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Mauritania exhibe estabilidad en unas elecciones con Ghazouani como gran favorito

El país de África occidental se ha convertido en el mejor aliado de Occidente en la región del Sahel, sacudida por la violencia yihadista y las dictaduras militares

Elecciones Mauritania
Seguidores del candidato Otouma Soumare durante su mitin final de campaña en Nuakchot, este 27 de junio.Stringer (REUTERS)
José Naranjo

La República Islámica de Mauritania, el país más estable de un Sahel sacudido por la violencia yihadista y las dictaduras militares, acude este sábado a las urnas en unas elecciones presidenciales con poco suspense. El actual presidente, Mohamed Ould Ghazouani, es el máximo favorito para repetir en el cargo frente a una oposición dividida entre otros seis candidatos, entre los que destacan Hamadi Ould Sidi El Moctar, en representación de los islamistas moderados de Tawassoul, y el histórico defensor de derechos humanos Biram Dah Abeid. En los últimos años, esa estabilidad ha permitido a Mauritania pasar de ser un actor menor a convertirse en uno de los grandes aliados de Occidente en la región, tanto en materia de seguridad como de control migratorio.

El general Ghazouani fue siempre el poder en la sombra hasta que el expresidente Mohamed Ould Abdelaziz, autor del último golpe de Estado que vivió este país en 2008, le designó su sucesor para las elecciones de 2019, en las que obtuvo una cómoda victoria. En estos cinco años, Ghazouani dio un paso al frente para consolidar su liderazgo. La amenaza más seria que tuvo que enfrentar fueron las constantes injerencias de su antecesor, quien siempre soñó con un regreso a lo Vladímir Putin: hoy Aziz está en la cárcel tras una condena de cinco años por enriquecimiento ilícito. Ghazouani salió victorioso del embate.

En este periodo, el jefe de Estado, que hoy también es presidente de turno de la Unión Africana, mantuvo a su país al abrigo de ataques yihadistas gracias a una mezcla de diálogo religioso, refuerzo de las capacidades militares y acuerdos tácitos con los radicales: tras una ola de atentados y secuestros entre 2005 y 2011, que dejaron decenas de muertos y que prácticamente liquidaron el turismo en el país, Mauritania no ha sufrido ningún ataque. La seguridad ha sido otro factor fundamental para proteger al país de las aventuras golpistas que hoy sufren sus vecinos Malí, Burkina Faso y Níger.

Estos tres países del Sahel, gobernados por juntas militares, han expulsado a las fuerzas francesas de su territorio, haciendo saltar por los aires la arquitectura de defensa y seguridad imperante en la última década y reorientando sus alianzas estratégicas hacia Rusia. Mauritania, sin embargo, ha optado por el camino contrario: reforzar sus acuerdos con un Occidente que necesita ojos y oídos en la región.

Epicentro de la emigración irregular

El constante flujo de refugiados malienses hacia Mauritania es un desafío enorme que se ha intensificado en el último año, pero a la Unión Europea, que acaba de desembolsar 210 millones de euros en ayudas, y en particular a España, también le inquieta la salida de cayucos desde sus costas. Nuadibú se ha convertido en el nuevo epicentro de la emigración irregular hacia Canarias.

Esta lluvia de millones para sectores como la formación, la transformación energética, la construcción de infraestructuras o los programas sociales y de lucha contra la pobreza, uno de los ejes de la acción de gobierno en los últimos cinco años, contribuyen a apuntalar a Ghazouani como la opción más fiable. Sin embargo, la batalla política no cesa y el histórico líder opositor Biram Dah Abeid —quien quedó en segundo puesto en los comicios de 2019, con un respetable 18,5% de los votos— mantiene la tensión con un discurso molesto para el poder. Aunque ha perdido el punch de sus años gloriosos, es un candidato con el que hay que contar.

“No habrá elecciones justas porque la justicia no es independiente, está bajo las órdenes del poder. Pero no tenemos otra opción, somos militantes no violentos, nuestra lucha es pacífica. Preferimos sacrificarnos que optar por una confrontación que podría incendiar el país”, asegura este descendiente de esclavos que un día le prometió a su padre que combatiría hasta el final la discriminación y el racismo que, según denuncia hasta la extenuación, sufre la población negra en su país. “El racismo, la discriminación y una exclusión muy dura persisten para los negroafricanos. Se ve en los puestos del Estado, del ejército, en las agencias públicas, en las empresas, la justicia, en la política lingüística. Es un apartheid árabo-musulmán implantado en África occidental. Y Europa lo sabe”, añade con amargura.

Los terceros en liza son los islamistas de Tawassoul, principal partido de oposición con 11 diputados en la Asamblea Nacional, que por primera vez después de su legalización en 2017 han decidido presentar un candidato para las presidenciales, Hamadi Ould Sidi El Moctar. Sin embargo, el gran reto de estos comicios para Ghazouani no es derrotar a sus rivales, con escasas opciones, sino que el proceso electoral concluya sin sobresaltos. La sospecha de fraude sobrevoló los comicios de 2019 y los disturbios postelectorales dejaron tres muertos y obligaron a declarar el toque de queda durante dos semanas.

Para impedirlo, la comisión electoral ha hecho un esfuerzo para convencer a los ciudadanos de la imposibilidad de un pucherazo, con un nuevo sistema informático que permite la publicación de resultados en tiempo real y con total transparencia. Desde la oposición, sin embargo, dudan de su eficacia y se mantienen alerta.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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