Ir al contenido
_
_
_
_

Asedio subterráneo a una plaza clave en el este de Ucrania

Decenas de soldados rusos tratan de entrar por las tuberías del gas a la localidad estratégica de Kupiansk, donde algunos se hacen pasar por civiles para pasar inadvertidos

Guerra de Rusia en Ucrania
Luis de Vega

Oleksi, un militar ucranio de 44 años del 151º Batallón, levanta el dron al cielo y, en poco más de un minuto, el aparato avanza algo más de un kilómetro a unos 60 metros de altura hasta adentrarse en Kupiansk. La cámara frontal del aparato no tripulado muestra la destrucción y la desolación que imperan en esta localidad de la región de Járkov (noreste de Ucrania) cuyo control se disputan hoy los dos ejércitos. Los testimonios recogidos por EL PAÍS, en una visita en la que solo se ha autorizado el acceso a las puertas de la ciudad, confirman que se pelea cada calle, cada edificio y hasta cada ruina. Alrededor del 80% de la localidad está destruido.

Kupiansk no solo es el centro urbano más importante del este de Járkov, sino que es un punto estratégico próximo a la región de Lugansk, casi en su totalidad en manos invasoras, y a una treintena de kilómetros de la frontera de Rusia. Se trata de un enclave que cierra una posible ofensiva futura ucrania sobre Lugansk, que no solo rompe la ruta logística de Járkov frente a esa región vecina, sino que pone a tiro de la artillería y Kab (bombas aéreas guiadas) las rutas que comunican Járkov y Donetsk. Por eso, acabar de tomar Kupiansk supondría un paso de gigante para los rusos, cuyos avances, sin embargo, se han ido frenando en Dobropilia y Pokrovsk (ambas en Donetsk).

En la vista cenital mediante los drones se perciben algunas explosiones, pero no movimiento de tropas por las calles de Kupiansk. Pero es aquí donde los rusos han intentado dar un golpe sorpresivo en las últimas semanas haciendo llegar decenas de soldados a través de los conductos subterráneos del gas. Muchos de estos soldados han sido aniquilados. Otros malviven sin apenas infraestructura ni apoyo tratando de hacerse pasar por civiles ucranios, según fuentes sobre el terreno. “La situación es crítica, con grupos de sabotaje y reconocimiento rusos presentes en la ciudad y una operación de antisabotaje en curso”, reconoció a finales de septiembre el alcalde, Andrii Besedin.

La operación, según el ejército local, ha sido frenada después de verse obligados a inundar las tuberías e inhabilitarlas. Pero Kupiansk, que llegó a estar bajo dominio de Moscú durante seis meses en 2022, sigue en disputa en una batalla que parece interminable. El goteo de rusos continúa llegando por diferentes vías. Parte de la zona norte del casco urbano, donde en total quedan unos 600 vecinos –casi todos mayores– de los 30.000 habitantes que había antes de la guerra, aparece en manos invasoras, según el mapa de la web DeepState que actualizan analistas militares ucranios. La única forma de llevar a cabo evacuaciones es consiguiendo que los vecinos, que viven sin agua, luz, gas o cualquier otro servicio, salgan a pie de la localidad, añade el alcalde.

“Los reconocemos [a los rusos] con cierta facilidad”, señala Oleksi, el piloto de dron. “Por el corte de pelo, la forma de moverse tratando de no ser muy visibles… Y —esboza una sonrisa— porque a veces llevan mochila y van armados. Son jóvenes, de 18 a 40 años”. Añade que también para ellos la supervivencia es complicada por la falta de comida y agua, así como la ausencia de electricidad con la que cargar sus dispositivos y comunicarse. Oleksi no oculta que a veces han observado cómo habitantes de Kupiansk prestan ayuda a los militares rusos. Cuando detectan al enemigo, avisan al mando central y desde allí movilizan a la infantería.

Diesel (nombre de guerra), de 47 años, y sus compañeros del 151º Batallón, han acudido en algunas ocasiones hasta las coordenadas que les ofrecen sus compañeros que peinan el cielo con las cámaras de los drones. Pero afirman que las misiones son muy peligrosas porque los rusos también controlan el espacio con sus equipos. “Entrar ahora en la ciudad es muy complicado”, reconoce este soldado de dimensiones enormes que se cubre el rostro como condición para ser fotografiado.

Por eso los avances por el casco urbano de Kupiansk para tratar de acabar con las escaramuzas enemigas han dejado de hacerse en vehículos. Fedir, el chófer militar de 50 años que traslada al reportero y a su intérprete, señala que no ha vuelto a acceder a la localidad y se limita a acercar a los hombres lo más posible.

A las puertas de una casa en una zona rural a las afueras de Kupiansk yace con importantes daños el coche en el que hasta hace poco se movían Diesel y sus compañeros. Cuenta que se salvaron de milagro cuando el dron ruso les dio de lleno en una de las calles. Los movimientos por las pistas de la zona –a veces cubiertas con entramados de redes para evitar ataques– son medidos y controlados dentro de lo posible, siempre con un aparato detector de drones a mano por si hay que ponerse a cubierto.

Diesel relata cómo durante una de las misiones casi en el centro de la ciudad pudieron tomar como prisionero de guerra a un soldado que, al ser interrogado, contó que era originario de la región de Moscú y que había avanzado a través de las tuberías del gas. Solo hacía dos meses que se había alistado tras aceptar una oferta del Ministerio de Defensa ruso con la que logró salir de la cárcel donde estaba por tráfico de drogas. “Encontramos a cuatro soldados rusos con ropas civiles. Tratamos de asaltarlos en dos días consecutivos. Dos murieron durante la primera jornada gracias a los drones (que les apoyaban desde arriba). Al día siguiente, uno se puso muy agresivo y lo matamos. Entonces, el otro se entregó”, explica Diesel.

El prisionero, siempre según el relato del militar que lo capturó, les dijo que sus superiores les ordenaron deshacerse de todo identificativo ruso y tratar de hacerse pasar por civiles ucranios. También que la orden no era combatir, sino tomar posiciones y llevar a cabo labores de vigilancia e inteligencia. La intención de los invasores era tratar de introducir varios cientos de hombres y, entonces, proceder al asalto de Kupiansk.

El ruso, que iba herido en un brazo y necesitó de un vendaje, explicó que había logrado acceder a la ciudad el 1 de septiembre, unas dos semanas antes de ser detenido. El prisionero relató que eran muchos los rusos que estaban intentando acceder por los tubos durante varios kilómetros en pequeños grupos de 10 o 12. En su caso, primero salieron a una zona boscosa medio quemada por los efectos de los combates y se separaron en más grupos pequeños de dos o tres.

Diesel confirma que apenas quedan civiles, pero que es necesario tenerlos dentro de lo posible identificados y localizados. “La última vez vi a un par de abuelas preparando la comida en el jardín”, señala al tiempo que expresa su sorpresa porque todavía sigan en Kupiansk en medio de los drones y la artillería. “Tenemos repartida la ciudad por áreas y controlamos los civiles que quedan, sus documentos… y, a veces, conversamos brevemente con ellos. Si se trata de hombres y no tienen papeles ucranios nos lo llevamos para averiguar de quién se trata. Hay que vigilar todo el tiempo las casas, los apartamentos, los sótanos para ver quién está allí o en los tejados”, detalla el militar.

La vía de las tuberías de gas es arriesgada, incómoda y complicada, estima Oleksi, el piloto de drones, que relata los casos en los que los veían salir a la superficie sin asistencia y sin apenas ser autosuficientes. No cree que haya sido una estrategia determinante para la batalla por esta localidad del este de la región de Járkov, aunque sí reconoce que al ejército ucranio le siguen faltando efectivos en esta zona. Cerrada esa vía subterránea, explica, “ahora intentan llegar por bosques o ríos y es más difícil localizar cómo llegan”. Desde su posición en un agujero varios metros bajo tierra, Oleksi carga con dos bombas de aproximadamente medio kilo un nuevo dron que dirige hacia Kupiansk. Es la rutina de una guerra en la que estos aparatos se han comido en gran medida a la artillería.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_