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El Reino Unido se esfuerza en reparar puentes con Trump para evitar sus represalias contra Starmer

El equipo del presidente electo denunció la intervención en la campaña estadounidense de voluntarios del Partido Laborista y los insultos del actual ministro británico de Exteriores en 2018 al candidato republicano

Keir Starmer y Volodímir Zelenski
Keir Starmer recibe en Londres al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el 10 de octubre.TOLGA AKMEN (EFE)
Rafa de Miguel

Los dos principales partidos del Reino Unido mantienen desde hace décadas un punto en común: la necesidad de cuidar y preservar una “relación especial” con el Gobierno de Estados Unidos. Keir Starmer ha intentado amortiguar en los últimos meses los malentendidos y enfrentamientos surgidos entre su equipo y el de Donald Trump, pero el imprevisible carácter del próximo inquilino de la Casa Blanca ha provocado inquietud en el nuevo Gobierno laborista británico, que habría estado más cómodo con Kamala Harris como presidenta.

La relación tiene esqueletos en el armario. El ministro de Exteriores, David Lammy, se explayó a gusto sobre Trump en 2018, cuando tan solo era un diputado raso en la Cámara de los Comunes: “No solamente es un tipo que odia a las mujeres y un sociópata filonazi. También supone una profunda amenaza para el orden internacional, que ha sido la base del progreso de Occidente”, escribió entonces.

Lammy estudió Derecho en la prestigiosa universidad estadounidense de Harvard y tuvo ocasión de trabar amistad con Barack Obama en los encuentros organizados para alumnos y exalumnos negros. Conoce Estados Unidos, y es una rara avis en el Partido Laborista, que expone abiertamente sus profundas convicciones cristianas.

A ese lazo se ha aferrado para recomponer puentes con el equipo de Trump. Lammy ha logrado forjar una relación estrecha con el futuro vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance. Ambos han trabajado conjuntamente en proyectos para combatir la pobreza infantil.

Starmer y su ministro han echado mano, además, de los buenos oficios de la actual embajadora británica en Washington, Karen Pierce. Aunque su mandato está a punto de expirar, el Gobierno laborista quiere retener a toda costa a esta diplomática heredada de sus predecesores conservadores. Su influencia y buenas relaciones con el propio Trump y con su círculo más íntimo resultan clave para asegurar una transición exitosa. “Por el momento, está haciendo un trabajo excelente. Tiene la confianza absoluta del Gobierno y queremos que siga en su puesto”, anunciaba este jueves en Sky News Pat McFadden, el ministro más relevante del equipo de Starmer.

“A corto plazo, el Reino Unido debe preocuparse por estrechar relaciones con todos los personajes clave en el equipo de transición presidencial de Trump, para obtener canales de entendimiento e influencia”, recomienda Richard Whitman, investigador del centro de pensamiento UK in a Changing Europe.

La tarea de la embajadora Pierce fue fundamental para asegurar que Starmer y Lammy pudieran celebrar el pasado septiembre en Nueva York una cena privada, de dos horas, con el entonces candidato republicano, en su sede de la Torre Trump. El propósito del viaje era asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas, pero el primer ministro y su responsable de Exteriores pudieron charlar con Trump de dos de las grandes pasiones del ahora presidente electo, Escocia y la familia real británica, y comenzar a limar asperezas.

Sobresaltos y ataques de la oposición

Pero con Trump es difícil lograr una calma estable. Apenas dos semanas antes del 5 de noviembre, el día en que se celebraban elecciones presidenciales en Estados Unidos, estallaba una nueva bomba. El equipo del candidato republicano presentaba una denuncia formal ante la Comisión Electoral Federal “por injerencia y contribuciones extranjeras ilegales en la campaña”. Decenas de voluntarios del Partido Laborista se habían desplazado a Estados Unidos —como llevaban haciendo desde hace décadas— para ayudar en la recta final a su partido hermano, el Partido Demócrata, y a su candidata, Kamala Harris. Está por ver si Trump seguirá empeñado en este reproche o se trató tan solo de otra estrategia política para hacer ruido.

En cualquier caso, la oposición del Partido Conservador, y su nueva líder, Kemi Badenoch, está dispuesta a explotar en su beneficio las desavenencias entre el Gobierno laborista y el futuro presidente de EE UU. “¿Tiene intención el primer ministro de pedir disculpas [a la Administración de Trump] por las referencias escatológicas y peyorativas de su ministro de Exteriores?”, preguntaba Badenoch en su primera intervención como líder de la oposición, en la sesión de control celebrada el miércoles en la Cámara de los Comunes.

Ucrania, OTAN, Israel y comercio

Junto a los sobresaltos derivados de la personalidad de Trump y de los desencuentros previos, otro problema igual de serio es la futura coordinación entre Londres y Washington en materia de seguridad y defensa. El precio de la “relación especial” tan querida por los sucesivos primeros ministros suele ser una pérdida de autonomía y un excesivo seguimiento de las líneas estadounidenses. Tony Blair pagó caro entre sus bases laboristas y el electorado británico su incondicional alianza con George W. Bush en la invasión de Irak. El presidente Lyndon B. Johnson nunca perdonó al primer ministro laborista Harold Wilson su rechazo a la guerra de Vietnam.

El Gobierno de Starmer ha mantenido el férreo apoyo financiero y militar a Ucrania frente a la ofensiva de Vladímir Putin. Trump, que tiene una buena relación con el presidente de Rusia, aspira a tomar distancia de ese conflicto y propiciar una solución rápida, aunque sea en detrimento de los intereses de Kiev.

El primer ministro británico considera a la OTAN una alianza fundamental en su empeño por “reiniciar” las relaciones con Europa que deterioró el Brexit. El presidente electo de Estados Unidos ha dejado claro su desapego hacia la organización de defensa.

Todo apunta a que Trump dará luz verde al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, para llevar a cabo sus ofensivas bélicas en Gaza, Líbano e Irán. Starmer ha tenido que matizar su postura, inicialmente de claro respaldo a Israel y su “derecho a defenderse”, frente a las críticas en el seno del Partido Laborista. El Gobierno británico suspendió a principios de septiembre 30 licencias de exportación de armas a Israel, por su temor a que pudieran ser utilizadas para violar el derecho internacional humanitario. La decisión provocó profundo malestar tanto en el Gobierno de Netanyahu como en la Administración estadounidense.

Finalmente, está por ver cómo afecta al Reino Unido el anuncio de Trump de elevar los aranceles de los productos importados de Europa. La perspectiva de esa nueva “guerra comercial” aleja aún más el sueño nunca logrado por los anteriores gobiernos conservadores de forjar un nuevo tratado comercial con Estados Unidos que compensara las carencias derivadas del Brexit. Y llega con un Reino Unido aislado y a la intemperie, porque ya no está bajo el paraguas de la UE y su espacio aduanero único.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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