Putin no sueña con treguas
El presidente ruso desconfía de la Administración Trump y avisa a los empresarios de que sería una ingenuidad esperar un desenlace rápido de la guerra en Ucrania


El pasado martes, minutos antes de ponerse al teléfono con Donald Trump, el presidente ruso, Vladímir Putin, aconsejó a puerta cerrada a sus empresarios “no ser ingenuos” ni “esperar un desenlace rápido de la guerra”. Según filtraron a la periodista Farida Rustamova varios asistentes a ese encuentro, Putin les dijo que “nada volverá a ser como antes” y les advirtió de que Estados Unidos “seguirá encontrando la manera de presionarnos, incluso si se levantan las sanciones”. La perspectiva de alcanzar la próxima semana una tregua temporal para las infraestructuras energéticas ha generado la ilusión de una posible paz próxima, pero Rusia no está dispuesta a renunciar a la capitulación de facto de Ucrania y Putin cuenta con un arma de la que carece Trump: la paciencia de un mandato presidencial infinito.
El mandatario ruso recalcó esta semana que su condición clave es “el cese total de la ayuda militar extranjera y el suministro de información de inteligencia a Kiev”. Este sería el paso previo a tener Ucrania bajo la órbita de Moscú. Trump, sin embargo, desea una paz rápida para centrarse en China, Irán o el continente americano, y por ello quiere que Europa sustituya a Estados Unidos como baluarte de Ucrania.
“Será prácticamente imposible llegar a un acuerdo sobre esta cuestión [del desarme]”, escribe el miembro del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia, Dmitri Súslov. “Sin embargo, a Rusia le interesa mantener un diálogo constructivo con Trump y crear la impresión de que los principales enemigos de la paz no somos nosotros, sino Europa y Ucrania. Una posición similar de ambos contribuirá al cese (aunque sea temporal) de la ayuda estadounidense a Ucrania, lo que acercará la victoria de Rusia en el campo de batalla”.
El Kremlin sabe que Trump nunca será un socio fiable. Putin esperó desde el fracaso de su invasión en 2022 a que el republicano sustituyera a Joe Biden en la Casa Blanca, pero esta ventana de oportunidad podría cerrarse a finales de 2026, cuando Estados Unidos celebrará elecciones de medio mandato y el líder norteamericano podría quedar maniatado si pierde el control de al menos una de las dos cámaras del Congreso.
Además, Estados Unidos y Rusia podrían chocar en cualquier otro escenario en el futuro. La prioridad que Trump quiere dar, una vez pasada página en Ucrania, a esos dos aliados de Rusia —Irán y China—tiene el trasfondo del reposicionamiento de Corea del Norte, dictadura con la que el Kremlin ha firmado una alianza teñida ya con la sangre de miles de soldados en el frente ucranio. El exministro de Defensa y actual jefe del Consejo de Seguridad ruso, Serguéi Shoigú, volvió a visitar este viernes al líder supremo Kim Jong-un para reforzar su apoyo militar mutuo.
Putin cuenta en cualquier caso con el efecto perturbador de Trump para sacar beneficio del caos sembrado entre sus aliados. Súslov participó en un reciente coloquio en una biblioteca de Moscú en el que enfatizó que “la reducción del globalismo y del atlantismo en la política exterior de Estados Unidos crea una pequeña posibilidad para la normalización de las relaciones ruso-estadounidenses y es muy bueno para nosotros [Rusia] que Trump luche contra las élites europeas actuales”.
En opinión del analista, el rearme europeo ante la amenaza rusa podría tensar al bloque “hasta su desintegración y el retorno de algunos países europeos a una política más independiente hacia Rusia”.
Los políticos rusos han manifestado estas semanas su rechazo a una tregua incondicional porque consideran que Rusia tiene la iniciativa en el frente, pero Putin intenta no mostrar un rechazo tajante a Trump para evitar que en su enfado vuelva a estrechar sus lazos con Europa. Para ello disfraza sus exigencias de máximos originales como “condiciones previas” a la paz, como el desarme de Kiev.
“Una negativa así le pondría al mismo nivel que Zelenski, quien [según Trump] ‘no quiere la paz’. Sin embargo, Moscú tiene la posibilidad de mantenerse en una fase de consentimiento diferido”, afirma Alexánder Baúnov, analista del Centro Carnegie, que remarca que la guerra se ha convertido para Putin en el motivo central de su vida.
“Nos aburrimos, nos sentimos estancados cuando todo está tranquilo, estable”, decía el autócrata ruso en su rueda de prensa anual en diciembre. “Queremos algo de movimiento. Y tan pronto empieza la acción, todo silba en la sien. Silban los segundos y las balas. Nos da miedo, terror. Bueno, es terrible, pero no el terror, terror, terror”.
La guerra protagoniza todos los actos del presidente ruso. En sus intervenciones maneja mejor los tipos de armas rusas que sus cifras económicas y no hay semana sin una entrega de medallas. Además, en sus planes figura que los veteranos ocupen una cuarta parte de los escaños de la Duma Estatal en el futuro.
“Aplastamiento militar y diplomático”
El fin último de Putin es la capitulación de Kiev. Vladislav Surkov, jefe de la administración presidencial durante años y responsable de los territorios “separatistas” de Donetsk y Lugansk entre 2014 y 2020, salió del ostracismo esta semana para recalcar que el objetivo es “el aplastamiento militar, o militar y diplomático, de Ucrania”. “La división de este pseudoEstado artificial en sus fragmentos naturales. Puede haber pausas en el camino, pero esta meta será alcanzada”, dijo al medio francés L’Express.
Las autoridades rusas sueñan en alto. El círculo próximo a Putin, incluido su exjefe de los servicios de seguridad Nikolái Pátrushev, ha aseverado siempre que Ucrania es un Estado ficticio que podría ser partido en el futuro en una enorme zona rusa y un pequeño fragmento ucranio. El problema en la ecuación rusa es que Putin no tiene todas las cartas en la mano, como dice Trump.
Por un lado, Rusia no ha quebrado la resistencia ucrania, abanderada por sus ciudades más rusoparlantes, y la Unión Europea y Reino Unido han redoblado su apoyo tras la espantada estadounidense. Ucrania ha logrado frenar la gran ofensiva rusa en la región de Donbás y ha reorganizado sus líneas tras los reveses del año pasado.
Por otro lado, cuanto más tiempo pasa, más parches saltan en la crisis de la economía rusa y más costoso se hace reponer un ejército alimentado con salarios fuera del mercado: entre 200.000 y 450.000 rublos (entre 2.150 y 4.850 euros) al mes, más de cuatro veces el sueldo medio de Moscú, el centro económico de Rusia con diferencia.
La Unión de Industriales y Empresarios de Rusia ha alertado de que los elevados tipos de interés del Banco Central de Rusia amenazan con desatar una tormenta de bancarrotas no vista desde los críticos años noventa, tras el derrumbe de la Unión Soviética.
El organismo monetario mantuvo esta semana los tipos en el 21%. La institución considera que la economía está sobrecalentada debido a la enorme demanda militar del Gobierno —tanto en sus fábricas como en los salarios que ofrece para reclutar tropas— y constata que la inflación sigue siendo muy elevada, con un pronóstico del 8% para este año. Sin embargo, el organismo sostiene que la crisis a la que se encamina la economía está bajo control.
“Lo más probable es que la economía siga una trayectoria de aterrizaje suave, sin fluctuaciones pronunciadas”, manifestó este viernes la gobernadora del banco central, Elvira Nabiúllina, la gran responsable de que la economía rusa no se hundiese con las sanciones impuestas por Occidente en 2022. Sus palabras apuntan a que, hoy por hoy, el Gobierno ruso no piensa todavía en la economía de la posguerra.
Casi dos años después de la fallida rebelión del Grupo Wagner, el régimen ruso parece estable. El Kremlin acometió una purga en el ejército con la excusa de la corrupción y no volvió a haber protestas. Uno de los generales rusos más populares en la guerra antes de ser arrestado, Iván Popov, publicó esta semana una carta abierta a Putin en la que le muestra su lealtad y pide ser excarcelado para volver al frente.
Sin embargo, el régimen está cambiando profundamente debido a la desconfianza del mandatario. Si antes había un poder vertical en el que el presidente designaba a los altos cargos y estos nombraban sus equipos de confianza, como el defenestrado círculo de Shoigú, ahora es el presidente el que les impone gente próxima a su familia para tenerles vigilados. Un par de ejemplos en cargos clave: Putin nombró a su prima hermana Anna Tsivilyova como viceministra de Defensa, y en el equipo negociador con Estados Unidos no solo estaba la élite de la diplomacia rusa. Entre sus miembros destacaba Kirill Dmítriev, jefe del fondo soberano ruso y esposo de una amiga de la hija menor de Putin.
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