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La misión de la ONU en Malí inicia su retirada mientras el ejército del país, apoyado por Wagner, ocupa sus bases

Los rebeldes independentistas tuaregs se niegan a que los cuarteles del norte liberados por los cascos azules sean ocupados por las fuerzas del Gobierno y los mercenarios

José Naranjo
Mali
Un casco azul de la Minusma, durante una patrulla en el norte de Malí el pasado 16 de junio.MINUSMA (Europa Press)

La Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí (Minusma) comenzó este mes de agosto su retirada del país africano, que deberá completarse a finales de este año. Los cascos azules ya han partido de tres de sus bases llamadas periféricas, en las localidades de Ogossagou, Ber y Goundam, y tienen previsto hacerlo en los próximos días de Ménaka. Sin embargo, a medida que los soldados de la ONU dejan libres los cuarteles, estos son ocupados por el Ejército de Malí y los mercenarios de Wagner, lo que ha provocado un enorme malestar entre los rebeldes tuaregs, que consideran que este despliegue supone una ruptura de los Acuerdos de Paz de Argel de 2015, y amenaza con reactivar el conflicto.

Mientras el mundo mira hacia la crisis en Níger, la misión de Naciones Unidas en Malí ha comenzado su retirada progresiva de este país, tal y como exigió el pasado 16 de junio el Gobierno de Mali, que acusó a la Minusma de ser “parte del problema” en materia de seguridad. Las autoridades de esta nación africana habían manifestado su malestar por el informe del departamento de derechos humanos de la misión internacional que acusaba a soldados malienses y extranjeros, presumiblemente mercenarios de Wagner, de ser los autores de la masacre de Moura, en la que fueron asesinados más de 500 civiles. A raíz de esta exigencia, la ONU se dio de plazo hasta el 31 de diciembre para que los 12.500 cascos azules de la misión abandonaran el país.

La primera base cedida por la ONU a las autoridades malienses fue la de Ogossagou, en el centro de Malí, el pasado 4 de agosto. Unos 150 cascos azules senegaleses fueron los últimos en marcharse sin que se produjeran incidentes. Mucho más complicada fue la retirada del emplazamiento de Ber, donde estaban destinados 200 efectivos de Burkina Faso y que tuvo lugar el pasado 13 de agosto. El convoy, con destino a la base de la ciudad de Tombuctú, situada a unos 57 kilómetros, fue atacado por grupos armados y tardó dos días en llegar a su destino. La tercera en ser desalojada por la Minusma fue la de Goundam, que estaba ocupada por una compañía marfileña y 140 policías de Bangladés, el pasado 16 de agosto. La de Ménaka, situada en una de las zonas más complicadas y bajo la influencia de Estado Islámico, será desalojada a finales de este mes.

Todas estas bases han sido ocupadas por las Fuerzas Armadas de Malí, lo que ha provocado un notable malestar entre los independentistas tuaregs, agrupados en la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA), que considera que deben ser sus fuerzas quienes ocupen esas posiciones del norte del país, en línea con los Acuerdos de Paz de Argel, firmados en 2015. De hecho, la columna del Ejército maliense acompañada por los mercenarios de Wagner que acudió a ocupar Ber se enfrentó a rebeldes tuaregs, con el resultado de seis soldados muertos. Todo el territorio ha sido escenario de escaramuzas entre milicianos de la CMA, por un lado, y militares malienses y paramilitares rusos, por el otro. En un comunicado, los independentistas acusaron al Gobierno de Malí de “romper el alto el fuego”.

La última rebelión tuareg estalló en enero de 2012 y fue el detonante de la grave crisis de seguridad que vive hoy todo el Sahel, pues se alió en un primer momento con los grupos yihadistas que entonces operaban en el norte de Malí. Liderada por el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) llegó incluso a declarar la independencia de las tres regiones del norte el 6 de abril de 2012. Tras la intervención militar francesa y tres años de combates, el Gobierno y los grupos rebeldes agrupados en la CMA, que mantenía el control de Kidal, firman los Acuerdos de Paz de Argel en 2015, que no reconoce la independencia del norte, pero establece una reestructuración de la Administración del Estado y promueve la integración de los rebeldes en las fuerzas de defensa y seguridad.

Yihadistas descontentos

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Pero los grupos yihadistas tampoco están contentos con el nuevo reparto de fuerzas derivado de la retirada de la Minusma. Coincidiendo con el desalojo de la base de Ber por parte de los cascos azules, el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM) ha promovido un bloqueo de la región de Tombuctú que dura ya más de dos semanas. El emir de este grupo terrorista en la zona, Talha Abou Hind, acusó al Ejército maliense de haber conducido a las tropas de Wagner hasta la región y ha llamado a “una guerra total” contra el Estado, a través de mensajes de audio distribuidos por grupos de WhatsApp, según aseguran residentes en Tombuctú.

La activista Fatouma Harber asegura que los yihadistas hicieron llegar mensajes por las redes sociales, pero también se dirigieron directamente a los trasportistas de la región. “Les advirtieron que estaba totalmente prohibido circular y que a toda persona que desobedeciera esta orden se le quemaría el vehículo y la mercancía”, asegura Harber desde Tombuctú. “Llegaron incluso a disparar contra el barco que cruza a los vehículos que vienen de Mopti y que había logrado llegar hasta el embarcadero del río. El bloqueo está afectando también a quienes reabastecen la ciudad con productos de primera necesidad desde Argelia o Mauritania”.

En la actualidad, los precios de todos los productos se han disparado y ya se nota la escasez de algunos de ellos, como aceite, jabón, azúcar, té, pasta y gasolina. “No es solo la ciudad de Tombuctú, es toda la región. Localidades como Taudenni o la zona de Gourma Rarhous también lo sufren. Hasta los mercados semanales que permitían a los aldeanos comprar víveres han sido prohibidos”, añade Harber. Los yihadistas controlan los principales ejes de la región e impiden el paso a todo camión o todo tráfico de mercancías.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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