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Europa se asoma a una nueva época con el crudo cambio de rumbo de EE UU

El desgarro provocado por el trumpismo precipita una fase de frialdad transatlántica desconocida desde la II Guerra Mundial

El canciller alemán Olaf Scholz, llegaba este sábado a la Conferencia de Múnich.Foto: Sean Gallup (Getty) | Vídeo: EPV
Andrea Rizzi (enviado especial)

Europa se asoma a una nueva época, una marcada por un distanciamiento con Estados Unidos sin parangón desde la II Guerra Mundial. Si alguien tenía dudas acerca de esta profunda transformación geopolítica, la Conferencia de Seguridad de Múnich la dejó meridianamente clara. El discurso pronunciado en la ciudad bávara por el vicepresidente de EE UU, J. D. Vance, es el emblema del viraje de calado que el trumpismo promueve. Ante una platea que esperaba aclaraciones acerca de la posición de Washington frente a la guerra desatada por Vladímir Putin, Vance optó por lanzar un gran ataque ideológico contras las democracias europeas, sosteniendo las posiciones de la ultraderecha. Su retórica desató una vibrante e indignada respuesta por parte de dirigentes europeos.

La relación transatlántica tuvo otros momentos bajos después de 1945. La invasión de Irak por parte de EE UU provocó una considerable fractura, con países como Alemania y Francia firmemente contrarios y una indignación muy mayoritaria en las sociedades europeas. El primer mandato de Donald Trump fue también un momento complicado. Pero el actual tiene unos rasgos sin precedentes en ocho décadas. Por el contexto del salvaje ataque bélico ruso en Europa. Y por la realidad de una Administración estadounidense que da abundantes muestras de un desapego de su alianza con Europa muy profundo. El discurso de Vance evidenció un abismo ideológico con grandes implicaciones ya que, como se encargó de subrayar, la OTAN es una organización defensiva construida sobre la idea de defender valores compartidos.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, entró de lleno en el asunto durante su intervención en Múnich este sábado: “Seamos honestos. No podemos descartar la posibilidad de que EE UU le diga que no a Europa en cuestiones que la amenacen. Décadas de vieja relación entre Europa y EE UU están terminando. Europa necesita adaptarse a esta nueva realidad. Os exhorto a hacerlo por vuestro propio bien, de vuestras naciones, vuestros niños, vuestras casas. Europa debe convertirse en autosuficiente. Creo que ha llegado el momento de tener unas fuerzas armadas europeas”, dijo. Su discurso cristalizó un sabor a fin de época en los pasillos del hotel Bayerischer Hof, tradicional sede de la conferencia, que empezó su andadura hace seis décadas.

Los síntomas de que décadas de relación entre Europa y EE UU están terminando, según la formulación de Zelenski, son múltiples. No solo Vance vino a Múnich para atacar a sus aliados en vez de sostenerlos en medio de una guerra que agita el continente. El viernes, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, advirtió en Varsovia: “Ahora es el momento de invertir [en defensa] porque no podéis dar por hecho que la presencia americana durará siempre”.

En los días previos, el propio Trump había provocado un doble terremoto. Por un lado, tomó la iniciativa de activar un diálogo con Putin sin incluir en la maniobra a los europeos, y ni siquiera a los ucranios. Su enviado especial para Ucrania, el general Keith Kellogg, agravó la crisis en Múnich respondiendo con un seco “no” a la pregunta de si habría un asiento para los europeos en la negociación de paz con Rusia, asunto que causa profunda irritación en las capitales europeas. Por otro lado, Trump lanzó nuevas amenazas de una guerra comercial contra la UE, una que se sumaría a la ideológica esbozada por Vance, y señales de desentendimiento ante la guerra de verdad que libra Putin.

Todo ello no significa que se aproxime una ruptura formal de la alianza transatlántica, por ejemplo con un quiebre de la OTAN. Pero los términos de la relación han cambiado, en la sustancia y la forma, tanto como para tornarla casi irreconocible.

Negociación con Rusia

Con respecto a las iniciativas diplomáticas en materia de Ucrania, el presidente del Consejo Europeo, António Costa, hizo las siguientes consideraciones en una conversación con este diario en el marco de la conferencia de Múnich el viernes, antes de las declaraciones de Kellogg: “Para tener una negociación hace falta que estén involucradas las partes beligerantes, los representantes de los beligerantes o al menos un mediador aceptado por las partes. Aquí no hay ninguna negociación. El señor Trump habló con el señor Putin. Pero EE UU no es uno de los beligerantes y no está actuando como representante de los beligerantes. Está intentando la mediación, perfecto. Pero solo habrá negociación de verdad cuando estén Rusia, Ucrania y la Unión Europea”, señaló Costa. “Porque esta no es solo una negociación solo sobre la paz en Ucrania, también lo es sobre la seguridad de Europa. Y no es posible separar la paz en Ucrania de la seguridad en Europa porque la amenaza rusa va más allá de Ucrania”.

En su discurso público, Costa observó que es un “enorme error” asumir concesiones a Rusia antes de que empiece una negociación formal, en lo que sonó como una referencia al discurso de Hegseth, que descartó tanto la recuperación de territorios como la entrada de Ucrania en la OTAN.

Los europeos van constatando con creciente crudeza el alejamiento —cuando no se trata de abierta hostilidad— de la Administración Trump. Obvias razones inducen a intentar mantener abiertas las posibilidades de cooperación. Ello quedó evidente en la cuestión de la tensión comercial, donde la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a la vez que señalaba la disposición del bloque europeo a responder si de le infligen daños injustos, tendía la mano en búsqueda de soluciones mutuamente beneficiosas.

Asimismo, el disgusto por las maniobras de Trump con Putin viene con sordina por la aguda consciencia de la necesidad de evitar una retirada abrupta y completa de Washington en el respaldo a Ucrania. Bruselas y las capitales europeas —y, desde luego, Kiev— dialogan con la Administración Trump para tratar de hacerle ver la necesidad y el interés común de no abandonar a Ucrania, de que una paz estable y justa solo es posible si se sostiene la capacidad de defensa ucrania y se deja claro a Putin que seguir luchando tendrá un gran coste —o que lo tendrá atacar de nuevo después de un alto el fuego—.

Andanadas de Vance

Pero por momentos la tensión estalló de lleno. Ha sido el caso después de las clamorosas andanadas de Vance, que sostuvo que en Europa se reprimen las opiniones antifeministas, que cuestionó la anulación de la turbia elección presidencial de Rumania, que alegó que se intentan asfixiar los puntos de vistas de muchos ciudadanos. Sostuvo que la mayor amenaza que sufre Europa es el deterioro de la democracia por la vía del recorte de la libertad de expresión. Esta fue la preocupación democrática del número dos de un presidente que alentó un asalto al Parlamento después de perder unas elecciones perfectamente democráticas.

Ante esas palabras y el abierto sostén a la formación ultraderechista alemana AfD en plena campaña electoral para las elecciones del próximo domingo, las reacciones fueron vibrantes.

“Estoy muy agradecido al vicepresidente Vance por su visita a Dachau, cerca de aquí, donde se cometieron indescriptibles crímenes contra la humanidad”, apuntó el canciller alemán, Olaf Scholz. “Él dijo que debemos estar comprometidos para asegurar que eso no vuelva a ocurrir nunca. Ese ‘nunca más’ es la lección central que los alemanes aprendimos después de la II Guerra Mundial con la horrible experiencia del Gobierno nazi. Ese ‘nunca más’ es la misión histórica. Nunca más fascismo, racismo, guerras de agresión. Es por eso que la gran mayoría de la gente de mi país se levanta contra quienes glorifican o justifican los crímenes nazis. AfD es un partido desde cuyas filas se trivializan los crímenes cometidos por los nazis. El compromiso con el ‘nunca más’ no es conciliable con el apoyo a AfD”, dijo el canciller.

“Rechazamos firmemente esto. No aceptamos que desde fuera se intervenga en nuestra democracia y nuestras elecciones en el interés de un partido”, concluyó Scholz acerca de los contenidos del discurso de Vance. El canciller alemán recurrió incluso a un inusual reflejo de ácida ironía que dejó claro su profundo disgusto por aquella alocución. Preguntado por si había algo que fuera merecedor de reflexión en el discurso del vicepresidente de EE UU, respondió: “¿Se refiere a todas esas muy relevantes consideraciones acerca de Ucrania y la seguridad en Europa?”.

El ministro de Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, también respondió seco a Vance: “En Polonia tenemos claro que la mayor amenaza para Europa es la Rusia de Putin”. Pero, a continuación, Sikorski señaló que desde hace tiempo Washington pide a Europa que incremente su gasto en defensa y muchos no hicieron ningún caso. “Se ha explotado durante demasiado tiempo el dividendo de la paz”, concepto con el que se suele definir la reducción de la inversión militar en el periodo posterior a la Guerra Fría en el que no se vislumbraban amenazas de seguridad convencional de calado en el continente.

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, intervenía ayer en un panel con senadores estadounidenses en Múnich.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, intervenía ayer en un panel con senadores estadounidenses en Múnich.Wolfgang Rattay (REUTERS)

Esto ha cambiado radicalmente. La conferencia de Múnich ha evidenciado el muy mayoritario convencimiento entre los líderes de dar un rápido salto en cuanto a capacidades militares, tanto para sostener a Ucrania como para disponer de la fuerza para disuadir a Putin de otras aventuras.

A propósito, Zelenski transmitió ayer una alerta inquietante: “Tenemos sólidas informaciones de los servicios de inteligencia que apuntan a que Rusia desplegará tropas en Bielorrusia este verano”, dijo. “¿Está ese despliegue pensado para atacarnos a nosotros? Puede ser. O no. A lo mejor es para atacaros a vosotros”, añadió, ante una platea repleta de dirigentes europeos. “Os invito a preguntaros si vuestras fuerzas armadas están preparadas para un eventual ataque ruso. Espero que no sea nunca necesario comprobar la respuesta”.

Un soldado participa en ejercicios militares de la OTAN.Foto: AP Photo/Mindaugas Kulbis) | Vídeo: EPV

El día anterior, Von der Leyen había anunciado su decisión de impulsar la activación de una cláusula de escape para las inversiones de defensa, una excepción al Pacto de Estabilidad y Crecimiento para que el corsé fiscal no limite esa acción. Scholz señaló que es necesario que el futuro Gobierno de Alemania, sea cual sea, reformule el freno a la acumulación de deuda previsto en la Constitución alemana para permitir un incremento del gasto militar que no puede lograrse a costa de otras partidas, como los servicios sociales.

Otra idea que flota en el ambiente europeo es la de una nueva emisión de deuda para financiar inversiones en materia de seguridad, pero esta opción tiene una perspectiva complicada mientras no se dilucide la cuestión de los recursos propios de la UE que serán necesarios para devolver principal e intereses de la deuda emitida para los fondos post-pandémico.

Por supuesto hay muchas más cosas que la UE debe hacer en esta nueva etapa. Entre ellas destaca lograr una mayor competitividad económica, a través de un camino de reformas esbozado por los informes Letta y Draghi. Pero la faceta militar parece adquirir una urgencia dramática ante el riesgo de un abrupto corte en Washington, sea en las ayudas a Ucrania sea en la disposición a garantizar la seguridad de los aliados europeos.

El camino está lleno de dilemas. Uno de ellos, por ejemplo, es en qué medida dedicar los recursos disponibles a comprar armamento a EE UU —con el activo de disponer de material de alta calidad y poner sobre la mesa un elemento favorable en las negociaciones con Trump— y en qué medida apostar por la producción europea —obviamente necesaria, pero en algunos casos de resultados lento e inciertos—. La cuestión está en detectar los equilibrios mejores.

La unidad, en duda

Pero la cuestión subyacente a todo es, por supuesto, hasta qué punto la UE tendrá el grado de unidad política para proceder en los pasos que la nueva época requerirá. De momento, la única oposición firme y militante es la de la Hungría de Viktor Orbán, alineada por completo con el trumpismo y extremadamente sensible a los argumentos del Kremlin. La Eslovaquia de Robert Fico plantea problemas, pero no tan radicales. La Italia de Giorgia Meloni coquetea con la Administración trumpista, pero no emite señales de querer optar por una línea rupturista en la UE.

No obstante, esta cuestión puede evolucionar de forma desfavorable en los próximos años, precisamente por el distanciamiento que se produce con una Administración estadounidense que ahora apoya sin complejos a los movimientos ultraderechistas europeos. No solo Elon Musk, asociado al Gobierno de Trump, está en plena ofensiva de soporte a los ultras del viejo continente. Vance ha demostrado que la voluntad de apoyo abierto anida en el corazón de la Casa Blanca y no se frena ni siquiera ante la perspectiva de interferencia en medio de una campaña electoral.

El resultado de esa intervención es incierto. No pueden subestimarse los medios del hombre más rico del mundo y del Gobierno de la nación más poderosa. Podrían dar nueva fuerzas a formaciones nacionalpopulistas que compliquen el camino europeo hacia la autonomía. A la vez, la perspectiva de que estas interferencias, este desgarro, espolee una contundente reacción europea no es improbable. Tanto desde el punto de vista de la determinación de las cúpulas políticas a proceder en la integración que dará mayor autonomía a Europa, así como en la dimensión de movilización ciudadana ante el devenir de acontecimientos que, para muchos, resultan indignantes y asustadores.

El resultado es incierto. Pero la realidad del alejamiento entre EE UU y Europa después de ocho décadas empieza a perfilarse con contornos claro. La conferencia de Múnich, que otras veces en el pasado ha asistido a discursos que después demostraron un enorme calado histórico, aportó pinceladas de tonos muy oscuros a ese retrato que, tal vez, también quedará en los libros de historia.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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