Merz, acechado por la extrema derecha y la frágil economía, busca su espacio para liderar Alemania y Europa
El canciller alemán intenta tomar la iniciativa ante la amenaza de Rusia y el hostigamiento de EE UU pese a la fragilidad de su coalición de gobierno


Friedrich Merz respiró aliviado, después de semanas de peleas en su partido, el democristiano, y en su coalición con los socialdemócratas. Se le veía relajado el mediodía del viernes, en su escaño en el Bundestag, minutos antes de una votación clave de la que, a esas horas, ya tenía la certeza de que iba a ganar.
El canciller alemán salvó ese día lo que sería un equivalente político a una pelota de set. El Bundestag aprobó su polémico, aunque modesto, plan de las pensiones. Había ganado y podía dedicarse a lo más urgente para él: buscar el espacio que necesita para liderar Europa ante la amenaza de Rusia, el acoso de Estados Unidos y la competencia de China. Con el presidente francés, Emmanuel Macron, debilitado dentro y fuera de su país, Merz emerge como el candidato natural para impulsar la UE en uno de sus momentos más críticos.
El voto de las pensiones había sido un trámite engorroso para el canciller. La prensa llevaba semanas especulando con todos los escenarios imaginables. Desde la ruptura del Gobierno a, directamente, el fin del breve mandato de Merz, en el cargo desde el pasado mayo. “¿La caída por accidente del canciller? Por qué la pelea por la reforma de las pensiones puede volverse peligrosa para Friedrich Merz”, titulaba hace unos días el semanario Die Zeit.
Era hiperbólico, claro. En Alemania las crisis políticas siempre hay que tomarlas con un punto de distancia. Nunca nada es tan grave como parece… hasta que lo es. El plan para mantener el actual nivel de las pensiones hasta al menos 2031 había provocado una rebelión en las juventudes de su partido. Consideraban que perjudica a los jóvenes y beneficia a las generaciones mayores.
El problema es que este bloque habría tenido suficientes escaños en el Bundestag para derrotar la ley, o para que Merz necesitara la abstención de la izquierda radical para adoptarla. La cuestión era que perder una votación que él consideraba piedra angular de lo que pomposamente había llamado “el otoño de las reformas” habría puesto en peligro a la coalición y, como advertía Die Zeit, al canciller.
El Bundestag finalmente adoptó la ley, aunque votaron en contra siete diputados de la CDU/CSU, el bloque conservador que lidera Merz. En la misma mañana, se había adoptado otra iniciativa prioritaria para el Gobierno: la introducción a partir de 2026 de un servicio militar voluntario.
“Un gran éxito”, celebró, en conversación con EL PAÍS, el diputado democristiano Jürgen Hardt, responsable de política exterior del grupo de la CDU/CSU. Sobre el accidentado proceso legislativo, afirmó: “Es del todo normal que esto no suceda sin fricciones, sin discusiones que se perciben como peleas, sin debates de fondo”.
Después Merz ya pudo ponerse el traje de líder europeo. Voló a Bruselas para cenar con el primer ministro belga, Bart De Wever, e intentar persuadirlo de que levante su veto al plan para usar los activos rusos congelados en Bélgica en la financiación de Ucrania.
No ha sido un inicio de mandato fácil para Merz. Las prometidas reformas no se concretan. El PIB sigue estancado y la crisis industrial no da señales de remitir. Hay una sensación de más de lo mismo después de los años del canciller socialdemócrata Olaf Scholz, con su coalición tripartita (con Los Verdes y los liberales) enfangada en permanentes disputas y con la economía sin crecer.
En algunos sondeos, la popularidad del actual canciller es peor aún que la del impopular Scholz en su tiempo. Con el añadido de que, según muchos sondeos, si se celebrasen ahora las elecciones, las ganaría el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD).
“El canciller es más parte del problema que de la solución”, resume el politólogo Wolfgang Schroeder al evaluar las continuas crisis en la coalición con los socialdemócratas y su precaria mayoría. “Tenemos un aficionado al mando, y necesitamos un profesional que juegue en la Champions League”.
La crítica de Schroeder es severa, pero extendida. Apunta a la inexperiencia ejecutiva de Merz ―nunca había sido ministro ni dirigido un gobierno, pese a llevar décadas en política― y a las dificultades para controlar al partido y al grupo parlamentario, dirigido por Jens Spahn, un potencial rival interno.
El canciller empezó con mal pie el mandato, al necesitar dos votaciones para la investidura. En la primera no obtuvo los votos necesarios. Una evidencia de que, en su propia mayoría y quizá en su partido, había diputados dispuestos a torpedearle desde el principio. Y un aviso de lo que estaba por venir. Afrontó una rebelión interna en verano cuando su grupo abortó el nombramiento de una juez para el Tribunal Constitucional pactada de antemano con los socios socialdemócratas. El plan de las pensiones ha supuesto de nuevo un forcejeo de meses con su propio partido.
Uwe Jun, de la Universidad de Tréveris, señala que Merz pasó en poco tiempo de ser un político de oposición que prometía cambios profundos en Alemania a un canciller al frente de una coalición con el partido del jefe de Gobierno al que se había opuesto, el SPD. El resultado es que el giro prometido nunca llegó. Desde el plan de inversiones masivas en infraestructuras al modesto plan de pensiones, algunas de sus principales políticas llevan la marca socialdemócrata. Hay decepción entre los conservadores.
“Esto le costó en términos de credibilidad”, dice el politólogo Jun. “Pero no hay una verdadera alternativa a esta coalición, aunque no sea un matrimonio por amor”.
“El canciller Merz no tiene el control del partido”, afirmaba hace unos días, antes de adoptarse el plan de las pensiones, Jana Puglierin, directora en Berlín del laboratorio de ideas ECFR (Consejo Europeo de Relaciones Exteriores). Puglierin observó que la crisis continuas en la coalición “absorben energía y capital político”, y afectan a la capacidad de influencia internacional. “Cuando hay tantas cosas pasando en la política interna”, dijo, “no queda mucho espacio ni capacidad para la política exterior”.
El voto del viernes en el Bundestag da aire a Merz. Pero sabe que, al final, su éxito o fracaso dependerá de si es capaz de frenar el ascenso de AfD y derrotarla. Por ahora no lo ha logrado, al contrario. En las elecciones regionales de 2026, según los sondeos, este partido será el más votado en los Estados federados orientales de Mecklemburgo-Pomerania Occidental y Sajonia-Anhalt.
Lo que añade presión a Merz y sus socios es que, en el pasado, si el Gobierno fracasaba, la alternativa era otro partido moderado. Ahora es una extrema derecha a la que los servicios de inteligencia alemanes describen como una formación “extremista” y en muchos aspectos, incompatible con el orden democrático.
El diputado Hardt, tras el voto en el Bundestag, pedía paciencia hasta que las primeras reformas surtan efecto. “Alemania es como un gran buque petrolero”, dice. “Cuando cambia de rumbo, toma un tiempo hasta que puede observarse que vamos en una nueva dirección”.
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