El acuerdo de Trump para devolver a los rehenes llena de sonrisas la plaza del enfado en Tel Aviv
Miles de israelíes acuden espontáneamente al epicentro del recuerdo de los secuestrados, donde celebran con música, cánticos y agradecimientos a Trump


Nunca en dos años ha habido tantas sonrisas en la plaza de Tel Aviv rebautizada como de los Rehenes y los Desaparecidos, al convertirse en el epicentro de su recuerdo tras el ataque de Hamás, hace dos años, que dio pie a la sangrienta invasión de Gaza. Aquel día, las milicias palestinas tomaron más de 250 rehenes. Más de 100 volvieron en un primer alto el fuego, en noviembre de 2023; otras decenas, en la tregua que el primer ministro, Benjamín Netanyahu, rompió el pasado marzo; y apenas ocho, en rescates militares. Además, medio centenar de cadáveres han vuelto de Gaza, en canjes u operaciones militares. Pero quedan los últimos 48, aquellos por los que cada sábado —al caer el sol y terminar la jornada sabática— miles de israelíes se seguían manifestando con rostro grave y un tono entre el enfado y la urgencia. Hoy, en cambio, las caras son de alivio y felicidad entre la multitud que ha ido acudiendo espontáneamente a la plaza desde la madrugada de este jueves, cuando Trump anunció el pacto que los traerá de vuelta. Hay música, cánticos de alegría (“¡A casa, a casa!”) y algunas lágrimas de emoción.
“¿Ves ese reloj, hijo?”, le dice una madre a su pequeño, traduciéndole las palabras días, horas, minutos y segundos del inglés al hebreo. Se refiere a un gran luminoso que siempre está en la plaza y va contando el tiempo de cautiverio. En ese momento: 733 días, 17 horas, 04 minutos y 22 segundos. “Pronto lo apagaremos”, resume.
A media tarde llega a la plaza Einav Zangauker. Camina deprisa y va rodeada de fotógrafos, pero algunos la reconocen e inician un aplauso. Otros le gritan frases como “¡estamos contigo!” o “¡bravo, Einav!”. Es la gran “madre coraje” de la lucha por los rehenes. Su hijo, Matan, capturado en su casa del kibutz Nir Oz, es uno de los 20 aún con vida y ella no ha dejado de manifestarse aquí y allá y subir al estrado para presionar el Gobierno a firmar un acuerdo. Ha sido, en sus propias palabras, la “pesadilla” de Netanyahu desde que le “mintió a la cara” sobre el regreso de su hijo.
Hoy, casi lo puede tocar con los dedos y hasta la demacrada y tensa Zangauker tiene los ojos vidriosos y un conato de sonrisa. En medio de un aplauso salido de las entrañas de dos años de espera, coge el altavoz para agradecer al resto de activistas, con una simple frase, su apoyo todo este tiempo: “Espero que las próximas generaciones de israelíes recuerden lo que hicisteis”.
Se dirigía a los incombustibles, a los que han seguido llenando la plaza incluso cuando más evidente era que Netanyahu ganaba tiempo como un equilibrista entre Trump y sus socios ultraderechistas. Este jueves, sin embargo, hay muchas caras nuevas, y más diversidad. Como decenas de judíos religiosos, que apenas han participado en las protestas en la secular Tel Aviv.
Adi Yashar, de 41 años, y Hila Ben Zikri, de 38, por ejemplo, no han participado en una sola de las manifestaciones de los sábados. Admiten que no se sentían muy cómodas políticamente con el ambiente y viven en Shaarei Tikvá, un asentamiento judío en el norte del territorio ocupado de Cisjordania, que ellas -―como es habitual en Israel― llaman Samaria.
Hoy es diferente. Yashar ha cancelado una cita médica para venir porque entendía que es “un día histórico”. “Es mi primera vez aquí. Espero que la segunda sea ya para recibir a los rehenes”, asegura. Lleva un colgante simulando las chapas militares con el mensaje en hebreo e inglés: “Los traemos de vuelta a casa”. El paso del tiempo ha desvaído la tinta en algunas letras. Lo mira y explica: “Iba viendo cómo se borraba y sentía que ellos [los rehenes] se iban borrando también en los túneles de Gaza”.
Las dos hablan aún con cautela. “Hasta que no los vea aquí con mis propios ojos, no lo creeré del todo. Han sido tantas decepciones, tantas idas y vueltas... Israel está en trauma, en crisis. No tengo ninguna conexión personal con ninguno de los rehenes, pero no hace falta. Es como si fuesen los rehenes de todos nosotros porque somos un único pueblo”.
Ben Zikri lamenta el “precio” del acuerdo: la renuncia a expulsar a los gazatíes, que alimentó el propio Trump con su plan de “vaciar” la Franja para convertirla en la Riviera de Oriente Próximo. El acuerdo actual especifica que “nadie se verá obligado a abandonar Gaza, y aquellos que deseen irse serán libres de hacerlo, así como de regresar. Alentaremos a las personas a quedarse y les ofreceremos la oportunidad de construir una Gaza mejor”.
“Es una decepción”, admite. “Y un problema, porque si salen y luego vuelven, volvemos a lo mismo. Leía hace un poco un artículo que defendía que no todos son terroristas. Entonces, ¿qué son? ¿Justos entre las naciones”, asegura usando el término con el que el Museo del Holocausto de Jerusalén honra a los no judíos que salvaron vidas judías, ayudándolos u ocultándolos durante el exterminio nazi. Oskar Schindler es el caso más famoso, por la película de Steven Spielberg.
La plaza no ha dejado de llenarse ―de gente y de canciones— con el paso de las horas. Algunos conocían el lugar más por televisión que en persona.
Desde la mañana, la verdadera estrella de rock ha sido Trump. Banderas de Estados Unidos, personas disfrazadas del presidente, mensajes de agradecimiento en inglés con su nombre y apellido… En la víspera, el foro que agrupa a los familiares de los rehenes recomendó “encarecidamente” a la Academia Sueca que le otorgue este viernes su ansiado Nobel de la Paz, porque “ha hecho posible lo que muchos decían que era imposible”.
Orit Golan tiene 53 años y sí es de las habituales de la protesta. Su cara no transmite ilusión. “Mi temor no es que hoy no lo apruebe el Gobierno, es que seguiremos teniendo el mismo Gobierno. Aún queda mucho camino que algunos ministros pueden torpedear. ¿Qué pasa si de repente alguno pone el grito en el cielo porque hay un problema con una entrega y dicen: ‘¡No nos están devolviendo a todos!?”, se pregunta antes de añadir: “Hay que cerrar el capítulo. También los gazatíes necesitan vivir…“. Deja de buscar la palabra y concluye: ”Eso, vivir”.
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