La dimisión del Gobierno, un paso necesario para la reconciliación de la familia palestina
Marwan Barghouti, preso desde 2002 y acusado de impulsar una tercera intifada, es capaz de aglutinar a las diferentes facciones políticas en Gaza y Cisjordania
Según avanzan las masacres en Gaza, las posibilidades de una solución mínimamente justa para el pueblo palestino se alejan. El Gobierno israelí parece no tener razones para aceptar un alto el fuego, pues los rehenes no son una prioridad; si lo fueran, prosperaría la intermediación de Qatar, Egipto y Estados Unidos, que prosigue renqueante mientras cobra forma el asalto a Rafah, el último enclave donde se hacinan los desplazados gazatíes. La prioridad para Netanyahu sigue siendo su supervivencia política, muy ligada al día después de Gaza. Eso es lo que está negociando con el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, bajo ciertas consideraciones del presidente Joe Biden. Entre ellas, qué hacer con Mahmud Abbas y el Gobierno palestino. Abbas quiere el reconocimiento del Estado palestino, Netanyahu no quiere a ninguno de los dos: ni Estado palestino ni presidente palestino, sea este Abbas u otro. En una estrategia que se supone bien calculada, el Gobierno palestino ha presentado su dimisión. Un paso necesario para la reconciliación de la familia palestina.
Uno de los fantasmas que asoman a medio plazo es lo que el diario panárabe Al Quds Al Arabi ha llamado “las oscuras promesas de Madrid”. Más de 30 años después, parece claro que la conferencia de Madrid de 1991 fue ante todo un saco de futuribles sobre Palestina en manos de Israel. En la capital española, los palestinos aceptaron una representación negociadora condicionada por los intereses israelíes sobre población, territorio, recursos y gobierno que aplazaban sine die los requisitos fundamentales de un Estado soberano, al que por cierto ni se nombraba.
El panorama actual es más grave, genocidio aparte. Para el Israel de Netanyahu, Jerusalén, las colonias de Cisjordania y el mordisco que le dé ahora al territorio de Gaza no entrarán en discusión. Sus condiciones no se atienen ya a las resoluciones 242, 338 y 425 de la ONU, que, al menos nominalmente, sirvieron de base a los Acuerdos de Oslo. Y con eso, fin del Estado de Palestina, no hay que engañarse.
En este contexto, se ha sabido que el líder palestino Marwan Barghouti, preso desde 2002, ha sido trasladado a una celda de aislamiento fuera de la prisión de Ofer. Se le acusa, y seguro que es cierto, de estar alentando una tercera Intifada. Barghouti, al que admiradores y detractores llaman el Nelson Mandela palestino, es una figura capaz de aglutinar a las diferentes familias políticas palestinas. Es de Fatah, es un político, pero también un guerrillero, y sobre todo, es un líder popular forjado en la calle, en la brega de las intifadas, al que Hamás respeta. Biden habló en noviembre de “una Autoridad Palestina revitalizada” para administrar Gaza. No habría sido la peor idea que se estuviera pensando en Barghouti. Se sabe que en el canje de presos y rehenes de ese mes estuvo a punto de ser liberado, pero el ala ultra del Gobierno israelí lo vetó.
Quizá el regreso a la política aún sea posible.
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