural es poder hacerlos o llevarse más tarea otro día o tener que terminarlos en casa o cuando se vea conveniente, pero el recreo no debería contemplarse como un privilegio o como un premio en el horario del niño. No es un hito más o una actividad más, hay que entender que es imprescindible para el desarrollo del ser humano”. “Es vital tanto desde los dos-tres añitos, cuando van a Infantil, como con 18 y están Bachillerato”, puntualiza esta maestra.

Para Melús el recreo es necesario porque proporciona un tiempo que a los menores les permite recalcular, refrescarse, descansar el cerebro y así asimilar todos los procesos de aprendizaje: “Es vital que se desfoguen, que corran, que conecten, que interaccionen con otros. Y hay grandes enriquecimientos, aprendizajes, que se adquieren solo en la actividad del patio. ¿Entonces, castigar? ¿Para qué? Creo que se hace por desconocimiento de todo esto. No somos conscientes sobre lo que implica el recreo y sobre lo que significa para un menor”.

Las consecuencias de castigar

Tras el recreo, en el que el niño ha estado solo y sentado, mientras sus compañeros jugaban, lo normal es que esté enfadado.
Tras el recreo, en el que el niño ha estado solo y sentado, mientras sus compañeros jugaban, lo normal es que esté enfadado. Jasmin Merdan (Getty Images)

Como consecuencia de la reprimenda, en el menor puede aparecer la frustración, la rabia y debilitar el vínculo con el adulto, en este caso con el maestro o maestra, según explica Alfonso Arias. “Tras el recreo, en el que ha estado solo y sentado mientras sus compañeros jugaban, lo normal es que esté enfadado”, sostiene por su parte Álava. Para esta psicóloga, en estas medidas correctivas los inconvenientes ganarían de largo a las “hipotéticas ventajas”: “Dejar sin patio no garantiza que el niño aprenda nada. Además, desde la psicología estamos insistiendo mucho en la importancia que tiene cuidar la salud mental de la infancia. Y sabemos que uno de los mejores protectores es tener una buena red social y una red de apoyo. Y esta se construye desde la infancia, haciendo sus amiguitos en el colegio y se hacen en el recreo, cuando estamos jugando. Si se deja sin él, se pierde la oportunidad de construir esta red y de relacionarse jugando. Por lo que hay que proteger ese tiempo”. A este respecto, desde el Observatorio del Juego Infantil recuerdan en su comunicado que el juego es un derecho para la infancia reconocido por la Organización de las Naciones Unidas, al igual que la educación, la alimentación o la sanidad, y tan necesario para el desarrollo saludable infantil como los anteriores.

“Hay que tener en cuenta que si a un menor se le castiga habitualmente a la primera, sin recreo u otra cosa, puede sentir miedo, sentirse desubicado porque quizás no comprende la reprimenda o sí lo comprende, pero se ve amenazado o incluso esto le haga estar más a la defensiva”, señala Melús. Esto puede llegar a provocar, según esta maestra, que el menor conecte menos con sus emociones, que sienta que siempre es el malo, el que se salta las normas o el disruptivo dentro del aula. “Hay niños que llevan consigo estas etiquetas desde los 3 años y no se las quitan hasta los 18”, prosigue Melús, “y somos nosotros, los adultos, los que favorecemos este comportamiento”. Para la maestra de Educación Especial es necesario que haya un adulto que “le rescate de ahí y que busque cómo encontrar su sentido de pertenencia funcional; que indague por qué se comporta mal y siempre está castigado”. “Y, sobre todo, que pueda hacerle entender que él es importante por lo que es, no por su comportamiento”, agrega.

Las alternativas al castigo

“Como posibles alternativas al castigo, en primer lugar, habría que considerar el error como una oportunidad de aprendizaje, permitir que los niños tengan cierta movilidad en el aula, motivar el respeto, prevenir, observar, ofrecer alternativas y límites claros. La comunicación entre familia y escuela, la confianza y el respeto son clave”, explica Alfonso Arias. Para Álava, las alternativas serían acompañar a los niños en sus emociones y, sobre todo, proponer consecuencias naturales a sus actos. “Funciona muchísimo mejor cuando se explica, aunque no siempre es fácil”. “Por ejemplo, si ha habido un comportamiento disruptivo en el aula y lo que ha pasado es que se ha peleado con un compañero, a lo mejor habrá que pensar cómo se puede solucionar, haciendo preguntas sobre cómo se ha sentido él y el compañero, por qué ha pasado y que consiga reflexionar sobre qué puede hacer para solucionarlo y que no vuelva a pasar”.

Álava puntualiza que reflexionar no significa solo pedir perdón para conseguir ir al patio: “Si sucede esto, no ha habido una reflexión sobre qué es lo que he hecho. Si por ejemplo el niño irrumpe la clase, él debe entender que no solo él no está aprendiendo, sino que sus compañeros tampoco. Y ahí es donde debería llegar el niño. Y lo ideal es que esa labor de reflexión parta del alumno, y que sean los profesores quienes le puedan guiar. ¿Qué es lo que ocurre? Que no es fácil. Muchos alumnos y poco tiempo”, se lamenta.

“Si un niño muerde a otro, el menor tiene que saber subsanar este error, porque si solo se le castiga, separa o aísla, lo que se consigue es que se sienta mal y no aprenda nada. Aplicar una medida correctiva para decirle que su comportamiento no es adecuado es bastante básico”, sostiene Melús. “Es lo más visible y lo más sencillo, pero no soluciona el problema”, prosigue, “lo que necesita aquí es que nosotros como adultos nos formemos en inteligencia emocional, que sepamos el porqué de estos comportamientos, hagamos una observación, aunque entiendo que dentro de los centros es muy difícil hacerlo”. También apunta a que muchas veces los chavales no tienen tampoco un conocimiento de la importancia y el valor que tiene el recreo en su desarrollo: “Es una asignatura pendiente del entorno escolar”. “¿Alternativas al castigo? Pues cualquiera sería beneficiosa”, agrega Melús, “lo importante es que se debería eliminar el castigo de nuestra sociedad porque los niños no nos pertenecen por ser menores de edad. No podemos hacerles cumplir con requisitos o normas que no le haríamos cumplir a un adulto”.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.
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