Edi Rama: “Hemos aprendido por las malas a no esperar nada de la UE”
El primer ministro de Albania critica que las “bonitas palabras” sobre la adhesión de su país a la Unión no vayan acompañadas de hechos
De sus tiempos de baloncestista (mide 1,98 metros y llegó a jugar en la selección albanesa), el hoy primer ministro del país, Edi Rama, se ha traído a la política un estilo más de pívot —con sus bloqueos y luchas bajo el aro— que de base —con sus fintas y visión de juego colectivo—. Este lunes, poco antes de reunirse con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la primera visita oficial a España de un jefe de Gobierno de Albania, recibe a EL PAÍS en un hotel de Madrid. Cuesta distinguir si está cansado por el viaje, de mal humor o simplemente harto de escuchar lo que llama “bonitas palabras” no acompañadas por los hechos en torno al futuro de su país en la UE. Un tema que centra la Cumbre UE-Balcanes Occidentales de este miércoles en Eslovenia y de la que Rama (Tirana, 57 años) admite con sequedad que no espera “nada”. Albania, junto con Macedonia del Norte, recibió en marzo de 2020 luz verde a iniciar las negociaciones de adhesión, pero Bulgaria bloquea que arranquen por un conflicto bilateral identitario con Skopje del que Tirana ha quedado rehén.
En los escasos momentos en los que sonríe, Rama muestra, sin embargo, el carisma que le ha ayudado a convertirse el mes pasado en el primer jefe de Gobierno que encadena tres legislaturas desde la caída en 1991 del régimen comunista. Para sus partidarios, es un líder socialdemócrata que está modernizando ―incluida una necesaria reforma del poder judicial― uno de los países europeos con mayor pobreza, corrupción y crimen organizado, y acaba de formar el Gobierno con más ministras en términos porcentuales (70%) del mundo. “No lo hice por lanzar un mensaje, sino por tener las personas adecuadas en el lugar adecuado”, dice.
Con un largo historial de insultos a periodistas, sus críticos lo acusan de personalismo y deriva autoritaria, y de apoyarse en redes clientelares (con un escándalo de posible compra de votos incluido). Si en algo coinciden unos y otros es en su extravagancia: hijo de un famoso escultor, ha ido compaginando la pintura, con exposiciones en el extranjero, y la escritura con los cargos públicos: fue alcalde de la capital entre 2000 y 2011 y jefe de Gobierno desde 2013. En 2017 se hizo viral la foto en la que aparecía en una cumbre europea ataviado con traje negro y unas Adidas blancas con franjas rojas. Este lunes, en Madrid, solo llamaba la atención su mascarilla de rosas rojas, diseñada por él mismo.
“Hemos aprendido por las malas a no esperar nada, porque hemos visto que Europa no está en un momento muy bueno, con muchos problemas internos y la ampliación no es recibida con entusiasmo”, señala sobre la cumbre. Esta se celebra días después de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, manifestase en Tirana su objetivo de desbloquear el diálogo este mismo año. “Hace muchos años que venimos escuchando eso y nada ha cambiado”, responde. “Von der Leyen habla en nombre de la Comisión, pero la Comisión es una cosa, el Consejo es otra; las palabras bonitas son una cosa; los hechos, otra... Siempre ha habido en este proceso uno, dos, tres Estados miembros que se oponen. Ahora es Bulgaria, así que para nosotros es mejor no esperar, porque cuando esperas tienes que sentir la vergüenza de ser rechazado”.
Rama insiste en que la entrada de su país en la UE es una “necesidad” a la que ni quiere ni tiene “alternativa” y lo resume con simbolismo: “Europa es nuestra elección y nuestra religión”. “Es el único proceso que considero una transferencia vital de conocimiento sobre cómo construir un Estado democrático y funcional basado en el Estado de derecho, en una economía competitiva de libre mercado basada en una sociedad dinámica en los estándares de la UE. Es lo que tenemos que hacer. No porque se nos pide, sino porque es nuestro futuro. Luego, lo que pase en Bruselas ni depende de nosotros ni me preocupa [...]. No soy pesimista, pero no quiero perder más energía en quejarme”, argumenta.
El mensaje de la falta de alternativa al horizonte comunitario busca disipar los temores a que el impasse negociador haga más atractiva una eventual unión con Kosovo, con el que comparte identidad étnica y lengua. Él mismo ha esgrimido en el pasado esta posibilidad, que apoyan tanto el nuevo primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, como la opinión pública de ambos países, pero que sería constitucionalmente difícil para Kosovo e internacionalmente mal vista por su potencial desestabilizador para la región. “Por supuesto que queremos unirnos con ellos, pero dentro de todo el camino de unirnos en la UE. De momento, Kosovo es rehén de un proceso inacabado de paz con Serbia. Eso viene primero. Luego, el resto”, apunta. Endurece el gesto al hablar de Kurti, con quien choca en torno a una iniciativa regional bautizada “mini-Schengen” y mantiene una relación distante (un periódico albanés informó de una comida en la que ambos permanecieron en silencio gran parte del tiempo). “Tenemos intereses nacionales comunes. Luego, en lo que tiene que ver con el día a día de la política, no me importa lo que piense”, sentencia.
“Muy diferente”
Albania, con 2,8 millones de habitantes, ha mejorado en los últimos ocho años en algunos indicadores, pero sigue sin despegar en otros. El país ocupa básicamente la misma posición en el índice de percepción de corrupción de Transparencia Internacional o el de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras que cuando Rama llegó al poder. “La situación es muy diferente. Algunos informes deben ser tomados con mucha cautela: la forma en la que se hacen, quién lo hace, etc. No son científicos y no tienen nada que ver con la realidad. No estoy diciendo que Albania no tenga problemas de corrupción, porque sería mentira, pero sí que no se puede comparar para nada con hace ocho años”.
“Por supuesto es un país con problemas porque venimos de un largo y doloroso pasado”, señala en referencia al régimen comunista ―particularmente cruel durante el liderazgo de Enver Hoxha― de entre el final de la Segunda Guerra Mundial y 1991. “30 años son muchos en la vida de una persona, pero nada en el transcurso de la historia. El proceso de construcción de las instituciones no es fácil. Tenemos nuestros retos, pero nadie puede darnos lecciones sobre ninguna de las cosas malas porque no las inventamos. Nos las encontramos cuando fuimos libres. La prostitución ya estaba allí, el tráfico ilegal ya estaba allí, todo estaba allí...”
Sobre su espinosa relación con los periodistas, a los que ha llamado “prostitutas de la información”, “parásitos”, “borrachos”, “enemigos” o “ignorantes”, Rama lo considera “cosas del pasado sacadas de contexto” y defiende que “el primer ministro tiene el mismo derecho que los periodistas a decir lo que piensa”. “No insulté a nadie personalmente”, añade, “simplemente hablé del fenómeno de las noticias falsas, alegaciones, acusaciones infundadas... parte de lo que llamo periodismo perezoso. Y quien se sienta insultado a lo mejor tiene un problema él”.
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