El duelo inacabado del ataque de Hamás a Israel: “¿Por qué la pena no se queda aquí, en el cementerio?”
Dos años después del letal atentado, el kibutz Nir Oz recuerda con solemnidad a los muertos. La herida solo se cerrará con el regreso de los últimos rehenes

Quedan pocas horas para que las sirenas marquen el inicio de la festividad judía Sucot. Este año (va variando, al regirse por el calendario hebreo) cae en 7 de octubre, el mismo día en que cientos de miembros de Hamás y de otras milicias palestinas lanzaron un ataque sorpresa que segó casi 1.200 vidas, desencadenó la sangrienta invasión de Gaza y cambió Oriente Próximo. Fue en 2023, pero nadie en Israel necesita incluir el año al mencionar la fecha. Menos aquí, en Nir Oz, uno de los kibutzs que sufrió más asesinatos (47) y en el que hubo más secuestros: 76 de los 251 totales. Casi todos, sacados a la fuerza de sus casas cuando despuntaba el alba. Este lunes, cientos de personas velan, lloran y se abrazan en su cementerio frente a las lápidas, antes de asistir a un acto solemne con motivo del segundo aniversario de la matanza. Sus rostros muestran que la herida está aún demasiado fresca y abierta: nueve vecinos de Nir Oz (solo cuatro de ellos con vida) están entre los últimos 48 rehenes cuya liberación Israel y Hamás negocian desde este martes en Egipto.
Sagui Dekel Chen, capturado en Nir Oz y liberado hace medio año en un canje, pisa por primera vez el cementerio tras 15 meses cautivo en Gaza. Le tiemblan la voz y el pulso y tiene aún el brazo en cabestrillo: “¿Por qué la pena no se queda aquí, en el cementerio?”, clama. “¿Por qué me acompaña todo el tiempo? ¿Por qué llega también a mis hijas?”.
Las casas aún calcinadas. Las banderas con las palabras “liberado” o “asesinado” a la entrada. Las señales de metralla o disparos en los marcos de las llamadas “habitaciones seguras” en las que la mayoría se refugió al escuchar disparos, sin calibrar aún la dimensión del ataque… Mucho en Nir Oz remite aún a aquella jornada, en la que vivió una combinación particularmente letal.
Hasta medio millar de palestinos (entre milicianos y civiles que aprovecharon el derrumbe de la barrera para cruzar a Israel) lograron entrar en el kibutz y pasó horas sin más resistencia que el puñado de miembros encargados de la primera línea de defensa. Los refuerzos del ejército llegaron 40 minutos después de que todos los milicianos se marchasen, tras penetrar durante varias horas en prácticamente todas las casas del kibutz, unas cien. “El mando no comprendió que la situación en Nir Oz era particularmente grave y allí se estaban produciendo masacres y secuestros a gran escala, por lo que no priorizó el envío de fuerzas frente a otros lugares”, admitió la investigación militar interna, difundida el pasado marzo.

En el cementerio, familiares, vecinos y amigos colocan piedras en forma de corazón o vierten agua para quitar el polvo sobre la tumba de Elad Katzir, secuestrado en el ataque. Las tropas israelíes recuperaron su cadáver en abril de 2024 en Jan Yunis, en el sur de Gaza. Con los ojos vidriosos, su hermana, Carmit Palti-Katzir, pide recordarlo “tal y como era”. “Una persona vital que vivía como creía, con sus caminatas de senderismo y sus cervezas con amigos”, asegura a este periódico.
― ¿Cuál es la mejor forma de honrar su recuerdo?
― Luchando por un Israel mejor
Oren, sobrino de Elad, lo resume así junto a la tumba: “No me he curado. Simplemente, he aprendido a vivir con el duelo y la pérdida. Y asumiendo que los echaré de menos todos los días”.
Una de las imágenes que dio la vuelta al mundo en el primer alto el fuego entre Israel y Hamás es la de uno de los niños secuestrados, Ohad Munder-Zijri, corriendo a abrazar a su familia en el hospital. El primero en hacerlo es su padre, Avi. Junto a las tumbas, recuerda lo último que le dijo por teléfono la mañana del 7 de octubre de 2023: “Están entrando en casa. Estamos sujetando el pomo de la habitación segura para que no entren’. Lo que más le importaba es que los terroristas no se dieran cuenta de que había una familia al otro lado de la puerta”, recuerda.
Recuerdo vivo
Avi Zijri cuenta que, un mes después, el ejército le permitió entrar en el kibutz para tomar muestras de ADN de familiares. “Estaba todo calcinado. No había ni tejado. No encontraba nada que pudiera servir, pero encontré un trozo de una gorra del Liverpool de Roee”. Se refiere a su cuñado Roee Munder, el tío de Ohad. Avi tiene colgado en su casa ese trozo de gorra. “Es así como mantengo vivo su recuerdo”, dice. “Le había prometido llevarle a Wembley. No me dio tiempo”. Su vida era el Liverpool. De hecho, de su lápida cuelgan bufandas del equipo de fútbol británico.
El acto comienza con la interpretación sobre el escenario de una versión en hebreo de la canción Who by Fire, de Leonard Cohen. Conmueve a muchos, pero nadie aplaude. No es el día. El sonido de fondo de los bombardeos sobre la cercana Gaza (el ritmo apenas difiere de otros días, pese a que el ejército asegura que solo lleva a cabo “operaciones defensivas”) se cuela en medio de la música y los discursos. Algunos participantes llevan lazos amarillos (el símbolo por el regreso de los rehenes) y una camiseta reza: “La presión militar [la estrategia que defiende el primer ministro, Benjamín Netanyahu] mata; el acuerdo los salvará”.
La ceremonia concluye con el himno nacional. Anuncian por megafonía la hora de salida del autobús para Kiryat Gat, a medio camino entre Jerusalén y Gaza. Es donde vive una parte de la comunidad, porque en torno a un 25% del kibutz está aún destruido, explica Rita Lifshitz, que regresará definitivamente este año a ayudar a renovarlo. Hamás secuestró en su ataque a sus suegros Yocheved y Oded. “El recuerdo de los ausentes está con nosotros, pero solo cuando todos vuelvan podremos empezar a llorarlos”, resume.
Algunas casas siguen vacías, sin muebles, pero con las paredes recién pintadas. Son las mismas en las que, pocos días después del ataque, podían verse restos de sangre en el suelo y hasta un vaso de café de aquella mañana, aún intacto. También había entonces coches calcinados y muchos restos de vidas quebradas tirados entre el verde de los jardines.
Seis de los muertos en Nir Oz huían de la mayor masacre del atentado: la rave Nova. La andanada de cohetes con la que Hamás inició el ataque como señuelo pilló a cientos de jóvenes aún bailando, tras una madrugada de fiesta. No entendieron lo que pasaba hasta que los milicianos abrieron fuego contra ellos, como si fuese un tiro al pato mientras huían despavoridos, corriendo o en coche.
Lo recuerda hoy el mayor memorial, en una planicie del bosque de otro kibutz, Beeri. Es un mar de estructuras con el nombre y foto de cada uno de los asesinados o secuestrados. 364 de los primeros (es decir, casi un tercio del total) y 44 de los segundos. Por cada uno, hay un árbol plantado en su homenaje.

El lugar ha abierto el debate sobre cómo honrar la memoria de las víctimas. El reto es preservar la frontera entre la conmemoración respetuosa y el morbo, la utilización política o el llamado tanatoturismo, como sucede en otros espacios que recuerdan acontecimientos trágicos, caso de Chernóbil, Srebrenica o los campos de concentración y exterminio nazis.
Centenares de personas acuden a diario. Un pequeño grupo con olor a alcohol baila música tecno a todo trapo. Otros, la mayoría, llegan en viajes organizados, como los que organiza la central sindical israelí. Cuatro autobuses aparcan con un cartel de “Pack de la Tierra [de Israel]”. Pertenecen al grupo de cristianos evangélicos (uno de los principales apoyos de Israel). Cada año, miles de ellos marchan por las calles de Jerusalén con motivo de Sucot, la Fiesta de los Tabernáculos, organizados por la Embajada Cristiana Internacional en Jerusalén.
Bajan y observan las fotos de los muertos. Son brasileños, estadounidenses, venezolanos, o alemanes, como Henrike Seemann. Ha venido desde Hannover —donde organiza contramanifestaciones a las marchas en solidaridad con Gaza― y cuenta que imprimió y colgó en su casa las fotos de las víctimas del ataque de Hamás para tenerlas siempre presentes. “La mejor forma de honrar su memoria es no olvidar nunca sus nombres. Contar sus historias, sus hobbies, lo que les gustaba hacer…”, subraya.
Seemann, de 57 años, recuerda que siete de los 48 últimos rehenes tienen nacionalidad alemana, además de israelí. Berlín se la da a los descendientes (sin límite de generaciones) de aquellos judíos a los que se la retiró el régimen nazi, con las Leyes de Nuremberg de 1935. Los degradó a “súbditos del Estado”, a diferencia de las personas “de sangre alemana o afín”, que mantenían sus derechos.
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