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Los hijos de los vencidos por el régimen custodian las calles de la nueva Siria

Cientos de aquellos niños, hijos y huérfanos de los combatientes que fueron evacuados de la periferia de Damasco en 2018 retornan a la capital como jóvenes combatientes

Siria
Ahmed, efectivo de las fuerzas de seguridad de Hayat Tahrir al Sham, conversa con una transeúnte en el concurrido mercado de Al Hamidíe de Damasco, el 4 de febrero.Natalia Sancha
Natalia Sancha

Hombres enmascarados, fusil en mano, patrullan las callejuelas de Damasco, que pisan por primera vez en siete años. Los transeúntes se van acostumbrando a los extraños hombres de negro y sin rostro que tomaron la capital siria hace dos meses bajo el mando de Ahmed al Shara, líder de la organización paraguas de milicias islamistas Hayat Tahrir Al Sham (HTS). Caminan con el paso seguro de quienes saborean todavía una inesperada victoria, tras acabar con medio siglo de dinastía de la familia El Asad en 11 días de ofensiva. Los pasamontañas ocultan los rostros de cientos de niños, hijos y huérfanos de combatientes que fueron evacuados de los últimos reductos insurrectos de la periferia damascena en 2018, que ahora retornan como jóvenes guerreros. En una urbe que ha permanecido bajo control de Bachar El Asad durante los 14 años de conflicto, hay quienes los reciben como libertadores, hay quienes los ven como conquistadores.

“Es como si estuviera soñando. Alabado sea Alá, el todopoderoso. Aún no me lo creo”, dice Alí, miliciano de 21 años y ojos verdes enmarcados en una balaclava negra. Originario de Yubar, en las afueras de Damasco, mantiene grabado en la memoria aquel traumático mes de marzo de 2018 en el que, con 14 años, se subió a bordo de un autobús verde para ser evacuado. La rendición de las facciones islamistas tras una dura ofensiva del régimen sirio puso fin a cinco años de cerco, acalló los morteros rebeldes sobre la capital y permitió abrir un pasaje para los 1.500 combatientes y sus familias hacia Idlib, bastión insurrecto en el noroeste del país.

Un grupo de combatientes posa con la bandera de Al Nusra en el barrio de Bourj al Rus de Damasco el pasado martes.
Un grupo de combatientes posa con la bandera de Al Nusra en el barrio de Bourj al Rus de Damasco el pasado martes.Natalia Sancha

Su padre combatía con Ahrar al Sham, una de las principales facciones respaldadas por Turquía, por lo que Alí fue arrastrado junto con su madre y hermanos. “Recuerdo las bombas, el correr, el hambre, los soldados apuntándonos cuando salimos en los autobuses”, rememora ajustándose la máscara. Al llegar a Idlib recibieron a los niños desplazados con plátanos, que engulleron con la piel al no haber visto nunca uno antes. “Pasamos mucha hambre bajo el cerco y nunca había fruta”, dice quien procede de tierras fértiles en tiempos de preguerra.

Creció como desplazado en la conservadora Idlib bajo los continuos bombardeos rusos y sirios. Para entonces, HTS, liderada por Al Nusra y rama local de Al Qaeda, se había impuesto sobre un gran número de grupos armados, aglutinando a unos 30.000 hombres. Estas milicias han sido acusadas por Amnistía Internacional de cometer crímenes de guerra.

Al cumplir la mayoría de edad, Alí siguió el camino natural para los jóvenes llegados de Yubar: se alistó como combatiente. Recibió un año de entrenamiento militar y desempeñó funciones de seguridad en la provincia de Idlib. La conquista de Damasco ha sido su bautizo de fuego. “Luchamos en Alepo, en Hama y en Homs. Tan solo en Damasco no encontramos resistencia alguna”, aclara. Las facciones del Ejército Libre Sirio llegadas del suroeste ya habían “liberado” la capital. En su tiempo libre aprovecha para visitar esta ciudad, a la que de pequeño le llevaban sus padres a comer helado o pasear por el concurrido zoco de Hamidíe.

Parche que portan los hombres enmascarados de Hayat Tahrir al Sham, en el que se lee: “Administración de la seguridad general, Gobierno de Salvación Sirio. Ministerio del Interior”.
Parche que portan los hombres enmascarados de Hayat Tahrir al Sham, en el que se lee: “Administración de la seguridad general, Gobierno de Salvación Sirio. Ministerio del Interior”. Natalia Sancha

Camina por las calles del distrito El Amin, un barrio de mayoría chií del casco viejo de Damasco donde carteles de El Asad medio arrancados y banderas revolucionarias, con las tres estrellas rojas, decoran puestos y muros. Comparte piso con un grupo de 22 jóvenes a cargo de patrullar tres barrios colindantes y a los que han provisto de un kaláshnikov y un sueldo de 150 dólares mensuales, unos 120 euros, monto que triplica el del funcionariado medio sirio. Se cubren el rostro por “órdenes de arriba, para evitar una espiral de venganzas si identifican una cara conocida”.

El nuevo presidente sirio, Ahmed al Shara, acaba de anunciar la disolución de las milicias y una nueva fusión bajo un solo cuerpo de fuerzas del Estado. Desde entonces, los efectivos de HTS lucen un parche que reza “Ministerio del Interior, seguridad nacional siria”. Entre sus labores está la de confiscar las armas de quienes no pertenezcan a las fuerzas del orden, mantener la seguridad y resolver problemas del vecindario.

“Tengo un piso en alquiler y llevaba dos años en juicios desde que el inquilino dejó de pagar. Fui a ver a los de HTS. Me sorprendió lo amables que fueron”, cuenta Mirna Brahimi en un bar del barrio cristiano de Abasín. Para más sorpresa, lograron un acuerdo con el inquilino, que se fue a la semana, aunque sin pagar. “Claro que desconfiamos de ellos porque durante diez años pensamos que esos yihadistas nos cortarían la cabeza si llegaban a Damasco”, apunta haciendo un rápido gesto con la mano sobre el cuello. Los combatientes extranjeros de largas melenas y un árabe roto han sido destinados fuera de Damasco.

A los damascenos les reconforta el ajetreo de ministros occidentales que acuden a Siria para estrechar la mano de un pragmático Al Shara y las advertencias de que toda ayuda para la reconstrucción estará condicionada al respeto de las minorías (no suníes), un cuarto de los 23 millones de habitantes de la Siria de preguerra. De ahí que las incursiones de predicadores o milicianos promoviendo el porte del velo en barrios cristianos o arremetiendo contra los locales que veden alcohol hayan sido rápidamente cortados por la propia jerarquía de HTS.

La presencia de los enmascarados es mayor en las calles colindantes a la mezquita Omeya, donde uno de ellos, Ahmed, es interpelado cada poco por algún transeúnte. “¿Oiga, no tienen un número de emergencia? Ayer me acosaron unos tipos”, espeta una mujer en la treintena. “Hijo, ya están los carteristas otra vez en esa esquina”, advierte una anciana que vende pañuelos. “¿Podemos sacarnos una foto con vosotros?”, interrumpe un señor con su mujer e hijos.

“Tenemos muchos problemas con los niños que consumen drogas o roban”, explica este miliciano de 32 años y originario de Yubar, como Alí. Él también fue evacuado a Idlib siete años atrás, aunque dejó a su madre en Damasco a cargo de sus dos sobrinos, que quedaron huérfanos con la muerte de su hermano, caído en combate en Guta, suburbios de Damasco. No lejos de allí se encuentra Mohamed, de 24 años, que guarda una de las entradas al mausoleo de Saladin, sultán de Siria en el siglo XII. Aparte del parche reglamentario, lleva otro en el que se lee “No hay más Alá que Alá y Mohamed es su profeta”, usado como bandera del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).

Mohamed, otro huérfano de Guta, opina que no es apropiado que las mujeres vistan faldas en los espacios públicos, aunque precisa que no tienen órdenes de implementar ninguna regulación de la vestimenta. En los barrios musulmanes más liberales y en los cristianos, las jóvenes se preguntan qué pasará en verano cuando el calor se acompañe de un mayor destape corporal en las calles.

Volver a una periferia inhabitable

Convertido en línea de frente, a tres kilómetros del palacio de Bachar el Asad, los milicianos cavaron un complejo sistema de túneles para sobrevivir a los masivos bombardeos sobre los suburbios damascenos de Yubar y Guta, que en tiempos de preguerra albergaban a 400.000 personas. La mayoría de civiles huyó en 2011. Ninguno de los desplazados de Yubar, incluidos los jóvenes milicianos, tienen hoy casa a la que volver.

Funeral de Fatmeh Rankisi, fallecida a los 75 años de edad, en el cementerio de Jubar, en la periferia de Damasco, el 6 de febrero.
Funeral de Fatmeh Rankisi, fallecida a los 75 años de edad, en el cementerio de Jubar, en la periferia de Damasco, el 6 de febrero.Natalia Sancha

Al igual que otras familias, la de Alí ha recorrido el trayecto entre Idlib y Yubar para valorar el nivel de inversión necesaria con vistas a un futuro retorno tras 14 años desplazadas. Se han topado con un lugar inhabitable que contrasta con los bulliciosos barrios que sus hijos patrullan en Damasco, casi intactos. La avenida principal está franqueada por tartas de cemento grapadas con hierros y coches oxidados atrapados entre marañas de escombros. Tan solo los muertos han podido regresar. Un tumulto de hombres reza con las palmas de las manos vueltas al cielo durante el entierro de Fatmeh Rankisi, fallecida a los 75 años, y cuya tumba ha sido una de las primeras excavadas en el cementerio desde la “liberación” de Siria el pasado 8 de diciembre.

Para Mulhem, recién cumplidos los 20 años y apostado en una caserna a la entrada de Yubar, la batalla por el corazón del país ha sido también su primer combate real. Achaca la victoria a la voluntad de Alá y a la fe de los combatientes de HTS. Quedó huérfano con 13 años antes de ser evacuado. También perdió a su primo y tío, luchando con la milicia islamista Failaq al Rahman, financiada por Qatar. Se alistó a los 17 años: “Buscaba venganza. No hay familia en Guta que no llore un mártir”.

Guta Oriental y Jubar, a las afueras de Damasco, han quedado inhabitables tras siete años de bombardeos de las aviaciaciones rusa y siria. Más de 1.500 milicianos y sus familias fueron evacuados a la norteña localidad insurrecta de Idlib en 2018 tras una rendición de las milicias rebeldes.
Guta Oriental y Jubar, a las afueras de Damasco, han quedado inhabitables tras siete años de bombardeos de las aviaciaciones rusa y siria. Más de 1.500 milicianos y sus familias fueron evacuados a la norteña localidad insurrecta de Idlib en 2018 tras una rendición de las milicias rebeldes. Natalia Sancha

Entrada la tarde, varios jóvenes de negro intentan espantar a niños de pupilas dilatadas por la inhalación de pegamento que andan molestando a los viandantes. Con nueve de cada 10 sirios sobreviviendo bajo el umbral de la pobreza, es habitual ver a menores de edad trabajadores o a mendigos con los pies ennegrecidos por la suciedad del asfalto. No lejos de allí, otro grupo de combatientes, esta vez ataviados de caqui y llegados del sur, recorren en vehículos todoterreno el barrio de Burj al Rus, sumido en la oscuridad debido a la falta de electricidad. Allí se topan con un tropel de chavales vendiendo hogazas de pan que, lejos de rehuirles, se abalanzan sobre ellos, los ojos inyectados en admiración. Los milicianos despliegan la bandera de Al Nusra para posar con los chicos, haciendo el signo de la victoria con los dedos. Tienen la misma edad que Alí, Mulhem y Mohamed cuando fueron expulsados de sus casas en los suburbios de Damasco.

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