Cinco días en arresto domiciliario por vender libros sobre el conflicto palestino-israelí
Mahmud y Ahmed Muna, responsables del establecimiento de Jerusalén en el que la policía irrumpió en busca de ejemplares que “incitaran a la violencia”, aseguran que se sintieron humillados
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Mahmud y su sobrino Ahmed Muna tienen un gesto muy distinto al cansado y preocupado con el que comparecieron hace diez días, con las manos esposadas, ante el tribunal de magistratura en Jerusalén. Pertenecen a una conocida familia palestina que abrió hace 40 años Educational Bookshop —hoy, una de las librerías más emblemáticas de la ciudad— y nunca habían sido arrestados. Hasta el pasado día 9, cuando seis policías israelíes irrumpieron en los dos locales de la librería y buscaron durante dos horas —juzgando por las cubiertas de los libros y traduciendo títulos con ayuda del teléfono móvil— qué ejemplares podían encuadrarse en el delito de incitación a la violencia. Luego se llevaron detenidos a Mahmud y Ahmed.
El caso pronto adquirió notoriedad: por su simbolismo y porque esa librería es frecuentada por diplomáticos (nueve de ellos acudieron a la vista judicial, sobre todo europeos), periodistas e investigadores extranjeros. Tras pasar dos días en prisión, Mahmud y Ahmed recibieron a este periódico durante los cinco días de arresto domiciliario que cumplían en el mismo edificio familiar, en el Monte de los Olivos. En plantas distintas, con la prohibición de comunicarse. Ya están en libertad, pero aún tienen vetado, hasta la próxima semana, acercarse a la librería.
Su relato y lo sucedido en la vista judicial (a la que asistió este periódico) apuntan a un caso de amateurismo policial, pero ejemplifican, al mismo tiempo, el cerco cultural creciente a los palestinos en la parte oriental de Jerusalén, ocupada por Israel desde la guerra de los Seis Días de 1967. En el tribunal, la representante policial aseguró inicialmente que los agentes se habían llevado más de 10 libros. Cuando el abogado le respondió que salieron con bolsas grandes, admitió “unos 35 o 40”. Fueron 258, entre libros, DVD y bolsos de tela, precisa Mahmud. Luego devolvieron todos menos ocho libros, que siguen requisados.
“Lo divertido”, rememora Ahmed, “es que vinieron a buscar contenido, pero no sabían árabe ni inglés, así que miraban los títulos, de los que solo algunos son traducibles [por la caligrafía árabe]. Empezaron a fijarse en el diseño de la cubierta. Todo lo que tuviese la palabra Palestina, una bandera palestina, una foto de un mártir, un preso, un niño, un soldado israelí, un mapa, la Explanada de las Mezquitas, la ciudad vieja… A mí, como librero que se encarga de que los libros estén ordenados y meterlos en la caja apropiada, lo que me rompió el corazón fue ver cómo se los llevaban en bolsas de basura”.
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En el juicio, la representante policial rechazó pronunciarse “sobre lo que sale en la prensa” cuando el abogado defensor le recordó que la propia portavocía policial había difundido la foto de uno de los ocho libros sospechosos de incitar a la violencia. Es un volumen infantil para colorear titulado Desde el río hasta el mar, un conocido lema empleado como reivindicación del territorio desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo o como muestra genérica de solidaridad con la causa palestina. “Ni siquiera estaba expuesto”, aclara Mahmud. “Lo sacaron de una balda en el almacén donde guardamos los libros pendientes de revisión. Ni lo habíamos revisado, ni lo vendíamos, ni estaba en el sistema. Por eso solo había ese ejemplar”, precisa.
Aún no han conseguido entender cuáles son los otros siete volúmenes que aún retiene la policía, ya que el parte del registro es, en palabras de Mahmud, “aún más orwelliano”. No precisa título, autor, editorial o ISBN, sino que los describe como “libro en árabe con tal foto, libro negro con tal foto…”.
Así que cotejan la descripción con sus recuerdos y con los que echan de menos de los más de 200 que se llevaron. Están seguros de algunos: un libro de pinturas de Jerusalén a través de los ojos de artistas palestinos; un ensayo a favor de la solución de un solo Estado al conflicto de Oriente Próximo de Jeff Halper (un conocido antropólogo y activista estadounidense-israelí que fundó el Comité contra las Demoliciones de Casas palestinas); All That Remains, sobre la Nakba, de Walid Khalidi; un ensayo “crítico con Hamás en alemán”, o un libro de un fotógrafo británico sobre la Primera Intifada.
La “brutalidad” de la prisión
Primero fueron interrogados por separado durante apenas 15 minutos. “Las preguntas eran genéricas y un poco técnicas, nada que ver con los libros. La primera era: ‘Cuéntame más sobre ti”, señala Ahmed. El juez aceptó prorrogar dos días su arresto, de los ocho que pedía la policía. Para dos personas que nunca habían pasado por prisión, esas 48 horas en el presidio supusieron una limitada ventana (no literaria, sino de primera mano) a la realidad de muchos otros palestinos. En la mayoría de las familias hay alguien que ha sido arrestado en algún momento.
Mahmud estuvo en una celda en la comisaría del Recinto Ruso con otras nueve personas; Ahmed, en confinamiento solitario en la ciudad vieja. Lo define como “horrendo”. “Esos dos días me abrieron los ojos. Sabía de la brutalidad del sistema penitenciario en este país, pero no a qué punto ha llegado”, dice. Menciona insultos constantes, empujones y humillaciones en cada traslado; celdas pequeñas, sin ventanas ni apenas higiene; una esterilla fina para dormir o escasa comida. “Uno de los guardas me preguntó: ‘Y tú, ¿qué has hecho?’ Respondí: ‘Nada’. – ‘Ya, todos os hacéis los inocentes’. – ‘Nada, de verdad, estaba en la librería’. – ‘¡Ah, eres el que vende libros de Hamás!”, recuerda Ahmad. “Te provoca emocionalmente. Normalmente, eres inocente hasta que prueben tu culpabilidad. Aquí éramos culpables hasta que probásemos que éramos inocentes”.
Con todo, Mahmud cree que la policía pasó pronto de la “euforia” (“creían que habían encontrado la casa de los terroristas más peligrosos”) a “ver deshincharse el globo”. El caso acabó rebajado a presunta “alteración del orden público”. Al confirmar la prórroga del arresto, uno de los jueces afeó a la policía haber justificado el registro por presunta incitación a la violencia, a sabiendas de que precisaban la luz verde previa de la fiscalía y de que esa acusación requiere una base más sólida.
Mahmud aprovecha una mención sobre el futuro de la causa (que sigue abierta) para dar a Israel —que nunca desperdicia una oportunidad para presentarse como la única democracia de Oriente Próximo— donde más duele. “Queremos que concluya con una exoneración completa y el cierre de la acusación penal. O bien, si este país quiere empezar a prohibir libros, que haga una lista, porque queremos hacer nuestro trabajo legalmente. Es muy fácil. Pueden mirar a Siria, Egipto, Jordania, Sudán… y aprender cómo prohibir libros. Hay un esquema: creas un Ministerio de Información, traes burócratas, leen libros, periódicos y revistas y comienzan a marcarlos en verde o rojo. No queremos estar en esa zona gris en la que un investigador que se haga el listo o un policía determinan si hay [presunta] incitación”.
Mahmud recuerda que en los últimos años la policía ha cerrado o prohibido eventos en otras instituciones culturales de la ciudad, como el teatro Al Hakawati, el centro Yabous o la escuela de música. Dos semanas antes hizo una redada en otra librería, en la que encontró un ejemplar sobre Yahia Sinwar, cerebro del ataque de Hamás del 7 de octubre, muerto el año pasado en combate en Gaza.
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En un caso poco frecuente, en particular desde el ataque de Hamás y la invasión de Gaza, unos 1.200 escritores, libreros y figuras de la cultura israelí (casi todos judíos y entre ellos nombres como David Grossman, Etgar Keret, las cantantes Noa y Mira Awad, Fania Oz-Salzberger o Shira Geffen) firmaron una carta en la que rechazaban la operación policial en Educational Bookshop, citando al poeta Heinrich Heine: “Sabemos por nuestra historia que allí donde arden libros acabarán quemando personas”. Mahmud opina que la carta no nace del apoyo a la causa palestina (bastantes de los firmantes pertenecen al mainstream cultural nacional) sino del miedo a convertirse en los siguientes. “No creo que tardemos en ver un ataque contra las instituciones liberales israelíes. Han visto el peligro y cómo puede extenderse también a su esfera cultural”, afirma.
Educational Bookshop tiene unos 3.000 libros, sobre todo en árabe e inglés (aunque también en francés, alemán, español o italiano) y con una fuerte presencia de ensayos y novelas políticas sobre Oriente Próximo, con el foco en Palestina.
— ¿Van a repensar qué libros vender?
— Si la FIFA decide que Jerusalén va a albergar la Copa del Mundo el año que viene, venderemos libros sobre fútbol, ironiza Mahmud. Pero si esta zona va a seguir experimentando conflictos, sería ridículo hablar de osos polares. Las librerías son parte de un contexto, operan en la sociedad a la que pertenecen. Estamos deseando que termine este conflicto y empezar a vender novelas románticas basura.
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