Niños y naturaleza: cinco beneficios de aprender al aire libre
Este tipo de educación usa el entorno para el desarrollo cognitivo, emocional y social de los más pequeños. ¿Cómo es un día en una escuela al aire libre?
”Volaaando, a la sala de la encina”, dice la profesora, mientras 12 niños de entre tres y seis años la siguen emocionados con los brazos a modo de alas. Son poco más de las 9 de la mañana y, tras dejar sus mochilas en la cabaña donde se encuentran con sus amigos y se despiden de sus padres, los pequeños se reúnen bajo la sombra de una preciosa encina en la Dehesa de Boyal, en Cerceda (Madrid). “¿Quién quiere contar cuántos somos?”, incide la mujer. “Yooo. Uno, dos, tres...”, contesta uno de los alumnos. “Ahora, vamos a buscar palitos que encontremos en el suelo”, señala. Los pequeños siguen las indicaciones y hacen un gran corro. “Ahora, crearemos vuestra pizarra”, prosigue la maestra. A los pies de cada uno, forman un rectángulo con cuatro palos. La profesora llena con sal el hueco que queda entre los palos y la pizarra queda blanca. Luego, empieza a enseñar tarjetones con dibujos: “¿Alguien sabe qué forma es esta?”. Con los dedos, los niños dibujan un círculo en la sal.
Lo que podría ser una actividad de campamento de verano, de esos que comienzan ahora, es en realidad la rutina diaria durante todo el año escolar de los alumnos de Bosquescuela, de Cerceda, único centro de educación infantil al aire libre que está homologado por la Comunidad de Madrid. No es de extrañar que los niños no quisieran que acabara el curso hace unos días. Bosquescuela es un modelo educativo en el que se aprende de manera experiencial en contacto con la naturaleza. “Un entorno para que los niños puedan manifestar todos sus intereses y desarrollar su parte cognitiva, emocional y social”, señala Philip Bruchner, fundador y director gerente de Bosquescuela. “Para aprender, los niños necesitan estímulos para desarrollar el lenguaje, las matemáticas, la percepción espacial... Todo lo encontrarán en la naturaleza salvaje, donde exista variedad de especies, ríos, bosques, montes, rocas, árboles... Este entorno no lo hemos hecho nosotros; está ahí”, explica Bruchner. No podemos negar que la pandemia nos ha hecho replantearnos nuestra forma de vivir, de criar y, tras los meses de encierro, de relacionarnos con el entorno. ¿Hay otras maneras de educar? Sí, las hay: “Muchas familias de las ciudades se han interesado por la Bosquescuela, porque se han dado cuenta de la importancia de que los niños estén en contacto con la naturaleza”.
La Asociación Nacional de Educación en la Naturaleza (EDNA), en su manifiesto, reivindica los beneficios que tiene aprender en contacto con el entorno natural para el desarrollo, el bienestar y la salud de la infancia, sobre todo en las etapas más tempranas. En su argumentario destaca que permite un aprendizaje directo, empírico y autónomo, ya que “invita a la indagación, la exploración y la experimentación, fomenta la mirada crítica y fortalece la resiliencia de los niños”. Además, moverse al aire libre, reduce las infecciones y el contacto con el aire y el sol fortalece las defensas. Los padres podrían preguntarse: ‘¿y cuándo hace mal tiempo?’ Como dicen los noruegos, ‘no hay mal tiempo, sino ropa inadecuada’. “Con indumentaria apropiada, los niños pueden estar a la intemperie, incluso con lluvias y nevadas. Para ello, se recomienda aplicar el principio de las ‘capas de cebolla’ y conviene tener una muda en su perchero”, dice Bruchner.
Los beneficios de aprender al aire libre
- La clase. Volvemos a la clase de la encina. Los niños, con todos los recursos didácticos del medio a su alcance, sentados o de pie, siguen la clase con atención. Solo en ese rato han abordado desde matemáticas y lectoescritura hasta trabajo colaborativo, integración sensorial y comunicación a través de los sentidos. Como el centro es bilingüe, también han interactuado en inglés. En Guía para una educación al aire libre (editorial Rodeno), Bruchner explica que mientras los niños corren, saltan, trepan, mantienen el equilibrio sobre un terreno inestable o hablan entre sí, el cerebro procesa millones de impulsos, que les permitirá calcular, concentrarse y atender. Si algún niño manifiesta no querer realizar la actividad, la reacción de la formadora es natural: “pues, no pasa nada”. Bruchner, que también es educador infantil y asesor pedagógico, sostiene que “se prepara un entorno emocional y de seguridad, y el niño, según su criterio vinculado a la fase evolutiva en la que esté, puede elegir lo que necesita”. Además, explica que “se intenta que en cada clase exista un equilibrio entre las actividades de cognición, sentidos y canto, para conseguir la máxima implicación de los niños, atendiendo a sus intereses y preferencias”.
- Paseo al lugar del día. Después de la clase, los niños corren a la cabaña, cogen sus mochilas y emprenden una ligera caminata a un lugar elegido dentro de la dehesa. Aunque cada día tiene un plan, el factor sorpresa es una constante. Cuando se elige el lugar del día, se toman en cuenta pendientes, árboles, rosa, colinas, arbustos y matorrales, praderas, el tiempo, la estación del año..., detalla la Guía. Este paseo no es baladí a efectos de aprendizaje. Van cantando, mirando, observando, preguntando, tocando y adentrándose en lo que la naturaleza les ofrece.
- Pícnic...¡y a jugar! Tras andar unos 20 minutos, llegan a una explanada, a orillas de un riachuelo. Ponen sus esterillas y cada uno, incluidos los más pequeños, de tres años, coge su pícnic, con asombrosa autonomía. Destaca aquí otra peculiaridad de la Bosquescuela: no se separa a los niños por edades porque “los pequeños aprenden de los mayores y los mayores de los pequeños”, dice su fundador. El día invita a un baño, trepar por los árboles, correr, escalar... Dos horas de juego libre, en las que ellos mismos deciden qué quieren hacer. Pero antes, el paso por el fotoprotector que aplica la maestra es innegociable. Cada niño se acerca a ella voluntariamente. Nadie rechista, nadie se altera. Durante esta fase, los profesores están atentos a todo, pero casi no intervienen en el juego. A menos que haya un descubrimiento. Por ejemplo, “Un cangrejo de río”, grita una formadora. Los alumnos se arremolinan en torno a él con curiosidad, pero con cierta familiaridad.
- La magia del cuento. “Mientras en las horas del juego los chicos han trabajado y desarrollado sus ideas con total libertad, llega la hora de recibir y escuchar”, comenta Bruchner. Sentados en sus esterillas, prestan atención a la narración. A veces, los mismos niños aportan personajes y tramas de su imaginación.
- El paseo de vuelta. Un grupo de niños trae unas flores que han encontrado en los alrededores y se acercan a Jara Loira, responsable del Programa Formativo de Bosquescuela, quien investiga en su manual de plantas: “Se llama hierba temblorosa, porque, cuando hay viento, las espiguillas tiemblan”. “Aaaah”. Algunos se quedan en la cabaña para comer y otros se despiden. Los primeros, aún tienen una clase más y otra hora de juego libre. “Mamá, ¿ya nos tenemos que ir?”, pregunta Guille, uno de los alumnos, cuando lo vienen a buscar. Parece que el día se le ha hecho corto.
¿Y después de los seis años?
En septiembre próximo, algunos niños de Bosquescuela se incorporarán al sistema tradicional. Llegarán a su primero de Primaria con una experiencia diferente. “Va a ser un gran cambio. Quizá otros niños sabrán leer mejor que mi hijo, pero este habrá adquirido una serie de herramientas a nivel emocional que creo que le van a ayudar”, nos cuenta Rosa Martínez, la mamá de Guille, que reconoce que en esta transición tiene cierta inquietud, pero a la vez está muy tranquila. “Se lo hemos ido contando, poco a poco. Lo que no quita que va a pasar de un aula al aire libre a una en la que tendrá que estar sentado 8 horas”, añade. Rosa debe hacer 45 minutos en coche para ir desde casa a la Bosquescuela y otros 45, de vuelta. “Pero compensa absolutamente, porque él es feliz”, incide esta mujer. Guille es de los que estaría encantado de volver a la escuela los fines de semana y que, de mayor, quiere ser profe allí. Por supuesto, está ya apuntado a los campamentos: “Lo que él tiene es pasión. Y es comprensible: el entorno es agradable, los profes sacan lo mejor de él, entienden cómo es, lo guían, lo acompañan, no le hacen sentir mal cuando se equivoca. Es una manera de educar muy respetuosa. Queríamos que pudiera interactuar con la naturaleza, porque encajaba con nuestra filosofía de vida. Así, es un regalo que le hemos hecho para su vida”.
¿Por qué no hay más centros homologados?
Educar al aire libre no es algo nuevo. Como método educativo nació en los años cincuenta, en Dinamarca. “En Alemania existe desde los 60, pero solo a partir los 90, se ha extendido tanto que ya se han creado más de 3.000 escuelas, privadas, concertadas y públicas”, señala Bruchner. En los países escandinavos, tradicionalmente conocidos por sus sistemas educativos ejemplares, esta metodología está muy desarrollada. En España, si bien actualmente existen 40 proyectos de educación infantil al aire libre, solo dos han conseguido la homologación. “En 2015 conseguimos homologar el centro de Cerceda para el segundo ciclo de educación infantil (3 a 6 años) y se adapta al currículo establecido por el sistema educativo español”, dice Bruchner.
Pero, habida cuenta de los beneficios de educar al aire libre, ¿por qué no hay más centros que sigan este modelo? “Conozco muchos profesores con ganas de hacer grandes cambios. Este modelo enamora a todos. Pero la legislación exige grandes instalaciones y edificios, un mínimo de tres aulas de 25 niños cada una, un patio... El modelo de Bosquescuela no encaja. Habría que incluir una cláusula para las escuelas bosque, porque los requisitos son sencillos: una cabaña-refugio, la titulación de los profesores y su formación especial en educación al aire libre y un plan de seguridad. Además, es un modelo sostenible y con huella de carbono cero”.
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