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Bachillerato
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“Mamá, no sé qué carrera estudiar”: cómo ayudar a tu hijo que cursa Bachillerato a elegir su futuro

Es importante afrontar estos dos años educativos sin prisa, atendiendo a las necesidades personales, emocionales y sociales del adolescente. Cuando se converse con él, hay que evitar los sermones, desaprobar sus opiniones o amenazar

selectividad
Un grupo de alumnos se dispone a hacer el examen de Selectividad en la Universidad de Sevilla.PACO PUENTES

Alrededor de 700.000 alumnos y alumnas en España que terminan la ESO cursan Bachillerato con la intención de estudiar después en la universidad, según datos de 2022 del Ministerio de Educación y Formación Profesional. Pero un porcentaje muy alto de este alumnado no sabe aún qué es lo que quiere estudiar. Según un estudio de 2019 de la consultoría Círculo Formación, firma especializada en prestar servicios integrales de marketing, comunicación y consultoría, un 78% de estos estudiantes españoles no tiene claro qué carrera elegirá. Además, el abandono universitario de los estudios de grado en universidades presenciales, entre estudiantes que ingresaron en el curso 2015-16 de nacionalidad española, afecta al 13%, según datos del Ministerio de Universidades en su informe Análisis del abandono de los estudiantes de grado en las universidades presenciales en España. Este documento señala también que entre las y los estudiantes que abandonan, más de la mitad lo hace después del primer año, lo que demuestra que el inicio del grado superior es el momento más delicado de cara a la continuidad en los estudios.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos para que accedan con seguridad a la carrera que les gusta y fomentar tanto la implicación como ayudarles en su proceso de desarrollo personal? Con el cambio legislativo se le ha dado más énfasis a la formación integral del alumnado y al desarrollo personal y social en una edad en la que cuidar estos aspectos es algo fundamental. Según la LOMLOE [Ley Orgánica de Educación]: “Es imprescindible la implementación de propuestas pedagógicas que, partiendo de los centros de interés de los alumnos y alumnas y aumentándolos, les permitan construir el conocimiento con autonomía, iniciativa y creatividad desde sus propios aprendizajes y experiencias”.

Muchas veces, padres y madres tienen dudas sobre qué tipo de educación elegir para sus hijos después de la ESO en una época en la que ya están pensando en la toma de decisiones de cara a la universidad, un grado o formación profesional. En este sentido, es normal que haya incertidumbre, pero por experiencia personal, y por las preguntas que me suelen hacer para orientar en la toma de decisiones, siempre respondo lo mismo: “Lo importante es no tener prisa”.

Parece que con 18 años hay que dar el salto, hacerlo todo perfecto, sacar la universidad en cuatro años y entrar en el mercado laboral recién licenciado. Pero más relevante que esto es afianzar una serie de aprendizajes que vayan más allá de una preparación universitaria. En estas edades, nos encontramos con el equilibrio imposible entre la autonomía personal y la dependencia, y es en este camino en el que los progenitores deben servir de apoyo. Obviamente factores como, por ejemplo, el nivel socioeconómico o la necesidad de entrar en una universidad pública van a condicionar la toma de decisiones, pero es crucial que acompañemos y demos espacio entendiendo, además, de dónde venimos.

Hemos pasado a unas cifras récord en cuanto a problemas de salud mental infanto-juvenil pospandemia. Por ejemplo, como se señala en el informe de Unicef Salud mental e infancia en el desarrollo de la covid-19 (2020), uno de cada cinco menores de entre 10 a 19 años padece un problema de salud mental diagnosticado, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes en población juvenil y adolescente. Además, según este documento y de acuerdo con los datos de la OMS de 2011, España solamente dedicaba el 5% del gasto total en sanidad pública a la salud mental.

Acompañar, por tanto, desde lo personal, lo social y la salud mental es actualmente un factor de protección y de éxito educativo en una etapa tan importante como Bachillerato, que puede generar mucho estrés y ansiedad en el alumnado de 17 y 18 años. Saber responder a dudas como “mamá, no sé qué estudiar”, “me siento con ansiedad porque no sé qué hacer”, o “mejor lo dejo…” son cuestiones que como padres nos van a preocupar. ¿Cómo podemos afrontarlas?

En primer lugar, hay que mantener la calma y preguntarle si ya han pensado en algo, porque seguro que sí lo ha hecho. No hay que escurrir el bulto y contestar: “Bueno, ya se te pasará”. Después, es fundamental generar alternativas para ver si hay más opciones o, como se suele decir coloquialmente, buscar un plan B. Es además muy enriquecedor que padres e hijos trabajen juntos esta búsqueda de alternativas por varios motivos: tranquiliza y da seguridad saber que puedes hablar del tema con tus padres sin que te digan que lo haces mal, que así no vas a ningún lado o que no vas a llegar a nada en la vida porque no te aclaras. A esto se suma que ser acompañado en este proceso y tener tiempo para pensar ayuda mucho. Por último, porque lo anterior genera confianza y, por lo tanto, ayuda a reducir la ansiedad y los errores que generan la prisa.

¿Hay algo más que los padres puedan hacer? Sí, tenemos que cambiar la forma de hablar. Cuando conversemos con nuestros hijos hay que evitar los sermones, aludir continuamente a normas externas, amenazar, desaprobar o dar lecciones. Básicamente, hay que evitar todo lo que hacemos como adultos cuando hablamos, pues no ponemos el foco de la comunicación en quien escucha (tu hijo o hija) sino en quien habla (tú mismo). Si hablas con tus hijos solamente para que te escuchen, en vez de esforzarte en escucharles, es difícil que les puedas ayudar.

Es fundamental, por tanto, entender Bachillerato como una etapa de desarrollo global tanto a nivel académico, personal y familiar. Y en este sentido, es importante afrontar estos años sin prisa, atendiendo a necesidades personales, emocionales y sociales porque no se trata de hacer todo perfecto, sino de sentirse bien haciéndolo. Hemos de entender que el fracaso no es perder un curso con 18 años porque no sabes qué hacer o tienes dudas, más bien al contrario: el fiasco en esta etapa es no ayudar a quien con 18 años está inmerso en un proceso educativo relevante como rito de paso a la edad adulta.

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