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El difícil regreso a la frontera envenenada de Israel con Líbano: “La gente tiene miedo todavía”

Los habitantes dudan de que la milicia Hezbolá haya sido derrotada y algunos no confían en retornar a sus casas pese al alto el fuego y la presencia militar israelí en cinco bases dentro del país vecino

Un puesto de la misión de la ONU en Líbano visto desde el pueblo de Ghajar, enclavado en la divisoria entre Israel y Líbano.
Un puesto de la misión de la ONU en Líbano visto desde el pueblo de Ghajar, enclavado en la divisoria entre Israel y Líbano.Luis de Vega
Luis de Vega

En medio de la lluvia y el viento, una bandera azul de Naciones Unidas flamea sobre un puesto de vigilancia en territorio libanés, pero a escasos metros de la valla fronteriza con Israel. Una línea divisoria envenenada por la violencia y testigo de cuatro invasiones israelíes del país vecino: 1978, 1982, 2006 y 2024, que continúa estos días. Abrazada a esa demarcación serpentea la carretera que, entre montes, lleva desde el kibutz Misgav Am, donde se encuentra posicionado un carro de combate israelí, al kibutz Menara, pasando por Margaliot, otra pequeña comunidad agrícola.

Israel informó este martes de que va a emprender conversaciones con el Gobierno libanés en torno a la divisoria entre ambos Estados, permanente foco de tensiones, y ha liberado a cinco de los libaneses que mantiene detenidos como “gesto” de buena voluntad. Esos contactos, bajo auspicio de Estados Unidos y Francia, buscan la normalización de las relaciones bilaterales y reconocimiento mutuo de la frontera, según fuentes diplomáticas citadas por varios medios israelíes que atribuyen la iniciativa directamente al primer ministro, Benjamín Netanyahu.

Al otro lado de las verjas y los muros de hormigón, obstáculos que se alternan, no se alcanza a percibir a ningún integrante ni vehículos de la Unifil, la misión de la ONU en el sur de Líbano. Tampoco se aprecia movimiento de militares israelíes, pese a que se trata de la misma zona en la que su ejército mantiene estos días uno de sus cinco destacamentos en el país vecino en contra del acuerdo de alto el fuego con Hezbolá, que entró en vigor el pasado 27 de noviembre y que estipula que esos soldados ya deberían haberse retirado. Las conversaciones, que llevarán a cabo grupos de trabajo, podrían empezar en abril y abordarán, además del conflicto fronterizo, la presencia militar israelí en el país vecino y los libaneses detenidos por las autoridades del Estado judío, según medios israelíes.

El objetivo de mantener esas tropas de ocupación, pese a las quejas del Gobierno de Beirut, insisten en que es garantizar la seguridad de pequeñas localidades israelíes como las citadas y que pueda regresar la población que se fue durante los primeros días de la contienda. “A mí me gusta mi casa. Yo aquí duermo perfectamente”, señala Mirta Serur, de 68 años, sentada junto a su marido Rubén, de 70, en la cocina de su chalé en el kibutz Snir, a menos de un kilómetro de Líbano. Ambos, llegados de Argentina en los años setenta del pasado siglo, han retornado en las últimas semanas gracias al alto el fuego tras meses alejados de su vivienda, casi siempre en Tel Aviv. Por encima de la incertidumbre, prefieren habitar donde lo han hecho durante casi 50 años pese a las tensiones con el partido milicia chií y los ataques.

“Para mí es muy difícil vivir en la ciudad”, resume Mirta, fiel defensora de la vida en una comunidad que acoge apenas a unas 200 familias. “A otros les va a costar más volver”, reconocen. Hay ciudadanos que llevan desde octubre de 2023 acomodados en hoteles o viviendas de alquiler de distintas zonas de Israel con cargo al erario público. La Administración les ha dado la oportunidad de permanecer en ese régimen hasta el 7 de julio, detalla desde Tel Aviv Roberto Hofman, uno de ellos. Reconoce, sin embargo, que muchas familias han emprendido el regreso hacia el norte. Muchas, añade Hofman, son familias con menores que han optado por volver pese a que sus hijos tengan que cambiar de nuevo de colegio como ya les ocurrió en 2023.

En total, unos 60.000 vecinos abandonaron por orden de las autoridades el entorno de la frontera libanesa en la actual contienda y es objetivo prioritario de Netanyahu que regresen sin sentirse amenazados desde el país vecino. Esas cinco bases –provisionales, pero sin fecha de retroceso– es la forma con la que Israel quiere impedir que milicianos de Hezbolá lleven a cabo nuevos ataques. Lo acordado en la tregua, bajo intercesión de Estados Unidos y Francia, es que el ejército libanés se asegure de retenerlos más arriba del río Litani, a una treintena de kilómetros de Israel. “Ya hemos tenido antes esos puestos militares y, tras un tiempito, empiezan de nuevo los ataques”, vaticina Rubén Serur. Pero él y su mujer van a intentar no tener que volver a marcharse.

Esos cinco destacamentos “no creo que puedan mantenerse mucho tiempo”, de dos a cuatro meses, calcula Gideon Harari, responsable de seguridad del moshav (comunidad agrícola similar al kibutz) Shear Yeshuv, también junto a la frontera. “Es verdad que Líbano tiene razón en que es su tierra” y la presencia israelí en el país vecino “va contra la resolución 1701 además de que tenemos en contra a la comunidad internacional”. Esa resolución del Consejo de Seguridad de la ONU puso fin a la anterior guerra entre Israel y Hezbolá, en 2006, y estipula el fin de los bombardeos y sobrevuelos diarios israelíes sobre el país vecino así como la presencia de tropas de Israel en suelo libanés y de milicianos armados al sur del río Litani, feudo de Hezbolá.

La tensión sigue latente y “la gente tiene miedo todavía, no ha recuperado la confianza”, comenta Harari, unos días antes de que el Ministerio de Educación anunciara el 9 de marzo que casi dos tercios de los 16.000 escolares y el 83% de los profesores evacuados han retornado a sus centros. Pese a todo, él aboga por que vuelvan todos, aunque comprende a los que no lo hacen. Como exmilitar, Harari es de los que ha tenido la oportunidad de visitar con las tropas el otro lado de la frontera y comprobar que el daño infligido a los pueblos chiíes de Líbano ha sido “el mayor causado jamás”. Entiende que “Hezbolá e Irán han sufrido un golpe como nunca”, por eso espera que “los libaneses entiendan que no merece la pena la guerra, aunque Hezbolá está tratando de volver”. Y sostiene que “Líbano tiene una gran oportunidad para avanzar como país y el ejército pueda ganar terreno ante la actual debilidad de Hezbolá y Teherán”.

“Lo normal aquí es vivir con miedo”, reconoce Hillel Barad, de 62 años, que ha acudido con su perro a realizar unas compras a Kiriat Shmona desde el kibutz Kfar Blum, donde reside. No oculta su pesimismo. Cree que el ejército libanés –”una broma”– no va a ser capaz de meter en cintura a la milicia chií. Colina abajo, a dos o tres kilómetros en línea recta desde la valla de separación, Kiriat Shmona es el principal núcleo de población de la zona. Es un buen termómetro para calibrar el resurgir del norte de Israel tras el final de los bombardeos de Hezbolá. Contaba con unos 20.000 habitantes antes de la guerra y ha llegado a estar evacuada en un 90%.

La vida rebrota ahora en sus calles muy poco a poco, pero la ciudad funciona a medio gas. Casi todos los establecimientos siguen cerrados. Shai Shnaidman, de 50 años, ha reabierto su pequeño restaurante pese a que la clientela escasea. En la acera de enfrente, un gran local de muebles lleva unos cuantos días en funcionamiento de nuevo, pero no hay más que los dos dependientes en el interior. Un grupo de voluntarios adolescentes llegados desde fuera, como Shira Tamar, de 18 años, ayudan en algunas tareas para que la comunidad recupere el pulso.

El aspecto del interior del centro comercial Nehemiah es desolador. Las escaleras mecánicas siguen hibernando y las lonas cubren algunos de los puestos delante de trapas echadas abajo de los comercios salvo el gigante farmacéutico SuperPharm. En soledad, acompañada nada más por el ruido de la máquina de fregar el suelo que maneja un operario, Natalie Shoshani, de 53 años, espera a que alguien acuda al puesto de lotería que regenta. Ha retomado la actividad hace tres días, tras regresar de su exilio en la costa mediterránea, cerca de Tel Aviv. Ella también duda de que vaya a ser suficiente el haber dejado en territorio libanés esos cinco puestos de avanzadilla.

“No nos sentimos seguros. No confiamos en el ejército libanés”, explican Lea, de 67 años, y su marido Ariel, de 70, (prefieren que no se publique su nombre real) que huyeron por los ataques de Hezbolá de la localidad de Metula, la más septentrional de Israel, y no tienen pensado regresar de momento pese a la tregua. Metula, encastrada en territorio libanés como punta del conocido como dedo de Galilea, ha sido de las más golpeadas por los proyectiles de la milicia libanesa. El alcalde de esa localidad, David Azoulay, asegura que solo ha regresado el 8% de los 2.500 vecinos y ha criticado esta semana en una carta a Netanyahu la decisión de emprender el regreso de la población, que debería retrasarse hasta julio, informa el diario Haaretz.

Lea y Ariel seguirán viviendo de alquiler en un kibutz unos kilómetros más al sur. Cada cierto tiempo dan una vuelta a su vivienda, que ella prometió no limpiar hasta que pudieran volver a habitarla de nuevo. Pero uno de los muros ha sufrido “graves daños” por el paso de un tanque israelí y esa promesa se ha quedado sin cumplir.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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