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El ‘modelo Meloni’ que seduce a Feijóo

La primera ministra italiana, cuyo poder político creció en los últimos 20 años gracias a la connivencia del Partido Popular Europeo, combina una política económica e internacional sin estridencias con una erosión de los derechos sociales

La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, durante su intervención telemática en el mitin de Vox en Madrid el pasado fin de semana.
La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, durante su intervención telemática en el mitin de Vox en Madrid el pasado fin de semana.Ana Beltrán (REUTERS)
Daniel Verdú

Giorgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia ―“presidente”, como le gusta a ella que la llamen― es un animal político complejo. La líder de Hermanos de Italia ha realizado un largo viaje desde su juventud posfascista, cuando recorría los ateneos y pegaba carteles por las calles del barrio de Colle Oppio de Roma, donde se encontraba la sede del grupo juvenil del Movimiento Social Italiano (MSI) al que pertenecía. De alabar a Benito Mussolini abiertamente ―en una entrevista en 1996 con la televisión francesa― fue pasando a posiciones menos radicales hasta que logró ser ministra de Juventud en el Gobierno de Silvio Berlusconi en 2008. Hoy, Meloni, rodeada de viejos camaradas de aquel periodo, no reniega de su pasado y ha logrado establecer un modelo político mixto en Italia. Una mezcla de pragmatismo político e ideología ultraconservadora. De día promete plena adscripción a la OTAN y a ciertos valores de la Unión Europea, y por la noche socava algunas de las libertades sociales y culturales del país imponiendo su agenda sobre el aborto, la inmigración, la censura a las voces críticas o una agenda contra los derechos LGTBI. Meloni tiene planeado que su Gobierno, a diferencia de sus predecesores, aguante toda la legislatura para poder acometer reformas de peso.

Relación con el Partido Popular Europeo. El partido de Meloni, fundado tras la implosión de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, creció siempre al calor de los pactos con la Forza Italia de Silvio Berlusconi. Es decir, se mantuvo cerca de la filial del Partido Popular Europeo (PPE) en Italia y aprendió que su supervivencia en las instituciones dependía directamente de la alianza con el centroderecha. Podía ser un contrapeso, nada más. El llamado cordón sanitario es en Italia algo desconocido y los pactos entre populares y extrema derecha no son una novedad: llevan ejerciéndose en Italia desde hace más de 20 años con enorme éxito electoral. La única diferencia es que Hermanos de Italia ―y también la Liga de Matteo Salvini― pasaron en los últimos ocho años de ser los socios minoritarios a los accionistas mayoritarios del artefacto. Una historia de amor de conveniencia, pues la ley electoral italiana favorece este tipo de uniones preelectorales.

La nueva alianza, que comanda con mano de hierro Meloni (en las elecciones de septiembre de 2022 obtuvo un considerable 26,2% de los votos), ha sido bendecida en Roma por el actual líder de Forza Italia, Antonio Tajani (también vicepresidente del PPE), y en Bruselas por Manfred Weber (presidente del grupo europeo) y la propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, que sin explicitarlo, ha mostrado una enorme complicidad con Meloni en todos los encuentros que han mantenido en el último año y medio. En España, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, también ha abierto la puerta a pactar con la primera ministra. “No me parece homologable a otros partidos que se consideran de extrema derecha en Europa”, dijo este jueves Feijóo sobre Hermanos de Italia, en una acto en Barcelona junto a la eurodiputada Dolors Montserrat.

La coalición de gobierno entre la Liga, Forza Italia y Hermanos de Italia gobierna en 14 de las 20 regiones italianas y mantiene su pulso en todas las encuestas si hoy hubiese elecciones generales. El problema para los socios de la líder ultraderechista es que Hermanos de Italia no deja de crecer y el proyecto de la primera ministra pasa por construir una derecha dura hegemónica, sólida y amplia. Meloni quiere ser algo así como la Margaret Thatcher mediterránea.

La Unión Europea y la política internacional. La visión geopolítica de Meloni ha sido uno de los puntos fuertes para mostrarse presentable en Europa. La primera ministra ―habla inglés, francés y español con fluidez― ha marcado líneas rojas en cuestiones como la guerra de Ucrania, su oposición sin fisuras a la invasión rusa y a las políticas de Vladímir Putin, su férrea adscripción a la OTAN y su indiscutible amistad con Estados Unidos. Las críticas a la Unión Europea, aquellos viejos gritos contra “los burócratas de Bruselas” que hasta hace poco lanzaba en los mítines, han amainado desde que tiene responsabilidades de gobierno y hoy aspira a reformar a su viejo enemigo ―abogó por la salida de la UE de Italia― desde las instituciones. La reciente firma italiana para reformar el Pacto de Estabilidad o la adscripción al acuerdo sobre inmigración son una muestra de ello.

Meloni es también la presidenta en la Eurocámara del grupo parlamentario Europeos Conservadores y Reformistas (ECR), al que pertenecen Vox o el PiS polaco. Y esa posición, que le ha permitido ejercer de bisagra entre determinados líderes como el primer ministro húngaro, Víktor Orbán, y la UE, ha complicado a veces su relación con algunos países como España, donde ha tenido algunos roces diplomáticos con el Gobierno de Pedro Sánchez. Extrañó, por ejemplo, que recibiera a Santiago Abascal ―con quien mantiene una gran relación― al día siguiente de que el dirigente de Vox hablase de colgar “boca abajo” al líder del Ejecutivo español. Aún así, se ha cuidado mucho de no romper ningún vínculo entre gobiernos.

El politólogo Giovanni Orsina cree que Meloni, tal y como también se expresaba Manfred Weber este viernes en una entrevista en Corriere della Sera, ha cumplido todos los requisitos para ser una interlocutora respetable para la derecha moderada. “Hace un año y medio que dialoga con todos los jefes de Estado, participa en todas las negociaciones, ha firmado el acuerdo sobre inmigración, cosa que no ha hecho el Partido Democrático [de Italia], ha firmado la reforma del Pacto de Estabilidad, implementa el PNRR [Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia]… No veo cuál es el problema para pactar con ella”, apunta.

La receta económica. No hay grandes experimentos ni recetas complejas. Meloni quiso a su llegada reescribir los proyectos del Plan de Recuperación Pospandemia, para destinar menos ayudas a la transición verde. Y, en parte, lo consiguió. La política fiscal y económica, sin embargo, sigue la línea marcada por Mario Draghi, su predecesor en el Palacio Chigi al frente del Gobierno. “No hay casi diferencias. Es más, diría que lo ha hecho mejor porque acabó con el superbonus (un incentivo que sufragaba hasta con el 110% las reformas en la construcción), que mantuvo el último mandato. Pero su política económica es una política de ahorro”, apunta Orsina. La reforma fiscal que prometió a su llegada al poder ha quedado de momento paralizada.

Deportaciones a Albania para frenar la inmigración. La primera ministra italiana no ha logrado ninguno de sus objetivos en esta materia y acaba de firmar el Pacto sobre Migración y Asilo en Bruselas, que no terminaba de convencer a su socio Salvini ni a los partidos de la ultraderecha más radical. Meloni presentó en campaña electoral un proyecto de bloqueo naval con buques del ejército para hacer frente a las llegadas de migrantes por mar. No era realista y nunca se formalizó. Las entradas por las costas han alcanzado un récord histórico ―157.600 en 2023― y la única receta hasta ahora ha sido la firma de un acuerdo con el Gobierno de Albania para la creación de centros con capacidad de hasta 3.000 personas que podrán recibir un flujo anual de hasta 36.000 migrantes rescatados en las costas italianas.

El acuerdo, firmado con su homólogo albano, Edi Rama, y que se verá materializado en 2024, significa un verdadero salto en el proyecto de deportar de forma encubierta a migrantes y de externalizar los centros de internamiento para aliviar la presión dentro de las fronteras nacionales y evitar el rechazo popular. Italia sigue así los pasos del Reino Unido, que ha aprobado el envío de los solicitantes de asilo a Ruanda.

Derechos sociales. Meloni ha basado parte de su ideología social en la cuestión de la natalidad. Su partido considera que la caída de la tasa de nacimientos es la piedra angular sobre la que deben pivotar cuestiones como el aborto, la inmigración o el avance en derechos de la comunidad LGTBI. Para Hermanos de Italia, tal y como ha manifestado el ministro de Agricultura y cuñado de Meloni, Francesco Lollobrigida, existe el peligro de que se produzca una sustitución étnica.

La idea, aunque jamás nadie en Hermanos de Italia lo haya expresado así, alude directamente a la teoría del Gran Reemplazo, de origen francés y según la cual los blancos católicos, y en general la población cristiana europea, están paulatinamente siendo sustituidos por personas de origen no europeo. Concretamente por árabes y africanos. Esta conjetura, una teoría de la conspiración defendida por políticos de extrema derecha como Éric Zemmour, que obtuvo casi 2,5 millones de votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas del año pasado, es el caballo de batalla de los supremacistas blancos.

Meloni se ha visto obligada a repetir desde su llegada al poder que no tiene intención de abolir la ley 194 sobre la interrupción del embarazo, aprobada en 1978. Su idea, asegura, es potenciar “la prevención”. Pero hay muchas formas de obstaculizar el derecho al aborto. La primera ministra le ha puesto trabas permitiendo la entrada en los consultorios de asociaciones autodenominadas provida (ahora también pretenden financiarlas con fondos de la UE), pero también aceptando que en las regiones que gobierna solo se permita la administración de la píldora abortiva RU-486 hasta la séptima semana, y no hasta la novena, como en la mayoría de Italia.

Además, el Gobierno, impulsado por el ala ultraconservadora, prohibió la inscripción en el registro municipal de los padres y madres no biológicos de las parejas del mismo sexo, una situación que afecta a 150.000 hogares.

Censura y hegemonía cultural. La ultraderecha en Italia, pero también en toda Europa, concluyó que perdió la batalla política y electoral durante años porque no fue capaz de construir un relato cultural hegemónico. Esa idea, que expuso el filósofo comunista Antonio Gramsci, se ha convertido en el último lustro en el gran caballo de batalla de partidos como Vox en España; Reconquista, de Éric Zemmour, en Francia, o Hermanos de Italia. Meloni, a diferencia de en otros campos, no ha tenido reparo en colonizar con directivos y periodistas afines la radiotelevisión pública, en censurar a las voces críticas y en llevar a los tribunales a todos los intelectuales que criticasen o recordasen el pasado posfascista de su formación. Han pasado ya por el banquillo de los acusados autores como Roberto Saviano, la filósofa Donatella di Cesare o el historiador Luciano Canfora.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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