Carreteras y ferrocarriles por la paz en el Cáucaso: el plan de Armenia para convertirse en una confluencia de rutas
El proyecto de Ereván, que cuenta con el visto bueno de la UE y EE UU, busca recuperar la infraestructura soviética y reabrir las fronteras con Turquía y Azerbaiyán para reconectar una región dividida por los conflictos
El pasado 30 de julio, el enviado armenio para el diálogo con Turquía, Ruben Rubinián, y el representante turco para el diálogo con Armenia, Serdar Kiliç, cruzaron, cada uno desde sus respectivos países, el puente sobre el río Aras. El objetivo era celebrar la quinta reunión del proceso de normalización que mantienen ambos países, pero quizás la más simbólica: el lugar de encuentro fue un cruce fronterizo cerrado desde hace tres décadas, entre dos países sin relaciones diplomáticas plenas.
Hasta hace no mucho, los edificios a ambos lados de la frontera languidecían sin uso, pero, del lado armenio, ya se han concluido los trabajos de reconstrucción y modernización del puesto fronterizo y las autoridades esperan que vuelva a funcionar en un futuro no muy lejano. La razón es que Ereván otorga una gran importancia a este cruce como parte de una estrategia mayor: convertir su país —ahora bloqueado al este y oeste por el cierre de fronteras de sus vecinos— en una confluencia de rutas que fomente el comercio y el intercambio, y así contribuya a cimentar una paz que lleva décadas siendo precaria en esta región.
Hubo un tiempo en que el Cáucaso meridional era realmente un cruce de caminos entre Asia y Europa. Luego llegaron los conflictos nacionalistas; después la Guerra Fría y el telón de acero y, tras el hundimiento de la Unión Soviética, las guerras, las limpiezas étnicas y el cierre de fronteras entre unos Estados que, solamente unos años antes, formaban parte de un mismo país.
“Nuestra región necesita una paz duradera, una situación en la que todos los países de la zona vivan con fronteras abiertas, estén conectados por vínculos económicos, políticos y culturales, acumulen experiencias y una tradición de resolver todos los problemas por la vía diplomática y mediante el diálogo”, escribe el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, en el folleto del proyecto “Crossroads of Peace” (Cruce de caminos de paz) enviado a los gobiernos de la región para su evaluación. Ya en la presentación, hecha hace unos meses en Tbilisi, la capital georgiana, Pashinián lo resumió así: “Será muy difícil construir la paz sin carreteras”.
Abrir pasos fronterizos
El plan de Armenia pasa por abrir dos pasos en su frontera con Turquía y otros cinco en su frontera con Azerbaiyán, que se unirían a los tres existentes en la frontera septentrional con Georgia y al paso hacia Irán por el sur; además de restaurar vías férreas de la época soviética y construir nuevas carreteras de manera que, a través de Armenia, se conecten las principales ciudades de la región (de Tabriz a Tbilisi, de Bakú a Ereván y Kars) y se facilite el acceso a los puertos del mar Negro, el golfo Pérsico, el Caspio y el Mediterráneo. “Este proyecto acortaría las distancias y abarataría los precios del transporte”, explica una fuente oficial armenia.
Sobre el papel todo son ventajas, pero las rencillas locales a veces impiden mirar hacia el futuro. El principal escollo es Azerbaiyán, que tras haber derrotado a Armenia y haber reconquistado el enclave de Nagorno Karabaj (del que expulsó a sus más de 100.000 armenios), se siente fuerte para imponer condiciones.
“Para que el proyecto sea viable, es necesaria una paz real entre Armenia y Azerbaiyán”, señala Benyamín Poghosián, analista del Instituto de Investigación sobre Política Aplicada (APRI) de Ereván. Eso debería conseguirse mediante un tratado de paz definitivo que negocian ambos países. Pero, según Poghosián, el presidente azerbaiyano, Ilham Alíyev, no está por la labor: “Necesita un enemigo externo y una idea nacional para unir a la población bajo la batuta de su familia. Entre 2003 y 2023 esa idea fue recuperar Nagorno Karabaj, ahora necesita una nueva idea y ha empezado a utilizar el discurso sobre que los azeríes deben regresar a sus tierras ancestrales de Azerbaiyán Occidental, es decir, el actual territorio de Armenia”.
Hasta ahora, el Gobierno de Bakú ha exigido a Ereván la implementación del llamado Corredor de Zangezur, un tramo a través del sur de Armenia que uniría Azerbaiyán con su exclave de Najicheván, al que ambos países se comprometieron en un acuerdo de alto el fuego mediado por Rusia para poner fin a la guerra de 2020. Sin embargo, tal y como estaba planteado, el corredor quedaba bajo control del servicio fronterizo del FSB ruso e implicaba una cesión de soberanía difícil de tragar para el Gobierno de Armenia, que ya está siendo cuestionado por la oposición más nacionalista debido a su búsqueda de un acuerdo de paz con Azerbaiyán. En Ereván sienten que, dado que Bakú no cumplió con el resto de medidas contempladas en el acuerdo de 2020, la disposición sobre el corredor tampoco debería ser vinculante para Armenia. Así que proponen incluir una carretera a través del sur del país que cumpla las mismas funciones de conectividad, pero bajo el control de las instituciones armenias.
Con todo, a inicios de agosto, se produjo un hecho positivo en esta cuestión. Azerbaiyán anunció que, por el momento, va a aparcar sus demandas sobre el polémico corredor. “No queremos complicar el proceso de negociación de un acuerdo de paz”, afirmó el enviado especial de Azerbaiyán, Elchin Amirbekov, tras mantener reuniones en Estados Unidos.
La oposición de Rusia
Irán y Georgia, afirman fuentes armenias, ven con buenos ojos la propuesta armenia pese a que, hasta el momento, se han beneficiado del bloqueo con la construcción de vías de comunicación entre Azerbaiyán y Turquía que rodean Armenia a través de su territorio. Incluso Turquía, firme aliada de Azerbaiyán por sus lazos culturales y lingüísticos, es favorable, ya que Ankara está dispuesta a apoyar todo tipo de proyectos que ofrezcan negocio a sus constructores y supongan que sus productos lleguen más rápido y más barato a otros países. El problema es que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan no va a concluir su normalización con Armenia a menos que Azerbaiyán dé el visto bueno: ya en 2009, cuando ambos países estaban a punto de retomar sus relaciones diplomáticas, la presión de Alíyev dio al traste con las negociaciones.
“Si desde el exterior se hace cierta presión positiva hacia Azerbaiyán y Turquía, y se ofrece algún tipo de proyecto como recompensa, podrían aceptar el proyecto”, sostiene la fuente oficial armenia. De hecho, la Unión Europea y Estados Unidos han dado una calurosa bienvenida a Crossroads of Peace.
Quien no lo ve tan claro es Rusia, cuyos dirigentes han hecho público su malestar por el hecho de que Armenia busque salirse de su zona de influencia. En los últimos meses, el Gobierno de Pashinián ha ordenado a Moscú que retire a los militares que mantenía en el aeropuerto de Ereván y en la frontera con Azerbaiyán, aunque todavía hay soldados rusos que patrullan las fronteras con Turquía e Irán.
Por contra, el Kremlin está tratando de acercarse a Bakú —que en las últimas tres décadas ha sido un importante socio de Washington en la región y suministrador clave de hidrocarburos para la UE—. Esta semana, durante una visita oficial a Azerbaiyán, el presidente ruso, Vladímir Putin, mostró su sintonía con Alíyev. El jefe de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, aprovechó para cargar contra “la dirigencia armenia” y acusarle de bloquear las negociaciones de paz al no haber implementado el corredor de Zangezur, algo que fue respondido duramente por el Ministerio de Exteriores armenio: “La declaración no solo es lamentable, sino que pone en duda la participación constructiva de Rusia en el proceso de normalización de las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán”. “Moscú se opone a nuestro proyecto, porque más conectividad y menos conflictos significa menos posibilidades para que Rusia ejerza su control en la región”, concluye la fuente armenia.
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