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La campaña menguante de los candidatos a la vicepresidencia J. D. Vance y Tim Walz

Pese a la expectación generada, el republicano y el demócrata llegan a las urnas con perfil bajo, más allá de alguna que otra polémica viral

María Antonia Sánchez-Vallejo
Los candidatos a la vicepresidencia, el republicano J. D. Vance (izquierda) y el demócrata Tim Walz, durante el debate, el 1 de octubre en Nueva York.
Los candidatos a la vicepresidencia, el republicano J. D. Vance (izquierda) y el demócrata Tim Walz, durante el debate, el 1 de octubre en Nueva York.Mike Segar (Reuters)

Desde la casilla de salida de la expectación, los candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos, el republicano J. D. Vance y el demócrata Tim Walz, han recorrido en apenas tres meses el camino a la irrelevancia. Es difícil recordar qué hicieron sus predecesores en anteriores comicios por el carácter vicario del puesto, pero los logros de Vance y Walz han quedado a la zaga de la curiosidad que generaron al ser elegidos por sus jefes de filas: el primero, como la encarnación del sueño americano —criado en la pobreza, pero universitario, inversor de capital riesgo y senador; el segundo, antiguo profesor de instituto y entrenador de fútbol, como la viva imagen de la América profunda, en las antípodas del espejismo de las grandes áreas metropolitanas.

La designación de Vance como número dos de Donald Trump auguraba —y aún lo hace— un poderoso refuerzo ideológico del discurso del expresidente; la de Walz era vista como el preciso contrapunto popular a las élites de California y Washington en que se ha desarrollado la carrera política de Kamala Harris. El populismo frente a lo popular. Pero, como se vio en el único debate en el que se enfrentaron, el 1 de octubre, las espadas solo estuvieron en alto poco tiempo, antes de que el inicial protagonismo se difuminara.

Los dos arrancaron en la cresta de la ola de las redes: Vance, con la viralización de un despectivo comentario suyo de 2021, oportunamente resucitado por los algoritmos, sobre mujeres sin hijos que según él remediaban su soledad con gatos; Walz, con el logro, también viral, de acuñar la muletilla weird (raro) para definir a los republicanos. Desde entonces, por la irrisoria esencia de las redes, la estrella de ambos se fue apagando, hasta llegar al anodino resultado del debate: para unos, venció por pocos puntos el republicano; para la mayoría, ninguno de los dos.

Entre los demócratas abundan quienes creen que el revulsivo popular de Walz no ha tenido el efecto esperado en la campaña exprés de Kamala Harris. Durante el citado debate, el aspirante demócrata a la vicepresidencia desaprovechó ocasiones servidas en bandeja para desmontar el repetido blanqueo de Vance de muchos mensajes de Trump, en especial su denuncia de fraude electoral en 2020 (de hecho, fue algo más que un lavado de imagen: Vance se negó a admitir que Trump perdió aquellas elecciones, ante la falta de reacción de Walz).

Aunque el demócrata fue de menos a más, al contrario que su campaña, dejó que Vance, resbaladizo e impreciso, pero más agradable de lo esperado dada su reputación de antipático, se le escapara vivo en otros asuntos polémicos, como su reiterado pábulo a las mentiras sobre los inmigrantes haitianos de Springfield (Ohio) que según los republicanos se comían a las mascotas, y sus opiniones extremistas sobre el aborto, entre otros.

La elección por Trump del senador de Ohio, de 40 años, no solo se vio como una apuesta por la clase trabajadora blanca del Medio Oeste industrial, un grupo demográfico clave en uno de los principales campos de batalla, sino también como una forma de establecer su legado político, dada la posibilidad, si es reelegido, de que por su edad no terminara el mandato. De hecho, el expresidente suele tratar a Vance como lo haría un padre indulgente ante las baladronadas de su vástago, confiando en que sean algo pasajero. Porque el senador tiene un importante punto a su favor: a diferencia del primer vicepresidente de Trump, Mike Pence, es un espíritu ideológico afín, cuyo enfoque coincide con las prioridades políticas de su mentor.

El camino de Walz a la candidatura fue más improbable. Su nombre no figuraba en las quinielas, pero sus apariciones virales, con la muletilla del raros, y la moderación de sus formas convencieron a Harris… hasta que en el debate de marras se le viera, precisamente, demasiado moderado. Uno y otro presentaban un perfil político relativamente bajo a escala nacional y en las cúpulas de sus partidos, y en esencia, frente al desclasado Vance, Walz parecía de lo más auténtico.

Si hubiera que conceder la victoria a alguno de ellos, sería a Vance, que en la recta final de la campaña, y a diferencia de Walz, cada vez más sombra de Harris, ha seguido profiriendo titulares. Por ejemplo, que los adolescentes se hacen trans para burlar las cuotas de los criterios DEI (siglas en inglés de “diversidad, equidad e inclusión”) en las grandes universidades de la Ivy League. Que las mujeres liberales celebran sus abortos con fiestas y tartas, y que Trump y él lograrán el voto de los gais normales [sic]. Lo hizo en un larguísimo episodio de un conocido pódcast muy popular entre los jóvenes.

Frente al sostenido desbarre de Vance, la estrella de Walz pareció apagarse a la vez que los focos del debate. En un invisible segundo plano, activo pero sin protagonismo, se le ha visto agradecer el apoyo a la campaña demócrata de líderes musulmanes, en simpáticos vídeos de TikTok con su hija, o de caza en el inicio de la temporada del faisán en Minnesota. Sagazmente, al menos ha logrado evitar que las dudas sobre su hoja de servicios en la Guardia Nacional y las críticas por su lentitud en responder como gobernador de Minnesota a los disturbios tras la muerte a manos de la policía del afroamericano George Floyd en Mineápolis, ganaran terreno en la campaña.

De las dos campañas, sería Vance, y no Walz, el único que ha mantenido hasta el final el foco, aunque no siempre por las mejores razones. Como si el populismo de uno y la popularidad del otro se hubieran encontrado a medio camino, en terreno de nadie.

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