Los bebés dan por hecho que las personas que comparten su saliva se ayudan mutuamente
Una investigación de Harvard busca las pistas que usan los más pequeños para determinar quiénes tienen relaciones cercanas e íntimas
En el interior del comedor, un grupo de niños y niñas aguardan impacientes a que su cuidadora vaya colocando la comida sobre los platos que hay delante de cada uno de ellos. Es la hora de comer y los más pequeños, de 12 a 18 meses, observan durante este tiempo cómo su tutora, a veces, les ayuda a pinchar el trozo de tortilla, desmenuzar el pescado o coger la sopa con sus cucharas, al mismo tiempo que les achucha o felicita cuando han conseguido hacerlo por ellos mismos. Este episodio que podría considerarse una rutina más en estas edades es, según estudios actuales, una señal concreta que sirve a los niños, también en edades tan tempranas, para saber qué personas son las más propensas a ayudarles.
Esta observación del entorno de los bebés se pone negro sobre blanco en el estudio llevado a cabo por Ashley Thomas, de la Universidad de Harvard, autora principal de la investigación, publicada en la revista Science y que concluye que “compartir saliva entre individuos es una pista que los niños pequeños utilizan para inferir relaciones sólidas, y que estas inferencias se basan en procesos evolutivos que han dado forma a cómo los niños pequeños interpretan el mundo social”. Asimismo, la investigación del equipo dirigido por Thomas sugiere que los más pequeños “dan por hecho que las personas que comparten su saliva se ayudan mutuamente en situaciones de emergencia”.
A raíz de la publicación del estudio, Christine Fawcett, profesora principal de Psicología del Desarrollo en la Universidad de Estocolmo, ha escrito el artículo “Kids attend to saliva sharing to infer social relationships”, también en Science, donde ofrece una interpretación a la investigación original. La idea que ha querido transmitir con su publicación, en sus propias palabras, “es buscar pistas que los bebés usan para juzgar qué personas tienen relaciones cercanas e íntimas —lo que los autores llaman relaciones densas—”. Una de estas señales, según explica Christine Fawcett, “podría ser compartir saliva, ya que tendemos a compartirla solo con aquellos que están en las denominadas como relaciones espesas”.
Fawcett sostiene que “es probable que los bebés observen quién tiende a compartir saliva; por ejemplo, a través de alimentos, intercambiando juguetes o besándose, y quién no lo hace; lo equiparan, por ejemplo, con quiénes son sus cuidadores”. Con el tiempo, prosigue esta psicóloga, “notan que sus propios cuidadores y familiares tienden a compartir saliva entre ellos, pero no con los demás. Por ejemplo, mamá comparte comida conmigo y con mi hermano y besa a papá, pero no comparte comida ni besa a nuestros vecinos. Esta observación se podría trasladar cuando ven a dos extraños; es el caso de una madre y un bebé que no conocen, que también comparten saliva, para inferir que también deben tener una relación sólida”.
Ángel Barrasa, catedrático de Psicología Social en la Universidad de Zaragoza (UNIZAR), explica la diferencia entre relaciones intensas y aquellas que se consideran superficiales. Las primeras serían aquellas que las personas establecen tradicionalmente con familiares o parejas. Según Barrasa, “estas relaciones presentan determinados comportamientos prototípicos como abrazarse, acariciarse o besarse. Pero también incluyen conductas de cuidado o de intercambio de alimentos; por ejemplo, la lactancia materna implica una relación intensa”. En cuanto a las relaciones superficiales, continúa este experto, “serían aquellas que normalmente consideramos de amistad, en las que las personas hablan, tienen conductas de colaboración y presentan preferencias similares, pero que no llegan al grado de cercanía que presentan las relaciones intensas”.
En las relaciones sociales que establecemos los seres humanos el acto de compartir saliva al comer o besarnos se considera dentro de las relaciones intensas. El psicólogo social de UNIZAR señala que “cuando compartimos saliva con otra persona es porque esta forma parte de la red de relaciones intensas que mantenemos. Lo que se demuestra en la investigación reciente es que compartir saliva es un indicador clave a partir del cual inferimos que se trata de una relación intensa. Es decir, si vemos que dos personas comparten saliva, inmediatamente establecemos que esos dos individuos tienen una relación intensa”. Pero lo más sorprendente es que no es una cuestión exclusiva de los adultos, declara este experto, “ya que la investigación muestra que muy pronto, durante la infancia, ya somos capaces de realizar esta inferencia: niños con cinco años eran capaces de predecir quién formaba parte de la familia por compartir cubiertos en la comida o chupar el mismo cono de helado, e incluso bebés de apenas 10 meses predecían quién ayudaría a otra persona a base de haber compartido saliva previamente”.
En el estudio desarrollado por Ashley Thomas se afirma que es probable que la capacidad de los bebés para conectar el intercambio de saliva con relaciones estrechas/densas sea innata, pero Christine Fawcett sugiere que “lo más probable es que lo que sea singular sea la disposición de los humanos a compartir saliva solo con aquellos cercanos a nosotros. Este hecho es el que hace que los bebés utilicen el comportamiento que ven para hacer la inferencia de que el intercambio de saliva ocurre en relaciones cercanas”. En esta línea, Ángel Barrasa comenta que “cuando los bebés ven a dos personas compartir saliva y después una de ellas necesita ayuda, los niños esperan que esta sea ayudada por la persona con la que ha compartido saliva previamente. Es decir, los bebés son capaces de sacar conclusiones sobre quiénes tienen una relación intensa usando el criterio de compartir saliva”. En definitiva, se trata de mecanismos adaptativos. Por eso, precisamente, como apunta el catedrático de Psicología Social, “se han desarrollado”.
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