El estancamiento y la crisis industrial se alargan en Alemania a la espera del estímulo fiscal
Seis meses después de llegar al poder, la coalición de Merz evita reformas de calado. Los economistas esperan que en 2026 empiecen a notarse las inversiones

Al canciller alemán, Friedrich Merz, le gusta enseñar un gráfico muy expresivo para demostrar que Alemania necesita un giro económico. El gráfico muestra tres curvas y su evolución en las últimas décadas. De las tres curvas, solo una sube, la del gasto público. Baja la curva de las inversiones privadas. Y está estancada la del crecimiento del producto interior bruto. El democristiano Merz, según el diario Bild, les dijo a los diputados de su grupo parlamentario que la coalición con los socialdemócratas debía acercar las tres curvas. Es decir, aumentar las inversiones privadas, disminuir la parte del gasto público no dedicada a inversiones e impulsar el crecimiento. Si no lo logra, solo habrá una conclusión posible: “Habremos fracasado”.
Esta es la atmósfera en los círculos del poder político y empresarial alemán, seis meses después de que Merz llegara a la cancillería. Pese a la promesa de que, ya en el verano, empezaría a notarse la mejora del ambiente económico tras años de estancamiento, muy poco ha cambiado. El PIB no crece, o solo décimas (0% en el tercer trimestre, -0,2% en el segundo, 0,3% en el primero). La industria, atrapada entre los aranceles del presidente estadounidense, Donald Trump, y la presión competitiva de China, sigue anunciando caídas de beneficios y recortes de empleos. Y todavía no ha surtido efecto el plan de endeudamiento que debía sacar al país del marasmo con inversiones en infraestructura y armamento de hasta un billón de euros. El “otoño de las reformas” que Merz anunció a bombo y platillo tras la pausa veraniega tampoco acaba de concretarse entre peleas internas en la coalición.
“Alemania corre el riesgo de quedar descolgada”, ha advertido la ministra de Economía, Katherina Reiche, que encarna el ala liberal de un Gobierno en el que el ministerio de Finanzas está en manos del presidente de los socialdemócratas, Lars Klingbeil. “Hay que centrarse en garantizar los empleos, en recuperar el crecimiento y en que sea seguro vivir en este país”, declaraba hace unas semanas Klingbeil. “He estado en varias fábricas en Renania del Norte-Westfalia [el corazón histórico de la industria alemana], y ahí los trabajadores temen por sus empleos”. Reiche esgrime que, desde 2019, el PIB ha crecido solo un 0,3%, mientras que en EE UU el aumento ha sido del 12% y en Italia, del 5%. Con Francia instalada en la inestabilidad política y el desorden financiero, la UE esperaba el regreso de la primera potencia económica.
Pero en Alemania empieza a cundir la inquietud, el temor a que se alargue el mayor periodo de estancamiento desde la II Guerra Mundial. Hay, en síntesis, dos escuelas ante este primer examen a Merz. Una, más pesimista, es la de economistas como Lars Feld, cabeza pensante del llamado ordoliberalismo alemán y antiguo consejero de Christian Lindner, ministro de Finanzas con el anterior Gobierno. “No es que el ambiente sea malo, es que la situación es mala”, sentencia Feld al teléfono. “La gente no ve una perspectiva clara y hasta ahora el Gobierno se ha movido poco”. Feld, contrario a la nueva política de endeudamiento, es escéptico respecto al plan de inversiones. Pero incluso uno de los arquitectos de este plan, el director del instituto Ifo, Clemens Fuest, ve un riesgo de “italianización” de Alemania, ha declarado a la prensa alemana. Es decir, años o décadas de marasmo y depresión. Fuest es el autor del famoso gráfico de Merz.
Robin Winkler, economista jefe para Alemania en Deutsche Bank, dibuja, en una conversación con EL PAÍS, un panorama bien distinto, cauto pero alejado de todo catastrofismo. “Los próximos meses serán mejores”, dice, “porque finalmente el gasto fiscal empezará a surtir efecto”. “A menos que veamos algún tipo de shock”, analiza, “es muy probable que la economía tome algo de impulso”. Para 2025, este economista espera “un crecimiento positivo muy leve, quizá del 0,2%”. Para 2026, un 1,5%, por encima del consenso sobre las previsiones en Alemania. “A medio plazo”, añade, “para aumentar realmente de manera sostenible las tasas de crecimiento, se necesitan reformas en el lado de la oferta. Pero en los próximos dos años el crecimiento puede ser alto, al menos para los estándares alemanes, gracias al estímulo keynesiano.” El plan de inversiones —aplaudido fuera de Alemania como el fin del tabú de la deuda, y criticado dentro de este país donde las cuentas equilibradas son para muchos un dogma— resultará decisivo.
Winkler señala que el crecimiento en los primeros meses de la nueva coalición “ha sido decepcionante”. Existía la esperanza, explica, de que la sola perspectiva del estímulo fiscal incentivase la inversión privada y el consumo. No ocurrió. La coalición malgastó parte del verano en discusiones internas que desviaron el foco de la economía. Las reformas anunciadas no llegaron. Los aranceles de Trump, y sobre todo la incertidumbre ante sus dimensiones, contribuyeron al nerviosismo en la industria. También los debates sobre si una parte del dinero acabaría financiando otras partidas en vez de en inversiones en infraestructura o defensa.
“El problema principal, más allá de las cuestiones coyunturales, es la debilidad industrial”, subraya Feld, director del Instituto Walter Eucken. “La industria se encoge desde finales del 2017. En conjunto, hemos perdido unos 250.000 empleos industriales, quizá más.” La crisis seguirá, vaticina este economista liberal. “Hay muchos motivos”, sostiene, “pero se resumen diciendo que, para los inversores, los costes, especialmente en sector industrial, son demasiado altos.” El IW, instituto económico de referencia, ve “más de 600.000” empleos en el acero amenazados. En el automóvil, los grandes —Volkswagen. Mercedes-Benz y BMW— han visto caer en un 46% sus beneficios en los que va de año, respecto a 2025, según el diario Handelsblatt. El sector, rezagado en la carrera por el coche eléctrico, presiona junto a Merz en la UE por suavizar la prohibición de la venta de automóviles con combustible fósil en 2035.
La industria sufre por los aranceles, la pérdida de competitividad o los precios de la energía. Alemania no se ha recuperado de la pérdida de los tres pilares que sostuvieron la prosperidad en los años de la canciller Angela Merkel, entre 2005 y 2021: la energía barata rusa, las exportaciones a China y la certeza de que EE UU garantizaría la protección militar del país. Los partidarios de reformas apelan al precedente socialdemócrata Gerhard Schröder y sus recortes al Estado el bienestar. Hasta ahora, estas han sido quirúrgicas, como el endurecimiento de las condiciones para recibir la renta ciudadana. El verdadero cambio, el que puede transformar Alemania, es el levantamiento del freno a la deuda y las inversiones masivas, decididas al final de la última legislatura. Y este, nadie lo ha notado todavía.
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